Guaridas Del Lobo. Memorias De La Europa Autoritaria, 1945-2020 — Xosé M. Núñez Seixas / Sites of the Dictators: Memories of Authoritarian Europe, 1945-2020 by Xosé M. Núñez Seixas

Este ensayo aborda el tema de qué hacer con los lugares del dictador. Aquellos lugares que fueron relevantes por haber sido la casa en la que nació o en la que vivió, la plaza o edificio desde los que daba sus discursos, sus tumbas, sus residencias cuando estaban en el poder, sus lugares de muerte… A través de la Historia comparada entre países va trazando la línea que cada país ha ido eligiendo.
La gestión de la memoria siempre es difícil. Y los regímenes posdictatoriales siempre han tenido muchos problemas para gestionar esos lugares, para resignificarlos o darles otros usos. Con la aparición, de nuevo, en la escena pública y política de la extrema derecha muchos países se han dado cuenta de que no estaban haciendo bien sus políticas de memoria. El caso alemán, tan alabado, es uno de ellos.
La extrema derecha está reapropiándose de sus lugares ayudado o no por los diferentes gobiernos. Los pasados traumáticos recientes son una especie de patata caliente, que provoca reacciones apasionadas sobre lo que se debería o no hacer con todos esos lugares.
Núñez Seixas no sólo se adentra en los casos más conocidos como el de Alemania, Italia o España (que él bien conoce porque presidió la comisión de expertos para estudiar las vías legales para recuperar el Pazo de Meirás), sino que nos hace un recorrido por Hungría, Rumanía, Albania, Croacia, Portugal, Francia, Eslovaquia… Cada uno con sus particularidades y sus puntos en común.
La complejidad de mirar el pasado más reciente cara a cara es lo que nos plantea en el libro. La dificultad de la convivencia de un pasado indigesto, que a día de hoy parece estar más vivo que nunca. Lectura recomendable.

España, año 2019. Dos hechos marcaron el retorno de la memoria del franquismo al primer plano de la actualidad. Por un lado, la demanda judicial de la Abogacía del Estado contra los descendientes de Francisco Franco a mediados de julio, para reivindicar la conversión en dominio público del pazo —palacio rural o finca— de Franco en Meirás (Sada, A Coruña). Por otro, el traslado a finales de octubre de los restos mortales del dictador desde el mausoleo del Valle de los Caídos al panteón familiar situado en el cementerio estatal de Mingorrubio (El Pardo, Madrid).
Ambos hitos parecían presagiar el cercano fin de la excepcionalidad hispánica en lo relativo al ajuste de cuentas con el pasado dictatorial. Pero se trata de un proceso aún sujeto a fuertes vaivenes en función de los cambios de mayorías parlamentarias y del color político de los gobiernos. Sin duda, España sigue siendo diferente en más de un aspecto si nos atenemos al patrón europeo-occidental de ajuste de cuentas con el pasado dictatorial y la adopción de políticas proactivas de la memoria por parte de las instituciones.
Sin embargo, la problemática (in)digestión de los lugares de (des) memoria vinculados de modo íntimo a la biografía del dictador no es un fenómeno exclusivamente español. En la gran mayoría de las democracias que sucedieron a los regímenes totalitarios y autoritarios en Europa occidental después de 1945, y que fueron completadas por la «tercera ola» de la democratización, iniciada en la Europa meridional en 1974, continuada en América del Sur en los años ochenta y culminada desde 1990 en Europa centro-oriental,1 se registraron abundantes debates, incertidumbres, resistencias y dilemas.
Figura esencial en toda dictadura es la persona que está en su cúspide. El dictador, en masculino: todos eran hombres, aunque a veces sus cónyuges también desempeñasen un papel en el ejercicio y la práctica del poder. La persona que no tenía que dar explicaciones de su actuación y de sus decisiones a ninguna instancia superior, aunque varios de ellos (como Mussolini o Salazar) coexistiesen con figuras tradicionales, fuesen reyes o presidentes de la República, que ejercían casi siempre una función representativa o nominal. La fuente de la legitimidad de la autoridad del dictador era el carisma.

¿Por qué los lugares de memoria vinculados de manera muy íntima a la biografía personal de los dictadores, los que hemos denominado «lugares de dictador», son tan problemáticos de manejar en la gran mayoría de las sociedades posdictatoriales?
La respuesta sería triple. Primero, por el hecho de ser sumamente variados y de índole muy distinta los objetos, lugares o edificios que pueden devenir en espacio memorial personalizado de un dictador, y por tanto en polo de atracción, culto y reunión de sus partidarios y nostálgicos. Además, por ser entornos vinculados a la biografía del autócrata, también son muchas veces propiedad privada, esto es, pertenecen a su familia próxima o lejana, a sus viudas o a sus descendientes. Eso dificulta la intervención directa de los Estados democráticos, que por definición son Estados de derecho. Y, finalmente, porque en esos entornos la figura del que desde la distancia es un tirano o déspota se transforma casi de manera inconsciente en una persona cualquiera, al alcance de todos. Sin embargo, no por ello la sombra de su carisma desaparece de esos lugares. Salvo mausoleos y palacios, son a menudo casas, tumbas o entornos mayormente modestos y corrientes, donde un personaje que fue especial —o fue presentado como tal por su propia propaganda— nació, vivió, fue a la escuela, jugó con sus amigos, sufrió enfermedad, falleció o reposa para siempre. Donde lo excepcional se hace humano y accesible, y lo casi sagrado se torna próximo y tangible.
Una tipología somera podría reducirlos a cinco categorías:
Primero, la casa natal o paterna, o bien en la que transcurrió la infancia o adolescencia del que después se convertiría en supremo gobernante. Una casa con frecuencia remozada, y más de una vez reinventada o reconstruida para la posteridad. Serían, entre otros, los ejemplos de Adolf Hitler, António de Oliveira Salazar, Benito Mussolini, Enver Hoxha, Iósif Stalin, Josip Broz Tito o Jozef Tiso. Los dictadores podían vivir y morir en palacios rodeados de boato regio; pero a diferencia de los reyes, no habían nacido en ellos, sino que venían de un lugar común, del pueblo. De ahí también el papel crucial de su casa natal.
Segundo, la tumba privada —o semipública— del dictador. Serían los casos de Salazar, Stalin, Hoxha, Nicolae Ceaușescu y, hasta cierto punto, Benito Mussolini. El lugar de enterramiento también puede ser ficticio, o escogido al azar, cuando no hay certeza de dónde reposan los restos del autócrata, como sucedió con la sepultura de Jozef Tiso hasta 2007.
Tercero, las residencias, recintos o espacios donde el dictador desarrolló buena parte de su vida, ligados en general a su actividad política y pública. Serían los casos de la sede del partido nazi (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiter-Partei, NSDAP) en Múnich, así como del complejo o residencia alpina de Obersalzberg, que incluía entre otros el llamado Nido del Águila, una suerte de segunda residencia del Führer y su séquito.
Cuarto, mausoleos construidos o diseñados por el dictador para la posteridad (casos, en especial, de Tito y Franco), o que fueron edificados después de su muerte por sus sucesores, familiares o admiradores, como la pirámide de Hoxha, aunque en ocasiones también revistieron formalmente el carácter de panteón o cripta privada, como en el caso de la familia Mussolini en San Cassiano (Predappio). A esos mausoleos se añadirían, en algunas ocasiones, los espacios residenciales o memoriales que fueron legados o dedicados a prebostes y personalidades destacadas de la dictadura.
Quinto y último, imágenes o lugares de culto integrados en iglesias o templos con advocación religiosa, y que fueron convertidos tras la muerte del dictador o autócrata en un espacio dotado de un significado especial. Aquí podríamos mencionar el templo o iglesia del Retorno en la céntrica plaza de la Libertad de Budapest, presidida en su atrio por una estatua del almirante y regente húngaro Miklós Horthy; o la tumba de parte de los restos de Jozef Tiso en la catedral católica de Nitra (Eslovaquia).

