Megamenazas: Las Diez Tendencias Globales Que Ponen En Peligro Nuestro Futuro Y Cómo Sobrevivir A Ellas — Nouriel Roubini / MegaThreats: Ten Dangerous Trends That Imperil Our Future, And How to Survive Them by Nouriel Roubini

Los riesgos y las amenazas acechan por todas partes. Pero los hay que avanzan despacio, y algunos son mucho más peligrosos que otros. Algunos de los más peligrosos son también los más lentos, lo que hace que sea en especial difícil generar una respuesta colectiva.
Aunque causan una inmensa miseria, como ha demostrado la reciente y brutal invasión rusa de Ucrania, no utilizo el término megamenaza para referirme expresamente a la guerra. Desde que se escribe la historia, si no más, las guerras nos han azotado; algunas son locales, otras globales; algunas discurren con rapidez, otras se prolongan durante muchos años. Pero las guerras no constituyen un problema nuevo, y el evitarlas no entra dentro de mi especialidad, si bien también consideraré las megamenazas geopolíticas que podrían llevar a una guerra entre grandes potencias y causar un grave impacto humano, económico y financiero. En cambio, las megamenazas que más me preocupan son los amplios desafíos económicos, financieros, políticos, geopolíticos, comerciales, tecnológicos, sanitarios y climáticos. Algunas, como las geopolíticas, pueden desembocar en una guerra fría y a la larga en un conflicto bélico. Escribí este libro porque creo que nos enfrentamos a diez de ellas, de tan inmensa escala y urgencia que debemos mirar al futuro con una visión clara y hacer lo que podamos por evitar que nos destruyan.

Terminé de leer “Megaamenazas: las diez tendencias globales que ponen en peligro nuestro futuro y cómo sobrevivir a ellas” de Nouriel Roubini.
El argumento resumido de este libro es que la economía global enfrenta varias de las llamadas megaamenazas a su estabilidad. Cada uno de estos tiene diferentes probabilidades de ocurrir realmente, diferentes plazos para ocurrir y diferentes rendimientos para una posible disupción. Estas megaamenazas se acercan a nosotros en un contexto de gobiernos que se están quedando sin herramientas para abordar los sucesivos shocks económicos que probablemente causarán a medida que surjan.
El autor expone el caso de que en la mayoría de los países, especialmente en aquellos con economías avanzadas, las deudas gubernamentales han alcanzado niveles en los que una crisis de deuda inesperada puede ser potencialmente catastrófica. La economía global interconectada también plantea la posibilidad de un contagio internacional que resulte en una crisis de deuda global causada por la sucumbencia de unas pocas economías.
Estas áreas de preocupación van acompañadas de la perspectiva del flagelo moderno de la inflación, que vuelve a estar vigente y aún puede convertirse en “estanflación” (una horrible combinación de inflación y desempleo). Este libro fue escrito en 2022, por lo que en muchos sentidos esta advertencia parece preocupantemente profética. El autor sostiene que los instintos naturales del gobierno de rescatar sectores de la economía o agregar liquidez al sistema bien pueden empeorar esos problemas. Además, en opinión del autor, el uso de métodos y teorías más complejos como la “flexibilización cuantitativa” y la política monetaria moderna se está volviendo más arriesgado, ya que sus efectos secundarios (especialmente a largo plazo) son cada vez más difíciles de entender.
Además de las amenazas económicas mencionadas, el autor también analiza el surgimiento de la Inteligencia Artificial, la llamada Nueva Guerra Fría entre Estados Unidos y China y el cambio climático. La discusión anterior es una de las más detalladas que he visto y he señalado fácilmente muchos libros que se centran únicamente en este tema. El autor hace bien en recalcar que, en teoría, hay pocos trabajos que la IA no pueda eventualmente reemplazar, disipando los mitos de que se trata únicamente de automatizar la logística en las economías. Sin embargo, sentí que el autor no consideró suficientemente seriamente los beneficios potenciales de la IA (aunque se reflexionó sobre algunos).
