Interesante reflexión acerca de la pérdida de la capacidad narrativa de nuestros mundos interiores a cambio de una ubicua avalancha de datos, información y consumo.
De especial interés el momento en que señala que las teorías a fin de cuentas son y deben ser narrativas.
El objetivo de una teoría es explicar el mundo, a diferencia del pensamiento instrumentalista que cree que lo importante de las teorías son sus mediciones y predicciones.
En su texto, «La crisis de la narración» (cabe preguntarse ¿qué no está en crisis hoy en día?), el filosofo traza esta definición de lo que él entiende por narración en contraposición con el storytellingtan de moda, y al hacerlo, busca los elementos que componen a estas dos actividades y analiza el impacto que cada una de ellas tiene en nuestra vida. El libro termina siendo siendo más bien un panfleto antes que un ensayo (a pesar de que se vende a precio de ensayo, incongruencia que dejo al análisis de otros), denuncia la falta de profundidad de las historias que nos contamos hoy en día, meros relatos del devenir, llenas de información que no dejan nada oculto, todo es cristalino y transparente, buscando generar una venta (storyselling) antes que apelar a la construcción de la identidad y del sentido, sin un fin posterior.
Encuentro puntos muy interesantes en las afirmaciones del filósofo, la idea de que la narración está integrada por un inter juego de lo que se oculta y lo que se dice, a diferencia de la historia que brinda información y que todo lo transparenta. Hay una expresión en la cultura japonesa, «escuchar el aire», que hace alusión a la idea de que cuando uno escucha al otro, tiene que prestar atención a lo que no está diciendo, a la forma en que lo dice, para poder comprender realmente al otro. Quienes no saben hacerlo, se los refiere como kuuki yomenai (KY),“aquel que no puede leer el aire” (que hermoso que es el japonés que tiene una expresión para todo). El punto es que para poder leer el aire, se requiere del conocimiento y de entendimiento de la cultura, de los valores, del contexto. No se trata solo de entender lo que está presente en el momento, si no que se requiere conectar con el ser. Desde este punto, en el cual entendemos que las historias provenientes delstorytelling se desconectan de la experiencia compartida, de ese ser en conjunto que permite escuchar el silencio, me permito hacer un salto adicional que el autor no hace: estas historias actuales están enfocadas en predecir el futuro (oráculo de la big data y la nueva inteligencia) , antes que explicar y dar sentido a nuestro pasado. La información es procesada y expuesta para decirnos hacia dónde vamos o debemos ir, la información es pura descripción del pasado rígido que algoritmicamente nos lleva a sus consecuencias. De forma paradójica, puede que tal vez, para lograr torcer el futuro, precisemos de narrar nuestro pasado de forma distinta.
A diferencia de Han, yo creo que es imposible no tener una idea narrativa, no hay tal crisis de la narración. Hay una mutación, un cambio, y enhorabuena por ello. Las narrativas colectivas que surgieron al inicio de la humanidad eran compartidas de forma simétrica por todos los integrantes de la sociedad. En algún punto, las narrativas, se transformaron en mecanismos de control, las narrativas colectivas, compartidas, pasaron manejadas en beneficio de unos pocos y fueron casi ubicuas. Hoy, gracias también a la información que permite desmentir y cuestionar, se abre paso a una proliferación de distintas narrativas, múltiples. ¿Cómo no esperar una proliferación de las narrativas cuando la población se multiplicó en un orden de 8 a lo largo de los últimos 200 años? Hoy, no hay una sola narración, una única narración colectiva, hay múltiples forma de narrarnos. Es cierto que hay una inflación de las historias, y que todo aquello que se infla se devalúa, sin embargo soy optimista. Veo un resurgir de la literatura, y a diferencia del filósofo que en su texto explica la idea de que las novelas fueron el comienzo, el origen de la contraposición de las historias contra las narrativas, principalmente por que se pierde el aspecto de la comunidad en el relato y en la construcción narrativa. Discrepo en esto, creo que la novela, la lectura, es un diálogo, no es una actividad individual, creo que la lectura es una re-construcción de lo escrito, en el hecho de ver, de leer, el lector da nueva vida al texto y transforma al texto leído a la vez que este lo transforma a él.