. Los dictadores son los mayores perpetradores de sus regímenes. Aunque no se manchasen directamente las manos de sangre, casi todos ellos tomaron decisiones criminales y ejercieron la responsabilidad máxima de las violaciones de los derechos humanos perpetradas durante sus mandatos. El destino de los lugares de memoria ligados a los perpetradores, al cuerpo del verdugo, constituye siempre una cuestión política y étnicamente controvertida, que se aborda con retraso con respecto a los espacios memoriales vinculados a las víctimas. Esta última categoría adquirió un nuevo valor ético y simbólico con posterioridad a 1945 y, en particular, tras el juicio en Jerusalén al jerarca nazi Adolf Eichmann en 1960-1961.
. La gestión de los espacios físicos asociados de forma muy personal a la biografía de los dictadores presenta algunos rasgos particulares. Se trata, como señalamos, de entornos y edificios cargados de fuerza simbólica y evocativa, que pueden contribuir de forma indirecta a reforzar el aura pasada de los dictadores fascistas o comunistas, lo que sería peligroso en el caso de ideologías que otorgaban gran relevancia al culto al líder. Al mismo tiempo, es casi inevitable que en esos entornos la figura del temido dictador del pasado se humanice, se suavice y muestre una cara de normalidad. Los restos del autócrata, por muy tiránico y temido que fuese en vida, despiertan respeto y compasión, si no devoción, cuando se trasladan a una urna o un sepulcro; su casa natal, sus objetos personales y la presentación de su entorno íntimo contribuyen de manera implícita a hacerlo parecer una persona corriente.
. La discusión acerca de la resignificación de los lugares de dictador suele centrarse no tanto en el discurso de la memoria y los proyectos concretos que se propongan (museos, centros de interpretación, itinerarios temáticos y «museos virtuales», usos caritativos o benéficos, etcétera) como en el dónde, en el entorno físico en el que se deberían ubicar para evitar que la simple evocación de una época y una dictadura, por muy contextualizada que esté, derive en una asociación entre el culto al autócrata y su espacio de memoria. El temor por parte de los Estados democráticos siempre consiste en el posible surgimiento de centros de peregrinación o veneración de los autócratas y sus regímenes, en la recreación póstuma de un mito de los orígenes.
. Existe una diferencia esencial en si los lugares de dictador, en particular sus tumbas o mausoleos, ya fueron creados durante el período de gobierno del autócrata, y su régimen muere con él; o si lo fueron después de su muerte por parte de un sucesor. En el segundo caso, la gestión acostumbra a ser más sencilla (Stalin, Hoxha), pues el sucesor de un dictador no siempre tiene un especial deseo de que el recuerdo de su antecesor le haga sombra, explícita o implícitamente; el destino del lugar de dictador adquiere una relevancia menor dentro de la continuidad de su régimen. Hay excepciones, como las dinastías familiares, de lo que es buen ejemplo Corea del Norte; pero también los padres fundadores de la independencia patria, restauradores de la independencia perdida o creadores de un régimen, cuya memoria acostumbra a ser compartida y no disputada por las generaciones posteriores, y que a menudo ni siquiera son vistos como personajes negativos, sino que se rodean de un aura de ambivalencia.
. Después del final de la dictadura, a una primera fase de olvido, silencio o tolerancia incómoda acostumbra a seguir una segunda etapa en la que se abre un debate en la opinión pública acerca de la gestión y usos de los lugares de dictador. En una tercera fase se plantea antes o después, y casi siempre por parte de las autoridades locales o regionales, la posibilidad de llevar a cabo una explotación pragmática de esos mismos espacios, con la mirada puesta en el turismo y en la búsqueda de visibilidad en el mapa global de los eventos culturales y mediáticos. Eso pasa por una resignificación del lugar de memoria, así como por su contextualización y explicación histórica, previas a su conversión en un entorno público para ser visitado por la ciudadanía en general, con vistas a su educación en valores y su comprensión del pasado. El objetivo último es evitar convertirse en un espacio de culto y peregrinación para nostálgicos de la dictadura, y adversarios de la democracia en general.
. Allí donde los lugares de memoria estaban vinculados a la personalidad pública de los dictadores, y eran por tanto edificios de propiedad pública, su reconversión fue poco problemática desde el punto de vista jurídico, pues bastaba el consenso de las élites políticas gestoras del Estado. Algo semejante ocurre cuando los autócratas fueron depuestos, juzgados y sus haberes expropiados por el Estado. El panorama se complica sobremanera en aquellos casos en que los recintos memoriales eran casas, palacios o sepulturas cuya titularidad pertenecía a la descendencia próxima o lejana del autócrata, o bien a propietarios privados y ajenos a su linaje.
. La significación otorgada a los lugares de dictador tiene mucho que ver con las circunstancias de la muerte de quienes nacieron o reposan en ellos. Algunos fallecieron en el poder y por causas naturales, como Salazar, Stalin, Franco, Tito u Hoxha. No rindieron cuentas en vida de sus crímenes o abusos, y su deceso, a veces precedido de decadencia física y agonía, los humanizó a ojos de muchos de sus gobernados y aun de muchos opositores; pero no constituyó una reparación para sus víctimas, y se convirtió en una asignatura pendiente para los gobiernos democráticos sucesores. Otros autócratas comparecieron ante un tribunal con mayores o menores garantías, fueron condenados y ejecutados, se hizo pública su sentencia y en algunos casos la foto de sus cadáveres, como Jozef Tiso o Nicolae Ceaușescu.
. Cabe recordar que allí donde la ruptura democrática con la dictadura fue explícita y abrupta, las musealizaciones y resemantizaciones de los espacios memoriales heredados fueron mucho más profundas y radicales que en los países donde la continuidad de las élites fue más manifiesta. Con todo, también en esos casos subsistieron amplias zonas de penumbra en lo relativo a la gestión de los lugares de dictador.