Para mí, el capítulo de la Nueva Guerra Fría en realidad no reveló mucho más de lo que ya sabía sobre las disputas diplomáticas y económicas entre Estados Unidos y China. Pero sí aprecié que el autor hablara de los grandes costos que implican las llamadas empresas de “apuntalamiento de amigos” que anteriormente estaban en la esfera de China, desvinculando partes de las economías de las naciones occidentales de las suyas. Fue sólo hacia el final de este libro cuando el autor pareció hacer una muestra de apoyo a suavizar el personal del gobierno de Estados Unidos y buscar más empresas conjuntas con el gobierno chino. Desde mi punto de vista, el autor dedicó demasiado tiempo a explicar las graves implicaciones de la rivalidad entre Estados Unidos y China.
El penúltimo capítulo describe lo peor de lo que podría suceder si la humanidad se viera afectada por estas sucesivas megaamenazas. El capítulo se titula muy acertadamente «Destino oscuro», que afortunadamente evitó una demanda con la franquicia Terminator al no llamarlo «Destino oscuro». Decir que este capítulo es sombrío es quedarse corto. Es tan oscuro que casi escribe su propio álbum de Doom Metal. Este capítulo está en cierto modo equilibrado por un capítulo siguiente que presenta un camino a seguir más “utópico”. Para ser honesto, estaba mucho más interesado en eso y me decepcionó bastante que solo se descartaran unas pocas ideas decentes, pero no se elaboraran, para luego llegar al final de dicho capítulo. Para ser honesto, sentí que el capítulo “Dark Destiny” tocaba un terreno muy familiar y parecía un poco indulgente en términos de drama e imágenes oscuras. ¡Puedo poner las noticias si necesito más!.
Para mí, este libro trata, en muchos sentidos, del chiste irlandés sobre la diplomacia irlandesa; te lleva al infierno pero te hace pagar el viaje. Yo diría que es un libro agradable en la medida en que es informativo y no endulza nada (en todo caso, podría provocar pesadillas a los impresionables. En el lado positivo, el autor expone sus casos de amenazas de una manera que «Es meticuloso y está bien investigado. Yo diría que al principio puede sentirse un poco empantanado en la jerga económica, pero comprendo perfectamente que, dado su experiencia como economista, los viejos hábitos pueden ser difíciles de eliminar. Sin embargo, en su mayor parte, las actividades no económicas Los términos de la jerga se mantienen al mínimo o se explican claramente. Hay algunas ideas realmente buenas para mitigar o abordar algunas de las megaamenazas que comparte el autor, pero sentí que a veces esto se hizo con demasiada moderación como para no distraer la atención de los tonos oscuros de La idea de utilizar la Renta Básica Universal (RBU) para ayudar a mitigar los efectos del desempleo relacionado con la IA e incluso usar la IA para automatizar en gran medida los servicios financieros tuvo enormes implicaciones, pero sentí que se les dio muy poca discusión. ¡Reemplazar a los banqueros de inversión, los comerciantes de acciones y los actuarios con IA cuando pensaban que serían los trabajadores manuales los que se llevarían la tajada! Se reconoció que encontrar formas de reducir la desigualdad salarial era un gran problema, pero en cierto modo se hizo caso omiso de ello durante el debate sobre posibles soluciones.
En general, siento que este fue un libro fuertemente investigado y principalmente bien razonado. Pero sentí que en sus esfuerzos por dar una impresión seria a los lectores, enfatizaba las desastrosas y breves discusiones sobre cómo evitar el desastre. También sentí que el autor a menudo se centraba demasiado en Estados Unidos al explicar las amenazas globales. Sin embargo, aprecio la honestidad del autor al indicar al lector otros libros que exploran algunas de las megaamenazas más profundamente. Quizás la próxima vez que escriba un libro, piense un poco más en algunos de nosotros que queremos saber a qué nos enfrentamos Y queremos ayudar a encontrar soluciones para abordarlos.