Hoy todo el mundo habla de narrativas. Lo paradójico es que el uso inflacionario de las narrativas pone de manifiesto una crisis de la narración misma. Está haciendo furor la moda del storytelling, que es el arte de narrar historias como estrategia para transmitir mensajes emocionalmente, pero lo que hay tras esa aparatosa moda es un vacío narrativo, que se manifiesta como desorientación y carencia de sentido. Ni el storytelling ni el giro a lo narrativo harán que regrese la narración. Que un paradigma se tematice expresamente, o que incluso acabe convirtiéndose en tema favorito de investigación, presupone ya una profunda alienación. La clamorosa demanda de narrativas denota que en ellas se produce una disfunción.
La religión es una narración característica, con una verdad intrínseca. Con su manera de narrar, nos salva de la contingencia. La religión cristiana es una metanarración, que no omite ningún rincón de la vida y la fundamenta en el ser. El tiempo mismo cobra un sentido narrativo. El calendario cristiano hace que cada día tenga su sentido. En la era posnarrativa, el calendario pierde su carácter narrativo y se convierte en una agenda vaciada de sentido. Las festividades religiosas son los clímax y los apogeos de una narración. Sin narración no hay fiesta ni tiempo festivo, no hay sentimiento de festividad, vivida como una intensa sensación de ser; no hay más que trabajo y tiempo libre, producción y consumo. En la era posnarrativa, las fiestas se comercializan como acontecimientos y espectáculos. También los rituales son prácticas narrativas. Se integran siempre en un contexto narrativo. Como técnicas simbólicas de instalación en un hogar, hacen que estar en el mundo sea como estar en casa.
Las narraciones son generadoras de comunidad. El storytelling, por el contrario, solo crea communities. La community es la comunidad en forma de mercancía. Consta de consumidores. Ningún storytelling podrá volver a encender un fuego de campamento, en torno del cual se congreguen personas para contarse historias. Hace tiempo que se apagó el fuego de campamento. Lo reemplaza la pantalla digital, que aísla a las personas, convirtiéndolas en consumidores. Los consumidores son solitarios. No conforman ninguna comunidad. Ni siquiera las stories o historias que se publican en las plataformas sociales pueden subsanar el vacío narrativo. No son más que autorretratos pornográficos o autoexhibiciones, una manera de hacer publicidad de sí mismos. Postear, darle al botón de «me gusta» y compartir son prácticas consumistas que agravan la crisis narrativa.
El capitalismo recurre al storytelling para adueñarse de la narración. La somete al consumo. El storytelling produce narraciones listas para consumir.
El síntoma más temprano de la decadencia de la narración es, en opinión de Benjamin, el florecimiento del género novelesco a comienzos de la Modernidad. La narración se alimenta de la experiencia y se transmite de generación en generación: «El narrador toma de la experiencia lo que él narra: de la experiencia propia o de la relatada. Y, a su vez, consigue que eso pase a ser la experiencia de quienes escuchan su historia». En esa historia se acumula toda una riqueza en experiencia y sabiduría, donde los vivos encuentran indicaciones sobre lo que deben hacer. En la novela, por el contrario, se manifiesta la «profunda desorientación del vivo». Mientras que la narración crea comunidad, la alcoba donde nace la novela es el individuo en su soledad y su aislamiento. A diferencia de la novela, que hace análisis psicológicos y desarrolla interpretaciones, la narración describe: «Lo extraordinario, lo prodigioso, se narra con la máxima minuciosidad, pero sin agobiar al lector con el contexto psicológico de la trama».
Para narrar hace falta un estado de relajación. Benjamin declara el tedio el culmen de la relajación intelectual. Es el «ave de ensueño, que incuba el huevo de la experiencia», «una sábana gris y abrigadora, revestida por dentro con un forro de la más cálida y colorida seda», en la que «nos envolvemos al soñar». Pero el ruido de la información, «los crujidos en el bosque de páginas», ahuyentan al ave de ensueño. En el bosque de páginas ya «no se teje ni se hila». Solo se producen y se consumen informaciones a modo de estímulos.
Narrar y escuchar con atención se requieren mutuamente. La comunidad narrativa es una comunidad de personas que escuchan con atención. A la escucha es inherente una atención especial. Quien escucha atentamente está olvidado de sí mismo, se sume en lo que escucha: «Cuanto más olvidado de sí está el que escucha atentamente, tanto más profundamente se le graba lo escuchado».