El primer paradigma dominante de la política de la memoria sobre el pasado reciente en la Alemania de posguerra (federal, antes y sobre todo después de 1989) fue sin duda el del olvido forzado del dictador. Adolf Hitler era visto sencillamente como un caso aberrante y excepcional, un loco que había sido capaz de engañar, junto a sus secuaces, al conjunto del pueblo alemán, llevándolo a una «doble catástrofe», externa e interna, según expresó el historiador liberal Friedrich Meinecke en 1946, recién vuelto del exilio. Para suerte de los gobernantes de la República Federal Alemana (RFA) fundada en 1949, al igual que para la República Democrática Alemana (RDA) constituida el mismo año, el dictador nazi Adolf Hitler poseía pocas propiedades particulares. El Führer nada había heredado de sus progenitores, que poco tenían; tampoco favoreció con prebendas desde el poder a sus parientes cercanos y lejanos.
Adolf Hitler no fue el único dictador del período de entreguerras que había nacido en Austria. Sin igualar su notoriedad mundial, y mucho menos su carácter criminal, también fue el caso del canciller socialcatólico Engelbert Dollfuß. Era un hombre menudo pero carismático, cuya carrera política estuvo ligada a las organizaciones de propietarios agrarios. Designado ministro de Agricultura en 1931, en mayo de 1932 asumió la presidencia del Gobierno, además de las carteras de Exteriores y Agricultura, con el apoyo de la mayoría de los partidos derechistas. Durante los dos años siguientes el canciller suspendió varios derechos constitucionales, disolvió el Parlamento con la fórmula constitucional de la «autodisolución», creó un partido de corte socialcatólico destinado a ser en algún momento el partido único el Frente Patriótico (Vaterländische Front, VF), e instituyó un modelo de Estado autoritario, católico y corporativo (Ständestaat) que pretendía ser un «segundo Estado alemán» alternativo al modelo del III Reich. Era el denominado por sus opositores austrofascismo.

Fueron varias las dictaduras europeas del período de entreguerras que nacieron de golpes civiles y militares, promovidas por sectores monárquicos, anticomunistas, tradicionalistas o ultraconservadores, y con apoyo de minoritarios partidos fascistas. En sus primeras fases, esas dictaduras experimentaron en grado variable el influjo del régimen fascista italiano y, desde 1933, de la Alemania nazi; se alinearon en política exterior con ambos países; colaboraron en el ámbito militar durante la segunda guerra mundial; o adaptaron a sus propias circunstancias modelos de organización política y económica que eran característicos de las potencias fascistas, desde el corporativismo social y económico al encuadramiento masivo de la juventud, los trabajadores o las mujeres. Otros regímenes nacieron directamente bajo el dominio alemán, como Estados títeres o tutelados por el III Reich, y adoptaron modelos políticos basados en tradiciones propias, pero alineados con los postulados del nazismo. El elenco abarca desde la Francia colaboracionista de Pétain (1940-1944) hasta la Rumanía del mariscal Ion Antonescu, la Hungría del almirante Miklós Horthy o el Estado Independiente de Croacia de Ante Pavelić.

Portugal, a diferencia de la vecina España, la longeva dictadura instaurada por un golpe militar en mayo de 1926, y dominada entre 1933 y 1968 por la figura de António de Oliveira Salazar, sufrió una crisis fulminante. El régimen que había durado cuatro décadas se desmoronó en un solo día, el 25 de abril de 1974. Después de la casi incruenta revolución de los claveles, protagonizada por la oficialidad media del ejército portugués, descontenta por la duración de la guerra colonial, tuvo lugar una auténtica quiebra revolucionaria respecto al pasado dictatorial. La transición a la democracia fue breve, aunque accidentada e inestable, hasta las primeras elecciones celebradas un año más tarde, en abril de 1975.
La política de la memoria pública sobre el pasado reciente de la joven democracia portuguesa se caracterizó en líneas generales por su carácter proactivo. La condena del salazarismo estuvo acompañada de la paralela mitificación del 25 de abril. Una apelación compartida incluso, con mayor o menor entusiasmo, por los partidos que en buena parte recogían numerosos cuadros políticos intermedios del régimen anterior, así como los votos de muchos de los antiguos simpatizantes de Salazar, el centro-derecha liberal del Partido Social Democrata (PSD) y el conservador y democristiano Partido do Centro Democratico Social (CDS, después CDS-PP).
La estigmatización del pasado dictatorial reciente fue rápida y radical, aunque dejó algunas cuestiones en la penumbra, como las referidas a los excesos cometidos durante la larga guerra colonial de 1961-1974 librada en Guinea, Angola y Mozambique, que en parte podían salpicar a muchos de los oficiales que después se rebelaron contra la dictadura. Las purgas «salvajes» de la primera e inestable etapa posrevolucionaria, durante las que también se llevaron a cabo cientos de juicios de miembros de la policía política de Salazar (Polícia Internacional e de Defesa do Estado, PIDE por sus siglas en portugués) en un ejercicio fulminante de justicia transicional, fueron después moderadas por el Gobierno surgido de las primeras elecciones libres y constituyentes del 25 de abril de 1975, que otorgaron la mayoría simple al Partido Socialista (PS) de Mário Soares.