Siento que las posibles aplicaciones positivas de la Inteligencia Artificial (IA) a menudo reciben poca atención. En lugar de ser el gran debilitador de los trabajadores humanos, ¿podría la IA ser su mayor ayuda? La IA podría ayudar a los hospitales con poco personal en lugar de reemplazar al personal humano. ¿Existe un oscuro trasfondo nativista en nuestros problemas con la IA que genera arte, porque no lo genera a partir de una inteligencia basada en un organismo? ¿O hay una parte de nosotros que espera que el arte genuino sea dominio exclusivo de los humanos? En lugar de ayudar a librar guerras, ¿podría la IA hacerlas innecesarias al proponer soluciones políticas? ¿Quizás una solución mutuamente aceptable para el conflicto palestino-israelí esté más allá de la capacidad y la paciencia de las mentes humanas, pero no de las mentes de la IA? Sin embargo, el autor plantea un punto excelente: el desempleo o el subempleo de humanos causado por la IA puede ser una gran justificación para experimentar con los Sistemas de Renta Básica Universal (RBU). Me pregunto si este puede ser el camino hacia el futuro utópico que trazó Star Trek, como en Primer contacto, donde el Capitán Picard le dice a un sobreviviente de la Tercera Guerra Mundial que “la adquisición de riqueza ya no es la gran fuerza impulsora de nuestras vidas”, sino la exploración y la superación personal son los principales objetivos de la vida de las personas. Me lo imagino y, para ser honesto, lo encuentro bastante hermoso.

El mundo entero se parece cada vez más a Argentina. La deuda pública de los gobiernos, además de la deuda privada de las empresas, las instituciones financieras y los particulares, ya se estaba disparando sin control antes de que llegara la gigantesca cuenta de la respuesta a la pandemia de la COVID-19. En Estados Unidos, el paquete de ayuda aprobado en 2021 fue de 1,9 billones de dólares, más dos enormes medidas de estímulo aprobadas durante la presidencia de Trump, que desde 2019 han añadido 4,5 billones de dólares a su deuda pública. A principios de 2021, el exsecretario del Tesoro Lawrence Summers advirtió en un artículo de opinión en The Washington Post que eso «representaría el acto más audaz de política de estabilización macroeconómica de la historia de Estados Unidos», y de forma acertada expresó su preocupación de que un estímulo tan grande y excesivo sobrecalentaría la economía y causaría una alta inflación. Después, la Administración Biden planificó sin demora otros entre 3 y 4 billones de dólares de inversión social y en infraestructuras que sólo se financiarían parcialmente con impuestos más altos. Por suerte, sólo se aprobó una parte de ese gasto adicional a gran escala.
Ya sea para invertir o para consumir, los países, las empresas y los hogares piden dinero prestado. La inversión en nuevo capital, público o privado, paga cosas que duran mucho tiempo en el futuro. Mediante la deuda pública, los países invierten en puertos, carreteras, puentes y otras infraestructuras. En el sector privado, las empresas invierten en maquinaria, software y ordenadores para producir más bienes y servicios. Los hogares piden préstamos para invertir en viviendas o en educación. Pedir prestado para invertir puede tener sentido siempre que el rendimiento de la inversión sea superior al coste de su financiación. Por su parte, pedir prestado para consumir es utilizar la deuda para cubrir facturas o déficits recurrentes que deberían cubrir los beneficios de explotación.
La experiencia enseña una regla de oro a los solicitantes prudentes de un préstamo público y privado: pedir prestado para invertir, no para consumir. En principio, pedir prestado para consumir es más arriesgado que hacerlo para invertir. Cuando reiteradamente los préstamos cubren el estancamiento de los salarios, los déficits presupuestarios, artículos discrecionales o gastos de vacaciones, los prestatarios están iniciando un camino difícil y resbaladizo que puede llevar a la quiebra.
Pero el endeudamiento excesivo para pagar activos sobrevalorados también supone un riesgo considerable. No hay nada que genere más rápido una frívola burbuja de activos que la deuda barata que se vierte en el mercado.
Las crisis financieras y de deuda no sólo estallan en las frágiles economías emergentes. La historia financiera de las últimas décadas está plagada de crisis económicas también en las economías avanzadas. Cuando el mal juicio se apodera de los inversores, la deuda actúa como un esteroide.