En el régimen de la información mantienen su plena vigencia las palabras de Georg Büchner: «Somos títeres cuyos hilos mueven poderes desconocidos. ¡Nada somos por nosotros mismos, nada!». El poder se vuelve aún más sutil e invisible, de modo que ya no nos apercibimos expresamente de él. Incluso lo confundimos con la libertad. El filme de animación de Charlie Kaufman Anomalisa ilustra la lógica del poder inteligente y refinado. La película versa sobre un mundo en el que todas las personas tienen el mismo aspecto y hablan con la misma voz. Ese mundo refleja el infierno neoliberal de lo igual, en el que, paradójicamente, se invoca a la autenticidad y a la creatividad. El protagonista, Michael Stone, es un exitoso entrenador de motivación. Un día se da cuenta de que es un muñeco.
El actual tsunami informativo agrava la crisis narrativa, lanzándonos a un paroxismo de la actualidad. Las informaciones trocean el tiempo. El tiempo se reduce a la vía estrecha de lo actual. Carece de amplitud y de profundidad temporales. La presión para actualizar desestabiliza la vida. El pasado ya no repercute en el presente. El futuro se reduce a una permanente actualización de lo actual. De este modo, existimos sin historia, pues la narración es una historia. No solo perdemos las experiencias como tiempo sintetizado, sino también las narrativas de futuro como tiempo que eclosiona. La vida que va pasando de un presente al siguiente, que tropieza de una crisis a la siguiente, de un problema al siguiente, degenera a mera supervivencia. Vivir es más que resolver problemas. Quien se limita a resolver problemas no tiene futuro. La narración es lo único que abre el futuro, al permitirnos albergar esperanzas.
La digitalización agrava la atrofia del tiempo. La realidad se desintegra en informaciones, cuyo margen de actualidad es muy reducido. Las informaciones dependen del acicate de la sorpresa. De este modo, fragmentan el tiempo. También se fragmenta la atención. Las informaciones no toleran que nos demoremos en ellas. En el acelerado intercambio de informaciones, cada una desbanca a la anterior. Snapchat representa la comunicación instantánea digital. Messenger es la expresión más pura de la temporalidad de lo digital. Lo único que importa es el momento. Snaps o instantáneas son sinónimos de «realidades momentáneas». En consecuencia, vuelven a desaparecer al cabo de poco tiempo. La propia realidad se desintegra en snaps. Eso nos saca del anclaje temporal estabilizador. Tampoco las stories que se cuentan en plataformas digitales como Instagram o Facebook son narraciones en sentido propio. No tienen extensión narrativa. Son una mera sucesión de instantáneas que nada narran. En realidad, no son más que informaciones visuales que desaparecen rápidamente. Nada queda. Un eslogan publicitario de Instagram dice: «Publica momentos de tu vida cotidiana en las historias, un formato divertido y espontáneo que solo se muestra durante 24 horas». La limitación temporal provoca un efecto psicológico peculiar. Evoca una sensación de inconsistencia, que genera una sutil presión para comunicarse más.
También los selfis son fotografías instantáneas. No tienen otro sentido que el instante. Frente a las fotografías analógicas, que son un medio para recordar, los selfis son evanescentes informaciones visuales. También, a diferencia de aquellas, los selfis desaparecen para siempre en cuanto los hemos visto rápidamente. No sirven para recordar, sino para comunicarse. En definitiva, anuncian el final del hombre que carga con un destino y con una historia.
La crisis existencial de la Modernidad, como crisis de la narración, se debe a que vida y narración van cada una por su lado. Esa crisis se resume en «vivir o narrar». Ya no parece que la vida sea narrable. En la época anterior a la Modernidad, la vida se cimentaba en las narraciones. En el tiempo como narración no hay solo lunes, martes, miércoles…, sino Pascua, Pentecostés o Navidad como estaciones de una narración. Incluso los días de la semana tienen un sentido narrativo: el miércoles es el día de Mercurio, el jueves el día de Júpiter, etcétera.