Más allá de Portugal y España, el elenco de dictaduras autoritarias y parafascistas de la Europa de entreguerras es amplio y diverso, en particular en la Europa central y oriental. En varias de ellas, la figura del regente, presidente autoritario o dictador se confundió además en los años posteriores con la del padre, defensor o restaurador de la patria y del Estado nacional, sobre todo si esa estatalidad estuvo sometida a restricciones o fue eliminada durante la segunda guerra mundial, o después del conflicto. El recuerdo de su figura acostumbró a revestirse de atributos paternalistas, tradicionales y hasta religiosos en algunos casos. Por ello, tanto durante sus períodos de gobierno como para las generaciones venideras hasta 1989-1990, los mandatarios supremos de esos países no fueron contemplados de manera unánime como dictadores, sino más bien como presidentes autoritarios, «regeneradores» o reformadores en tiempos de crisis e inestabilidad.
Cinco son de manera específica los casos que abordaremos: los de los países bálticos (Lituania, Estonia y Letonia), Polonia, y —con matices particulares— Grecia. Y junto a ellos cabe recordar un ejemplo sin duda excepcional en la Europa de su tiempo, el mariscal Carl Gustaf Mannerheim en Finlandia, para ilustrar un paradójico contrapunto: el de un militar de convicciones contrarrevolucionarias y tradicionalistas, dotado de un gran prestigio y carisma.

Desde los albores del siglo XXI la fuerte pervivencia de los lugares de memoria vinculados a la dictadura franquista ha sido atribuida con frecuencia a las lagunas del proceso de transición española a la democracia, y a las concesiones de la oposición democrática a las élites tardofranquistas, además de la ausencia de justicia transicional. El elenco abarca desde los monumentos dedicados a los vencedores de 1939 hasta nombres de calles y plazas, placas y cruces en remembranza de los caídos franquistas en las iglesias, y un largo etcétera. Con todo, la presencia de esos espacios memoriales, referencias o símbolos de la dictadura es muy desigual a lo largo del territorio español. Muchos de ellos están abandonados o fueron desprovistos de símbolos franquistas; muchos más fueron retirados. La denominada Ley de la Memoria Histórica (LMH), promulgada en diciembre de 2007 por el Gobierno de Rodríguez Zapatero, supuso en ese sentido un paso importante, aunque insuficiente para parte de la izquierda y del movimiento social memorialista.

El panorama de las dictaduras comunistas del siglo XX en las que desempeñó un papel crucial el culto a la personalidad del dictador es igualmente diverso. Fuera de Europa existen casos bien interesantes para los analistas todavía hoy: he ahí Corea del Norte o, con numerosos matices, la Cuba de Fidel (y Raúl) Castro. También hay regímenes comunistas o poscomunistas que, como Vietnam o China, han evolucionado hacia sistemas autoritarios más blandos y modernizadores, sin mediar un cambio real de régimen político. En Europa, por el contrario, la evolución fue muy distinta. Entre 1988-1989 y 1991 todos los regímenes comunistas desaparecieron, algunos mediante procesos de transición pacífica, como Checoslovaquia, Polonia o Hungría; y otros a través de tránsitos violentos y hasta guerras civiles, como ocurrió en Yugoslavia o en el Cáucaso, y en cierto modo en Albania.
En la gran mayoría de las repúblicas populares creadas en Europa centro-oriental después de la segunda guerra mundial surgieron, siguiendo el modelo soviético, dirigentes con carisma mayormente construido desde el poder, que fueron exaltados a la vez como restauradores de la patria frente al nazifascismo, y como constructores del socialismo. Algunos de ellos, como Walther Ulbricht en la RDA (1949-1971) o Gheorghe Gheorghiu-Dej en Rumanía (1946-1965) permanecieron largo tiempo en sus funciones, fuese como secretarios generales de los partidos comunistas (o socialistas unificados), fuese como primeros ministros y presidentes, y sobrevivieron a la desestalinización de la segunda mitad de los años cincuenta. Otros, como Mátyás Rákosi en Hungría (1947-1956), fueron defenestrados en medio de las tensiones políticas que siguieron a la muerte de Stalin. El dictador de facto de Polonia entre 1946 y 1956, Bolesław Bierut, falleció antes de perder el poder, al igual que Georgi Dimitrov, hombre fuerte de Bulgaria entre 1946 y su inesperado fallecimiento en 1949. También fue el caso del checo Klement Gottwald, presidente de Checoslovaquia entre 1948 y 1953 tras asumir por la fuerza el poder.
Todos esos dirigentes, a menudo caricaturizados como «los pequeños Stalin», imitaron en mayor o menor medida el modelo de culto al líder que les brindaba el estalinismo, aun presentándose a la sombra del dictador soviético.

El país poscomunista que más ha sucumbido a los dictados del turismo de masas a la hora de musealizar el pasado reciente ha sido probablemente la Rumanía del siglo XXI. Cuatro días después de que el 21 de diciembre de 1989 estallase una amplia revolución popular contra su régimen, el dictador Nicolae Ceaușescu y su esposa Elena fueron ejecutados el día de Navidad en un cuartel de policía de la localidad de Targoviste, al sur de Bucarest. Su fusilamiento tuvo lugar de modo inmediato a su condena a muerte por un tribunal popular, en una pantomima de juicio grabada en vídeo y orquestada por algunos de los que se habían rebelado contra su dictadura, entre ellos muchos de sus antiguos partidarios. La revuelta aún se prolongaría durante varios días más, hasta la derrota final de los partidarios de Ceaușescu, dejando un rastro de 1.104 muertos y más de tres millares de heridos.
Los restos mortales de Nicolae y Elena Ceaușescu reposan hoy en una sepultura discreta del cementerio civil de Ghencea, al oeste de Bucarest.