Al principio, la crisis de la COVID-19 condujo a la peor recesión mundial desde la Segunda Guerra Mundial. La pandemia sacudió una economía mundial ya cargada con enormes cantidades de deuda privada y pública. En las economías avanzadas, bajo la presunción de que una inyección de efectivo podría llevar a la mayoría de los hogares y empresas al otro lado de un déficit de ingresos, la respuesta consistió en una inusual flexibilización monetaria, fiscal y crediticia. En términos económicos formales, estos prestatarios no tenían liquidez, pero sí eran solventes.
Esperando que la pandemia remitiera una vez que pudiera empezar la vacunación, los gobiernos inyectaron grandes sumas de dinero para ayudar a las empresas sin liquidez a mantener las operaciones más básicas e imprescindibles. Con todo, hubo bajas. Muchas empresas, pequeñas y grandes, sufrieron. En el proceso, las deudas públicas y privadas se fueron acumulando. La solución exigía aún más aumentos de la deuda privada y pública, facilitados por los bancos centrales que imprimían dinero («flexibilización cuantitativa» y «flexibilización del crédito») a mayor ritmo que durante la crisis de 2008.
Los países en desarrollo más pobres carecían de capacidad para aplicar estímulos fiscales y monetarios agresivos.
Democratizar la financiación al facilitar el acceso y reducir el costo de los créditos abre unas compuertas que rara vez reciben el escrutinio que merecen.
Puede que la crisis de deuda sea la peor a la que nos hayamos tenido que enfrentar nunca. Pero no es más que una de las varias megamenazas que se nos vienen encima. ¿Qué ocurre cuando dicha crisis se ve agravada por graves errores políticos y conductuales, tanto públicos como privados?…

Es posible aliviar las crisis de deuda, pero la mayoría de las soluciones precisan una potente medicina y una atroz rehabilitación. Los rescates inyectan un dinero indispensable a cambio de devastadoras concesiones. Las reestructuraciones dislocan a los trabajadores y golpean a los inversores, y aun así pueden no funcionar. Con el tiempo, la inflación reduce la carga real de deuda, pero se come los ahorros y dispara los costes. Los impuestos sobre el capital meten presión a los propietarios de activos reales y financieros. La represión financiera pasa factura a un sector financiero despilfarrador experto en trasladar la carga a todos los demás. La austeridad parece algo prudente hasta que desencadena una grave recesión. El crecimiento económico es la única solución aceptable, pero cuando la deuda asfixia la iniciativa, sus perspectivas son más tenues. En este capítulo consideraremos siete estrategias y por qué muchas acaban por empeorar los problemas en vez de solucionarlos.
Los prestamistas tratan de establecer una distinción entre una empresa o gobierno que sólo necesita superar una crisis temporal de liquidez y otro que en lo fundamental goza de poca salud y es insolvente. En este caso, los gobiernos disfrutan de una ventaja sobre las empresas. Algunos son demasiado grandes para quebrar, y es probable que el FMI los rescate para evitar un efecto sistémico en los mercados financieros mundiales. Pero ya que la condicionalidad manda, eso no significa que en todo rescate no se corra un gran riesgo ni que haya implícito un gran dolor.
Cuando los deudores resultan ser insolventes y no sólo carecen de liquidez, se convierten en zombis a los que las ayudas financieras no pueden resucitar. Los zombis acarrean grandes problemas. En junio de 2020, The Sydney Morning Herald advirtió: «Los zombis se revuelven mientras la Reserva Federal crea un problema de deuda monstruoso». En marzo de 2020, el sitio web de investigación Yahoo News informó: «Las empresas zombis ocultan una incómoda verdad sobre la economía mundial». Según datos de FactSet, el flujo de caja de casi el 17 por ciento de las 45.000 empresas públicas del mundo no podría hacer frente al costo de los intereses durante tres años hasta 2020.
La pandemia de la COVID-19 nos ha llevado al borde del precipicio. Es muy posible que el próximo shock nos dé el empujón definitivo.