Narrar es un juego de luz y sombras, de lo visible y lo invisible, de proximidad y lejanía. La transparencia destruye esta tensión dialéctica, en la que se basa toda narración. El desencantamiento digital del mundo va mucho más allá de aquel desencantamiento que Max Weber achacaba a la racionalización causada por la ciencia.
Hoy vivimos en una sociedad en la que se evitan los contactos. Tocar presupone la alteridad del otro, que es lo que impide que el otro quede reducido a algo disponible. Con un objeto consumible no podemos entablar contacto, sino que lo agarramos o nos lo apropiamos. Precisamente el smartphone, que encarna el dispositivo digital, genera la ilusión de una disponibilidad total. Se asocia con un hábito consumista que abarca todos los ámbitos vitales. Priva al otro de su alteridad y lo degrada a objeto consumible.
La creciente pobreza en contacto nos enferma. Si nos falta por completo el contacto, nos quedamos irremisiblemente atrapados en nuestro ego. El contacto en sentido enfático nos saca de nuestro ego. Pobreza en contacto significa, en definitiva, pobreza en mundo. Nos vuelve depresivos, solitarios y miedosos. La digitalización agrava esta pobreza en contacto y en mundo. Se da la paradoja de que la creciente conectividad nos aísla. En eso consiste la fatídica dialéctica de la interconexión. Estar interconectado no significa haber creado lazos.
Las stories que se publican en las redes sociales, y que en realidad no son otra cosa que autorretratos o escenificaciones de uno mismo, aíslan a las personas. A diferencia de las narraciones, no crean proximidad ni suscitan empatía. Son, en definitiva, informaciones adornadas visualmente, que vuelven a desaparecer en cuanto nos hemos enterado rápidamente de ellas. No narran, sino que publicitan. Tratar de acaparar la atención no es manera de crear una comunidad. En la época del storytelling como storyselling, la narración es indiscernible de la publicidad. En eso consiste la actual crisis de la narración.
El storytelling está hoy en auge. Tanto es así, que da la impresión de que de nuevo volvemos a narrarnos más historias. Pero lo cierto es que el storytelling es lo menos parecido al retorno de la narración. Más bien sirve para instrumentalizar y comercializar las narraciones. Se está implantando como una eficaz técnica de comunicación, que no rara vez persigue fines manipuladores. Todo gira en torno a una sola pregunta: «¿cómo usar el storytelling?». Se equivocará quien crea que los directores de producto volcados en el storytelling representan la vanguardia de una nueva narración.
El storytelling como storyselling carece de aquella fuerza que distinguía originariamente a la narración. Las narraciones, por así decirlo, articulan el ser. De este modo, dan orientación y sostén a la vida. Por el contrario, las narrativas que son producto del storytelling tienen mucho en común con las informaciones. Al igual que estas, son efímeras, arbitrarias y consumibles. Son incapaces de dar estabilidad a la vida.
El storytelling se emplea sobre todo en el marketing. Se utiliza para que incluso cosas sin valor se conviertan en bienes valiosos. Las narrativas son muy importantes para crear valor añadido, porque le prometen al consumidor vivencias especiales. En la época del storytelling consumimos más narrativas que cosas. El contenido narrativo es más importante que el valor de uso. El storytelling comercializa también las historias locales de los sitios.
Vivir es narrar. El hombre como animal narrans se distingue del animal en que, al narrar, realiza nuevas formas de vida. En la narración anida la fuerza de los nuevos comienzos. Toda acción transformadora del mundo se basa en una narración. El storytelling, por el contrario, no conoce más que una sola forma de vida, que es la consumista. El storytelling como storyselling es incapaz de proyectar formas de vida totalmente distintas. En el mundo del storytelling todo se reduce al consumo. Eso nos vuelve ciegos para otras narraciones, para otras formas de vida, para otras percepciones y realidades. En esto consiste la crisis de la narración en la época del storytelling.
Libros del autor comentados en el blog:
https://weedjee.wordpress.com/2015/05/20/psicopolitica-byung-chul-han/
Interesting reflection on the loss of the narrative capacity of our inner worlds in exchange for a ubiquitous avalanche of data, information and consumption.
Of special interest is the moment when he points out that theories ultimately are and must be narrative.
The objective of a theory is to explain the world, unlike instrumentalist thinking that believes that what is important about theories are their measurements and predictions.