La yugonostalgia es en los albores de la tercera década del siglo XXI un fenómeno tenue, pero persistente, en los Balcanes. Como en el caso de Stalin, el recuerdo de Tito no se asocia tanto a los postulados de su régimen como a los tiempos de estabilidad económica y paz, cuando el pasaporte yugoslavo permitía cruzar fronteras en casi toda Europa y buena parte del mundo. Abarca desde una subcultura juvenil y foros en la red, en los que se puede recrear una Yugoslavia imaginaria que los jóvenes y no tan jóvenes no vivieron, hasta admiradores de su peculiar biografía como partisano y hombre de Estado. En 2016, según una encuesta, un 81 por ciento de los serbios, un 77 por ciento de los bosnios, un 65 por ciento de los montenegrinos y un 45 por ciento de los eslovenos pensaban que la desintegración de Yugoslavia había traído más desventajas que ventajas. Incluso una cuarta parte de los eslovenos consideraba a Tito un gran estadista.

Pocos dictadores comunistas asiáticos fueron derrocados. Fue el caso de Pol Pot, máximo jerarca del régimen genocida de los jemeres rojos en Camboya (1976-1979) y fallecido durante su arresto domiciliario en 1998, mientras esperaba ser juzgado. Tras ser incinerados, sus restos reciben hasta hoy un limitado culto. En el lugar de la cremación del cadáver de Pol Pot se levanta un sencillo cenotafio, ubicado en la localidad fronteriza de Choam, que es visitado por turistas, curiosos e incluso algunos fieles, previo pago de una cantidad a unos guardias; muchos acuden a continuación a un casino cercano. En Mongolia, el grandioso mausoleo de Sükhbaatar, erigido en el centro de la capital Ulán Bator en honor de los líderes comunistas Damdin Sükhbaatar, protagonista de la revolución mongola de 1921, y el presidente del país Khorloogiin Choibalsan, fallecido en 1952, fue demolido en 2005. En su emplazamiento se construyó una sala dedicada al héroe nacional por antonomasia, el emperador mogol del siglo XIII Gengis Kan.

Libros del autor comentados en el blog:

https://weedjee.wordpress.com/2017/02/26/las-utopias-pendientes-xose-m-nunez-seixas/

https://weedjee.wordpress.com/2019/02/26/suspiros-de-espana-el-nacionalismo-espanol-1808-2018-xose-m-nunez-seixas-sighs-from-spain-spanish-nationalism-1808-2018-by-xose-m-nunez-seixas-spanish-book-edition/

https://weedjee.wordpress.com/2024/05/17/guaridas-del-lobo-memorias-de-la-europa-autoritaria-1945-2020-xose-m-nunez-seixas-sites-of-the-dictators-memories-of-authoritarian-europe-1945-2020-by-xose-m-nunez-seixas/

This essay addresses the issue of what to do with the dictator’s places. Those places that were relevant because they were the house in which they were born or in which they lived, the square or building from which they gave their speeches, their tombs, their residences when they were in power, their places of death… Through comparative history between countries, it traces the line that each country has chosen.
Memory management is always difficult. And post-dictatorial regimes have always had many problems managing these places, re-signifying them or giving them other uses. With the appearance, once again, of the extreme right on the public and political scene, many countries have realized that they were not doing their memory policies well. The German case, so praised, is one of them.
The extreme right is reappropriating its places, helped or not by the different governments. Recent traumatic pasts are a kind of hot potato, provoking passionate reactions about what should or should not be done with all those places.
Núñez Seixas not only delves into the best-known cases such as those of Germany, Italy or Spain (which he knows well because he chaired the commission of experts to study the legal means to recover the Pazo de Meirás), but he also takes us on a tour of Hungary, Romania, Albania, Croatia, Portugal, France, Slovakia… Each one with its particularities and its common points.
The complexity of looking at the most recent past face to face is what he presents to us in the book. The difficulty of coexisting with an indigestible past, which today seems to be more alive than ever. Recommended reading.

Spain, 2019. Two events marked the return of the memory of Franco’s regime to the forefront of today. On the one hand, the legal suit of the State Attorney’s Office against the descendants of Francisco Franco in mid-July, to claim the conversion of Franco’s pazo – rural palace or estate – in Meirás (Sada, A Coruña) into public domain. On the other hand, the transfer at the end of October of the dictator’s mortal remains from the mausoleum of the Valle de los Caídos to the family pantheon located in the Mingorrubio state cemetery (El Pardo, Madrid).
Both milestones seemed to herald the near end of Hispanic exceptionalism in terms of settling accounts with the dictatorial past. But it is a process still subject to strong fluctuations depending on the changes in parliamentary majorities and the political color of the governments. Without a doubt, Spain continues to be different in more than one aspect if we stick to the Western-European pattern of settling accounts with the dictatorial past and the adoption of proactive memory policies by institutions.
However, the problematic (in)digestion of places of (mis)memory closely linked to the dictator’s biography is not an exclusively Spanish phenomenon. In the vast majority of democracies that succeeded totalitarian and authoritarian regimes in Western Europe after 1945, and which were completed by the «third wave» of democratization, begun in southern Europe in 1974, continued in South America in The eighties and culminated in 1990 in Central-Eastern Europe,1 there were abundant debates, uncertainties, resistances and dilemmas.
An essential figure in every dictatorship is the person at the top. The dictator, in masculine terms: they were all men, although sometimes his spouses also played a role in the exercise and practice of power. The person who did not have to give explanations for his actions and decisions to any higher authority, even though several of them (such as Mussolini or Salazar) coexisted with traditional figures, whether they were kings or presidents of the Republic, who almost always exercised a representative function. or nominal. The source of the legitimacy of the dictator’s authority was charisma.

Why are places of memory linked in a very intimate way to the personal biography of dictators, what we have called «dictator places», so problematic to manage in the vast majority of post-dictatorial societies?
The answer would be threefold. First, due to the fact that the objects, places or buildings that can become a personalized memorial space for a dictator are extremely varied and of a very different nature, and therefore a pole of attraction, worship and meeting of supporters and nostalgics of him. Furthermore, because they are environments linked to the biography of the autocrat, they are also often private property, that is, they belong to his close or distant family, his widows or his descendants. This makes the direct intervention of democratic States, which by definition are States of law, difficult. And, finally, because in these environments the figure of someone who from a distance is a tyrant or despot is transformed almost unconsciously into an ordinary person, within everyone’s reach. However, the shadow of his charisma does not disappear from those places. Except for mausoleums and palaces, they are often houses, tombs or mostly modest and ordinary environments, where a character who was special – or was presented as such by his own propaganda – was born, lived, went to school, played with his friends, suffered. illness, died or rests forever. Where the exceptional becomes human and accessible, and the almost sacred becomes close and tangible.
A cursory typology could reduce them to five categories:
First, the birth or paternal house, or in which the childhood or adolescence of the person who would later become supreme ruler passed. A house frequently renovated, and more than once reinvented or rebuilt for posterity. They would be, among others, the examples of Adolf Hitler, António de Oliveira Salazar, Benito Mussolini, Enver Hoxha, Iósif Stalin, Josip Broz Tito or Jozef Tiso. Dictators could live and die in palaces surrounded by royal pageantry; But unlike the kings, they were not born into them, but came from a common place, from the people. Hence also the crucial role of his birthplace.
Second, the private—or semi-public—tomb of the dictator. These would be the cases of Salazar, Stalin, Hoxha, Nicolae Ceaușescu and, to a certain extent, Benito Mussolini. The burial place can also be fictitious, or chosen at random, when there is no certainty as to where the autocrat’s remains rest, as was the case with the burial of Jozef Tiso until 2007.
Third, the residences, compounds or spaces where the dictator lived a good part of his life, generally linked to his political and public activity. These would be the cases of the headquarters of the Nazi party (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiter-Partei, NSDAP) in Munich, as well as the complex or Alpine residence of Obersalzberg, which included, among others, the so-called Eagle’s Nest, a sort of second residence for the Führer and the entourage of him.
Fourth, mausoleums built or designed by the dictator for posterity (especially cases of Tito and Franco), or that were built after his death by his successors, relatives or admirers, such as the pyramid of Hoxha, although sometimes also They formally took on the character of a pantheon or private crypt, as in the case of the Mussolini family in San Cassiano (Predappio). To these mausoleums would be added, on some occasions, residential spaces or memorials that were bequeathed or dedicated to provosts and prominent personalities of the dictatorship.
Fifth and last, images or places of worship integrated into churches or temples with religious dedication, and that were converted after the death of the dictator or autocrat into a space endowed with a special meaning. Here we could mention the Temple or Church of the Return in the central Liberty Square of Budapest, presided over in its atrium by a statue of the Hungarian admiral and regent Miklós Horthy; or the tomb of part of the remains of Jozef Tiso in the Catholic cathedral of Nitra (Slovakia).

. Dictators are the biggest perpetrators of their regimes. Although they did not directly stain their hands with blood, almost all of them made criminal decisions and exercised maximum responsibility for the human rights violations perpetrated during their mandates. The fate of the places of memory linked to the perpetrators, to the body of the executioner, always constitutes a politically and ethnically controversial question, which is addressed belatedly with respect to the memorial spaces linked to the victims. This last category acquired a new ethical and symbolic value after 1945 and, in particular, after the trial in Jerusalem of the Nazi leader Adolf Eichmann in 1960-1961.
. The management of physical spaces associated in a very personal way with the biography of dictators presents some particular features. These are, as we pointed out, environments and buildings loaded with symbolic and evocative force, which can indirectly contribute to reinforcing the past aura of fascist or communist dictators, which would be dangerous in the case of ideologies that gave great importance to worship. to the leader. At the same time, it is almost inevitable that in these environments the figure of the feared dictator of the past becomes humanized, softened and shows a face of normality. The remains of the autocrat, no matter how tyrannical and feared he was in life, arouse respect and compassion, if not devotion, when transferred to an urn or a tomb; His birthplace, his personal belongings, and the presentation of his intimate surroundings all implicitly contribute to making him seem like an ordinary person.
. The discussion about the resignification of the dictator’s places tends to focus not so much on the discourse of memory and the specific projects that are proposed (museums, interpretation centers, thematic itineraries and «virtual museums», charitable or charitable uses, etc.) as in the where, in the physical environment in which they should be located to prevent the simple evocation of a time and a dictatorship, no matter how contextualized it may be, from resulting in an association between the cult of the autocrat and his memory space. The fear on the part of democratic States always consists of the possible emergence of centers of pilgrimage or veneration of autocrats and their regimes, in the posthumous recreation of a myth of origins.
. There is an essential difference in whether the dictator’s sites, in particular his tombs or mausoleums, were already created during the autocrat’s period of rule, and his regime dies with him; or if they were after his death by a successor. In the second case, management is usually simpler (Stalin, Hoxha), since the successor of a dictator does not always have a special desire to be overshadowed by the memory of his predecessor, explicitly or implicitly; The fate of the dictator’s place acquires minor relevance within the continuity of his regime. There are exceptions, such as family dynasties, of which North Korea is a good example; but also the founding fathers of national independence, restorers of lost independence or creators of a regime, whose memory is usually shared and not disputed by subsequent generations, and who are often not even seen as negative characters, but rather are They surround themselves with an aura of ambivalence.
. After the end of the dictatorship, a first phase of oblivion, silence or uncomfortable tolerance is usually followed by a second stage in which a debate opens in public opinion about the management and uses of the dictator’s places. In a third phase, sooner or later, and almost always by local or regional authorities, the possibility of carrying out a pragmatic exploitation of those same spaces is raised, with an eye toward tourism and the search for visibility in the global map of cultural and media events. This involves a resignification of the place of memory, as well as its contextualization and historical explanation, prior to its conversion into a public environment to be visited by citizens in general, with a view to their education in values and their understanding of the past. The ultimate objective is to avoid becoming a space of worship and pilgrimage for those nostalgic for the dictatorship, and adversaries of democracy in general.
. Where the places of memory were linked to the public personality of the dictators, and were therefore publicly owned buildings, their reconversion was little problematic from a legal point of view, since the consensus of the political elites managing the State was sufficient. Something similar happens when autocrats were deposed, tried, and their assets expropriated by the State. The picture becomes extremely complicated in those cases in which the memorial sites were houses, palaces or tombs whose ownership belonged to the immediate or distant descendants of the autocrat, or to private owners unrelated to his lineage.
. The significance given to the dictator’s places has a lot to do with the circumstances of the death of those who were born or rest there. Some died in power and from natural causes, such as Salazar, Stalin, Franco, Tito or Hoxha. They were not held accountable in life for their crimes or abuses, and their death, sometimes preceded by physical decay and agony, humanized them in the eyes of many of those they governed and even of many opponents; but it did not constitute reparation for its victims, and it became a pending issue for the successor democratic governments. Other autocrats appeared before a court with greater or lesser guarantees, were convicted and executed, their sentence and in some cases the photo of their corpses were made public, such as Jozef Tiso or Nicolae Ceaușescu.
. It is worth remembering that where the democratic break with the dictatorship was explicit and abrupt, the musealizations and resemantizations of the inherited memorial spaces were much deeper and more radical than in countries where the continuity of the elites was more evident. However, in those cases too, large areas of gloom remained regarding the management of the dictator’s places.