In his text, «The crisis of narration» (it is worth asking, what is not in crisis today?), the philosopher draws this definition of what he understands by narration in contrast to the storytelling so fashionable, and in doing so, Look for the elements that make up these two activities and analyze the impact that each of them has on our lives. The book ends up being more of a pamphlet than an essay (despite the fact that it is sold at an essay price, an inconsistency that I leave to the analysis of others), it denounces the lack of depth of the stories that we tell ourselves today, mere stories of the future, full of information that leave nothing hidden, everything is crystalline and transparent, seeking to generate a sale (storyselling) rather than appealing to the construction of identity and meaning, without a subsequent goal.
I find very interesting points in the philosopher’s statements, the idea that narration is made up of an interplay of what is hidden and what is said, unlike history that provides information and makes everything transparent. There is an expression in Japanese culture, «listening to the air», which alludes to the idea that when one listens to another, one has to pay attention to what they are not saying, to the way in which they say it, in order to understand. really to the other. Those who do not know how to do it are referred to as kuuki yomenai (KY), “he who cannot read the air” (how beautiful is the Japanese that has an expression for everything). The point is that in order to read the air, knowledge and understanding of the culture, the values, the context are required. It is not just about understanding what is present at the moment, but it requires connecting with the being. From this point, in which we understand that the stories coming from storytelling are disconnected from the shared experience, from that being as a whole that allows us to listen to the silence, I allow myself to make an additional leap that the author does not make: these current stories are focused on predicting the future (oracle of big data and new intelligence), rather than explaining and giving meaning to our past. The information is processed and exposed to tell us where we are going or should go, the information is a pure description of the rigid past that algorithmically takes us to its consequences. Paradoxically, perhaps, in order to twist the future, we need to narrate our past in a different way.
Unlike Han, I believe that it is impossible not to have a narrative idea, there is no such crisis of narration. There is a mutation, a change, and congratulations for it. The collective narratives that emerged at the beginning of humanity were shared symmetrically by all members of society. At some point, the narratives were transformed into control mechanisms, the collective, shared narratives were managed for the benefit of a few and were almost ubiquitous. Today, thanks also to the information that allows us to deny and question, the way is opening up to a proliferation of different, multiple narratives. How can we not expect a proliferation of narratives when the population multiplied by an order of 8 over the last 200 years? Today, there is not a single narrative, a single collective narrative, there are multiple ways of narrating ourselves. It is true that there is an inflation of stories, and that everything that is inflated is devalued, however I am optimistic. I see a resurgence of literature, and unlike the philosopher who in his text explains the idea that novels were the beginning, the origin of the contrast of stories against narratives, mainly because the aspect of the community is lost in the story and in narrative construction. I disagree with this, I believe that the novel, reading, is a dialogue, it is not an individual activity, I believe that reading is a re-construction of what is written, in the act of seeing, of reading, the reader gives new life to the text and transforms the read text at the same time that it transforms it.
Today everyone talks about narratives. The paradox is that the inflationary use of narratives reveals a crisis of the narrative itself. The fashion of storytelling is becoming all the rage, which is the art of telling stories as a strategy to transmit messages emotionally, but what lies behind this spectacular fashion is a narrative void, which manifests itself as disorientation and lack of meaning. Neither storytelling nor the turn to narrative will make the narrative return. That a paradigm is expressly thematized, or even ends up becoming a favorite topic of research, already presupposes a deep alienation. The clamorous demand for narratives denotes that a dysfunction occurs in them.
Religion is a characteristic narrative, with an intrinsic truth. With his way of narrating, he saves us from contingency. The Christian religion is a meta-narrative, which does not omit any corner of life and bases it on being. Time itself takes on a narrative meaning. The Christian calendar makes each day have its meaning. In the post-narrative era, the calendar loses its narrative character and becomes an agenda emptied of meaning. Religious festivals are the climaxes and apogees of a narrative. Without narration there is no party or festive time, there is no feeling of festivity, lived as an intense sensation of being; There is nothing but work and free time, production and consumption. In the post-narrative era, holidays are marketed as events and spectacles. Rituals are also narrative practices. They are always integrated into a narrative context. As symbolic installation techniques in a home, they make being in the world like being at home.