The first dominant paradigm of the politics of memory about the recent past in post-war Germany (federal, before and especially after 1989) was undoubtedly that of the forced forgetting of the dictator. Adolf Hitler was simply seen as an aberrant and exceptional case, a madman who had been able to deceive, together with his henchmen, the entire German people, leading them to a «double catastrophe», external and internal, according to the liberal historian Friedrich. Meinecke in 1946, having just returned from exile. Luckily for the rulers of the Federal Republic of Germany (FRG) founded in 1949, as well as for the German Democratic Republic (GDR) established the same year, the Nazi dictator Adolf Hitler owned few particular properties. The Führer had inherited nothing from his parents, who had little; He also did not favor his close and distant relatives with perks from power.
Adolf Hitler was not the only dictator of the interwar period who was born in Austria. Without matching his worldwide notoriety, much less his criminal character, this was also the case with the social-Catholic chancellor Engelbert Dollfuß. He was a small but charismatic man, whose political career was linked to landowner organizations. Appointed Minister of Agriculture in 1931, in May 1932 he assumed the presidency of the Government, in addition to the portfolios of Foreign Affairs and Agriculture, with the support of the majority of right-wing parties. During the following two years the chancellor suspended several constitutional rights, dissolved Parliament with the constitutional formula of «self-dissolution», created a social-Catholic party destined to eventually become the single party, the Patriotic Front (Vaterländische Front, VF), and instituted an authoritarian, Catholic and corporate model of State (Ständestaat) that sought to be a «second German State» alternative to the model of the Third Reich. He was called Austrofascism by his opponents.

There were several European dictatorships in the interwar period that were born from civil and military coups, promoted by monarchist, anti-communist, traditionalist or ultra-conservative sectors, and with the support of minority fascist parties. In their early phases, these dictatorships experienced to varying degrees the influence of the Italian fascist regime and, since 1933, of Nazi Germany; They aligned themselves in foreign policy with both countries; They collaborated in the military field during the Second World War; or they adapted to their own circumstances models of political and economic organization that were characteristic of fascist powers, from social and economic corporatism to the massive inclusion of youth, workers or women. Other regimes were born directly under German rule, as puppet states or supervised by the Third Reich, and adopted political models based on their own traditions, but aligned with the postulates of Nazism. The cast ranges from the collaborationist France of Pétain (1940-1944) to the Romania of Marshal Ion Antonescu, the Hungary of Admiral Miklós Horthy or the Independent State of Croatia of Ante Pavelić.

Portugal, unlike neighboring Spain, the long-standing dictatorship established by a military coup in May 1926, and dominated between 1933 and 1968 by the figure of António de Oliveira Salazar, suffered a devastating crisis. The regime that had lasted four decades collapsed in a single day, on April 25, 1974. After the almost bloodless revolution of the carnations, carried out by the average officers of the Portuguese army, dissatisfied with the duration of the colonial war, it had an authentic revolutionary break with respect to the dictatorial past. The transition to democracy was brief, although bumpy and unstable, until the first elections held a year later, in April 1975.
The politics of public memory about the recent past of the young Portuguese democracy was broadly characterized by its proactive nature. The condemnation of Salazarism was accompanied by the parallel mythification of April 25. An appeal even shared, with more or less enthusiasm, by the parties that largely included numerous intermediate political cadres of the previous regime, as well as the votes of many of Salazar’s former sympathizers, the centre-right liberal Social Democratic Party ( PSD) and the conservative and Christian Democratic Social Democratic Center Party (CDS, later CDS-PP).
The stigmatization of the recent dictatorial past was rapid and radical, although it left some issues in the shadows, such as those referring to the excesses committed during the long colonial war of 1961-1974 fought in Guinea, Angola and Mozambique, which in part could affect many of the officers who later rebelled against the dictatorship. The «savage» purges of the first and unstable post-revolutionary stage, during which hundreds of trials of members of Salazar’s political police (Polícia Internacional e de Defesa do Estado, PIDE by its Portuguese acronym) were also carried out in a fulminating exercise of transitional justice, were later moderated by the Government that emerged from the first free and constituent elections of April 25, 1975, which granted a simple majority to the Socialist Party (PS) of Mário Soares.

Beyond Portugal and Spain, the list of authoritarian and parafascist dictatorships in interwar Europe is broad and diverse, particularly in central and eastern Europe. In several of them, the figure of the regent, authoritarian president or dictator was also confused in later years with that of the father, defender or restorer of the homeland and the national State, especially if that statehood was subject to restrictions or was eliminated during the second world war, or after the conflict. The memory of his figure tended to be clothed with paternalistic, traditional and even religious attributes in some cases. For this reason, both during their periods of government and for future generations until 1989-1990, the supreme leaders of those countries were not unanimously viewed as dictators, but rather as authoritarian presidents, «regenerators» or reformers in times of crisis. and instability.
There are specifically five cases that we will address: those of the Baltic countries (Lithuania, Estonia and Latvia), Poland, and—with particular nuances—Greece. And along with them it is worth remembering an undoubtedly exceptional example in the Europe of his time, Marshal Carl Gustaf Mannerheim in Finland, to illustrate a paradoxical counterpoint: that of a soldier with counterrevolutionary and traditionalist convictions, endowed with great prestige and charisma.