Narratives generate community. Storytelling, on the contrary, only creates communities. The community is the community in the form of merchandise. It consists of consumers. No storytelling will be able to relight a camp fire, around which people gather to tell stories. The camp fire has long been put out. It is replaced by the digital screen, which isolates people, turning them into consumers. Consumers are lonely. They do not make up any community. Not even the stories or stories that are published on social platforms can fill the narrative void. They are nothing more than pornographic self-portraits or self-exhibitions, a way of advertising themselves. Posting, clicking the “like” button and sharing are consumerist practices that aggravate the narrative crisis.
Capitalism resorts to storytelling to take over the narrative. It subjects it to consumption. Storytelling produces narratives ready to consume.
The earliest symptom of the decline of narrative is, in Benjamin’s opinion, the flowering of the novel genre at the beginning of Modernity. Narrative is fed by experience and is transmitted from generation to generation: «The narrator takes from experience what he narrates: from his own experience or from the one reported. And he, in turn, makes that become the experience of those who listen to his story. In that story a wealth of experience and wisdom is accumulated, where the living find instructions on what they should do. In the novel, on the contrary, the «profound disorientation of the living» is manifested. While the narrative creates community, the bedroom where the novel is born is the individual in his loneliness and isolation from him. Unlike the novel, which makes psychological analyzes and develops interpretations, the narrative describes: «The extraordinary, the prodigious, is narrated with the utmost thoroughness, but without overwhelming the reader with the psychological context of the plot.»
To narrate you need a state of relaxation. Benjamin declares boredom the culmination of intellectual relaxation. It is the «bird of dreams, which incubates the egg of experience», «a gray and warm sheet, covered on the inside with a lining of the warmest and most colorful silk», in which «we wrap ourselves when dreaming.» But the noise of information, «the rustling in the forest of pages,» scares away the dream bird. In the forest of pages «there is no more weaving or spinning.» Information is only produced and consumed as stimuli.
Storytelling and attentive listening require each other. The narrative community is a community of people who listen carefully. Special attention is inherent to listening. He who listens attentively forgets himself, he immerses himself in what he hears: «The more the person who listens attentively forgets himself, the more deeply what he heard is recorded in him.»
In the information regime, Georg Büchner’s words remain fully valid: «We are puppets whose strings move unknown powers. We are nothing by ourselves, nothing! Power becomes even more subtle and invisible, so that we are no longer expressly aware of it. We even confuse it with freedom. Charlie Kaufman’s animated film Anomalisa illustrates the logic of intelligent and refined power. The film is about a world in which everyone looks the same and speaks with the same voice. This world reflects the neoliberal hell of the same, in which, paradoxically, authenticity and creativity are invoked. The protagonist, Michael Stone, is a successful motivation coach. One day he realizes that he is a doll.
The current information tsunami aggravates the narrative crisis, throwing us into a paroxysm of news. Information cuts time apart. Time is reduced to the narrow path of the current. It lacks temporal breadth and depth. The pressure to update destabilizes life. The past no longer affects the present. The future is reduced to a permanent updating of the current. In this way, we exist without history, for narrative is a story. We not only lose experiences as synthesized time, but also future narratives as emerging time. Life that moves from one present to the next, that stumbles from one crisis to the next, from one problem to the next, degenerates into mere survival. Living is more than solving problems. He who limits himself to solving problems has no future. Storytelling is the only thing that opens up the future, allowing us to hope.
Digitalization aggravates the atrophy of time. Reality disintegrates into information, whose relevance is very limited. The information depends on the incentive of surprise. In this way, they fragment time. Attention is also fragmented. The information does not allow us to linger on it. In the accelerated exchange of information, each one ousts the previous one. Snapchat represents instant digital communication. Messenger is the purest expression of the temporality of digital. The only thing that matters is the moment. Snaps or snapshots are synonyms for «momentary realities.» Consequently, they disappear again after a short time. Reality itself disintegrates into snaps. That takes us out of the stabilizing temporal anchorage. Nor are the stories told on digital platforms such as Instagram or Facebook narratives in the proper sense. They have no narrative extension. They are a mere succession of snapshots that tell nothing. In reality, they are nothing more than visual information that disappears quickly. Nothing remains. An Instagram advertising slogan says: “Post moments from your daily life to stories, a fun and spontaneous format that only appears for 24 hours.” The time limitation causes a peculiar psychological effect. It evokes a feeling of inconsistency, which creates a subtle pressure to communicate more.
Selfies are also instant photographs. They have no other meaning than the moment. Compared to analog photographs, which are a means of remembering, selfies are evanescent visual information. Also, unlike those, selfies disappear forever as soon as we have seen them quickly. They are not used to remember, but to communicate. In short, they announce the end of the man who carries a destiny and a history.
The existential crisis of Modernity, as a crisis of narration, is due to the fact that life and narration each go their own way. This crisis is summarized in «living or narrating.» It no longer seems that life is narratable. In the era before Modernity, life was based on narratives. In time as a narrative there is not only Monday, Tuesday, Wednesday…, but Easter, Pentecost or Christmas as seasons of a narrative. Even the days of the week have a narrative meaning: Wednesday is the day of Mercury, Thursday is the day of Jupiter, etc.
Narrating is a game of light and shadows, of the visible and the invisible, of proximity and distance. Transparency destroys this dialectical tension, on which all narration is based. The digital disenchantment of the world goes far beyond that disenchantment that Max Weber attributed to the rationalization caused by science.
Today we live in a society in which contacts are avoided. Touching presupposes the otherness of the other, which is what prevents the other from being reduced to something available. We cannot come into contact with a consumable object, but rather we grab it or appropriate it. Precisely the smartphone, which embodies the digital device, generates the illusion of total availability. It is associated with a consumerist habit that covers all areas of life. It deprives the other of their otherness and degrades them to a consumable object.
The growing poverty in contact makes us sick. If we completely lack contact, we become hopelessly trapped in our ego. Contact in an emphatic sense takes us out of our ego. Poverty in contact means, ultimately, poverty in the world. It makes us depressed, lonely and afraid. Digitalization aggravates this poverty in contact and in the world. There is a paradox that growing connectivity isolates us. This is the fateful dialectic of interconnection. Being interconnected does not mean having created ties.
The stories that are published on social networks, and which in reality are nothing more than self-portraits or stagings of oneself, isolate people. Unlike narratives, they do not create proximity or elicit empathy. They are, in short, visually decorated information, which disappears again as soon as we quickly become aware of it. They do not narrate, but rather they advertise. Trying to monopolize attention is no way to create a community. In the era of storytelling as story-selling, narration is indistinguishable from advertising. That is what the current crisis of storytelling consists of.
Storytelling is booming today. So much so, that it gives the impression that we are once again telling ourselves more stories. But the truth is that storytelling is the least similar to the return of narration. Rather, it serves to instrumentalize and commercialize the narratives. It is being implemented as an effective communication technique, which not rarely pursues manipulative purposes. Everything revolves around a single question: «how to use storytelling?» Anyone who believes that product managers focused on storytelling represent the vanguard of a new narrative will be wrong.
Storytelling as storyselling lacks that force that originally distinguished narration. Narratives, so to speak, articulate being. In this way, they give direction and support to life. On the contrary, the narratives that are the product of storytelling have much in common with information. Like these, they are ephemeral, arbitrary and consumable. They are incapable of giving stability to life.
Storytelling is used above all in marketing. It is used to turn even worthless things into valuable goods. Narratives are very important to create added value, because they promise the consumer special experiences. In the age of storytelling we consume more narratives than things. Narrative content is more important than use value. Storytelling also markets the local stories of the sites.
Living is narrating. Man as an animal narrans is distinguished from the animal in that, by narrating, he realizes new forms of life. The force of new beginnings resides in the narrative. Every transformative action in the world is based on a narrative. Storytelling, on the contrary, only knows one way of life, which is consumerism. Storytelling as storyselling is incapable of projecting totally different ways of life. In the world of storytelling everything comes down to consumption. That makes us blind to other narratives, to other ways of life, to other perceptions and realities. This is the crisis of narration in the age of storytelling.
Books from the author commented in the blog:
https://weedjee.wordpress.com/2015/05/20/psicopolitica-byung-chul-han/
David, earth planet , knopfler and a humble man 
https://x.com/madameatia/status/1806699281237361042