Since the dawn of the 21st century, the strong survival of places of memory linked to the Franco dictatorship has frequently been attributed to the gaps in the Spanish transition process to democracy, and to the concessions of the democratic opposition to the late Franco elites, in addition to the absence of transitional justice. The list ranges from the monuments dedicated to the victors of 1939 to the names of streets and squares, plaques and crosses in remembrance of the fallen Francoists in the churches, and a long etcetera. However, the presence of these memorial spaces, references or symbols of the dictatorship is very uneven throughout the Spanish territory. Many of them are abandoned or were devoid of Francoist symbols; many more were removed. The so-called Law of Historical Memory (LMH), enacted in December 2007 by the Government of Rodríguez Zapatero, was an important step in this sense, although insufficient for part of the left and the memorialist social movement.

The panorama of communist dictatorships of the 20th century in which the cult of the dictator’s personality played a crucial role is equally diverse. Outside Europe there are still very interesting cases for analysts today: here is North Korea or, with numerous nuances, the Cuba of Fidel (and Raúl) Castro. There are also communist or post-communist regimes that, like Vietnam or China, have evolved towards softer and more modernizing authoritarian systems, without mediating a real change of political regime. In Europe, on the contrary, the evolution was very different. Between 1988-1989 and 1991 all communist regimes disappeared, some through peaceful transition processes, such as Czechoslovakia, Poland or Hungary; and others through violent transits and even civil wars, as happened in Yugoslavia or the Caucasus, and to a certain extent in Albania.
In the vast majority of the popular republics created in central-eastern Europe after the Second World War, leaders emerged, following the Soviet model, with charisma largely built from power, who were simultaneously exalted as restorers of the homeland in the face of Nazi-fascism. , and as builders of socialism. Some of them, such as Walther Ulbricht in the GDR (1949-1971) or Gheorghe Gheorghiu-Dej in Romania (1946-1965) remained in their positions for a long time, either as general secretaries of the communist (or unified socialist) parties, or as prime ministers and presidents, and survived the de-Stalinization of the second half of the 1950s. Others, such as Mátyás Rákosi in Hungary (1947-1956), were defenestrated amid the political tensions that followed Stalin’s death. The de facto dictator of Poland between 1946 and 1956, Bolesław Bierut, died before losing power, as did Georgi Dimitrov, strongman of Bulgaria between 1946 and his unexpected death in 1949. This was also the case of the Czech Klement Gottwald, president of Czechoslovakia between 1948 and 1953 after assuming power by force.
All of these leaders, often caricatured as «the little Stalins», imitated to a greater or lesser extent the model of leader worship that Stalinism offered them, even presenting themselves in the shadow of the Soviet dictator.

The post-communist country that has succumbed the most to the dictates of mass tourism when it comes to museumizing the recent past has probably been the Romania of the 21st century. Four days after a widespread popular revolution against his regime broke out on December 21, 1989, dictator Nicolae Ceaușescu and his wife Elena were executed on Christmas Day in a police station in the town of Targoviste, south of Bucharest. His execution took place immediately after his death sentence by a popular court, in a pantomime trial recorded on video and orchestrated by some of those who had rebelled against his dictatorship, including many of his former supporters. of the. The revolt would continue for several more days, until the final defeat of Ceaușescu’s supporters, leaving a trail of 1,104 dead and more than three thousand wounded.
The mortal remains of Nicolae and Elena Ceaușescu today rest in a discreet grave in the civil cemetery of Ghencea, west of Bucharest.

Yugonostalgia is at the dawn of the third decade of the 21st century a tenuous, but persistent, phenomenon in the Balkans. As in the case of Stalin, the memory of Tito is not associated so much with the postulates of his regime as with the times of economic stability and peace, when the Yugoslav passport allowed crossing borders in almost all of Europe and much of the world. It ranges from a youth subculture and online forums, in which an imaginary Yugoslavia can be recreated that the young and not so young did not experience, to admirers of his peculiar biography as a partisan and statesman. In 2016, according to a survey, 81 percent of Serbs, 77 percent of Bosnians, 65 percent of Montenegrins and 45 percent of Slovenes thought that the breakup of Yugoslavia had brought more disadvantages than advantages . Even a quarter of Slovenes considered Tito a great statesman.

Few Asian communist dictators were overthrown. This was the case of Pol Pot, top leader of the genocidal Khmer Rouge regime in Cambodia (1976-1979) who died during his house arrest in 1998, while he was awaiting trial. After being cremated, his remains receive a limited cult to this day. At the place where Pol Pot’s body was cremated, a simple cenotaph stands, located in the border town of Choam, which is visited by tourists, curious people and even some faithful, after paying an amount to some guards; many then go to a nearby casino. In Mongolia, the grandiose Sükhbaatar Mausoleum, erected in the center of the capital Ulaanbaatar in honor of the communist leaders Damdin Sükhbaatar, protagonist of the Mongolian revolution of 1921, and the country’s president Khorloogiin Choibalsan, who died in 1952, was demolished in 2005. A hall dedicated to the national hero par excellence, the 13th century Mughal emperor Genghis Khan, was built on its site.

Books from the author commented in the blog:

https://weedjee.wordpress.com/2017/02/26/las-utopias-pendientes-xose-m-nunez-seixas/

https://weedjee.wordpress.com/2019/02/26/suspiros-de-espana-el-nacionalismo-espanol-1808-2018-xose-m-nunez-seixas-sighs-from-spain-spanish-nationalism-1808-2018-by-xose-m-nunez-seixas-spanish-book-edition/

https://weedjee.wordpress.com/2024/05/17/guaridas-del-lobo-memorias-de-la-europa-autoritaria-1945-2020-xose-m-nunez-seixas-sites-of-the-dictators-memories-of-authoritarian-europe-1945-2020-by-xose-m-nunez-seixas/

Un pensamiento en “Guaridas Del Lobo. Memorias De La Europa Autoritaria, 1945-2020 — Xosé M. Núñez Seixas / Sites of the Dictators: Memories of Authoritarian Europe, 1945-2020 by Xosé M. Núñez Seixas

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