Para los deudores, liquidar las deudas parece una buena noticia, pero entonces también se acaba con los acreedores. En la actualidad, muchos acreedores son personas normales con cuentas de ahorro y planes de jubilación. La deuda pública del gobierno es de titularidad de los hogares de manera directa o indirecta: directamente cuando los ahorros están en bonos del gobierno; indirectamente cuando los ahorros están depositados en bancos que compran bonos del gobierno. Si los bancos quiebran o si el gobierno no cumple con sus pagos, ¿cómo pagarán los bancos a los depositantes? De nuevo un círculo vicioso.
La solución del impago como forma de resolver los problemas de deuda es un asunto feo. Trae consigo muchas complicaciones. Primero se produce una contracción del crédito. Luego los bancos se hunden. El crédito se seca. Las empresas quiebran. La gente pierde su empleo. Los hogares pierden sus ingresos y sus casas. El mercado de valores se hunde.
En la actualidad podemos ver enormes cantidades de deuda dondequiera que miremos. No obstante, como un iceberg, hay mucha más deuda implícita bajo la superficie. Sabemos con exactitud la cantidad de dinero que vincula a prestamistas y prestatarios.

La mayor parte de la deuda implícita deriva de dos fuentes principales: la provisión de redes de seguridad financiera para los trabajadores que alcanzan la vejez y la atenuación de las destructivas consecuencias del cambio climático global.
En las economías avanzadas no existe el suficiente dinero para cumplir las promesas financieras que se han hecho a los trabajadores actuales y al creciente número de trabajadores jubilados; y ahora tampoco en algunos mercados emergentes que están envejeciendo, como China, Rusia y Corea del Sur. ¿Cómo vamos a pagar estos enormes costes que, por cierto, deben dar cabida a las pautas migratorias mundiales? No se pueden aumentar los impuestos. Los impuestos sobre la nómina de los trabajadores actuales para financiar las pensiones y la asistencia sanitaria de los jubilados y de los que pronto se jubilarán tendrían que aumentar muchísimo, sin embargo, no pueden garantizar suficientes recursos para la asistencia sanitaria y las pensiones de los actuales trabajadores más jóvenes cuando se jubilen. Imprimir suficiente dinero disparará la inflación o, en su caso, la hiperinflación.
Resolver el dilema del envejecimiento es un problema que aflige y molesta a los responsables políticos. Ninguna solución complacerá a todos, ni nadie puede garantizar que las soluciones draconianas restablecerán el equilibrio. Deben chocar las prioridades.
Todos los planes para aliviar los costes implícitos conllevan alguna forma de incumplimiento de las promesas a los grupos de interés influyentes. Por supuesto, no se puede privar a los jubilados de las prestaciones que creen haber ganado.
Lamento informar de que el panorama es sombrío. Aunque los países avanzados pudieran absorber un número sin precedentes de inmigrantes, en un futuro cercano, serán insostenibles las promesas de brindar una pensión de jubilación y asistencia sanitaria a los trabajadores de más edad. Los prestatarios públicos y privados competirán por los fondos. Los países que puedan emitir moneda mantendrán las prensas en marcha. Otros suspenderán pagos de forma abrupta o experimentarán una alta inflación, invitando al caos social que estimula los conflictos y acelera la emigración.
Entonces, ¿qué deben hacer los gobiernos ante todas estas presiones? Existe una tentación abrumadora: inyectar dinero. Derrochar dinero frente a cualquier problema. Facilitar los préstamos a los consumidores. Aprobar leyes de gasto para que los gobiernos puedan pedir prestadas sumas gigantescas. En la actualidad, gracias a los niveles de deuda y a los desafíos demográficos, la impresión de dinero que conduce a más préstamos baratos y a ciclos de expansión y contracción supone una megamenaza.

En un mundo lleno de fricciones económicas, políticas y sociales, las economías frágiles y las políticas equivocadas son vulnerables a las perturbaciones de la oferta y la demanda. Los shocks pueden desencadenar inflación o deflación sin apenas aviso. Nadie olvidará la pandemia de la COVID-19, un shock negativo de demanda de libro —así como de la oferta— que acabó con el consumo prácticamente de la noche a la mañana. Por el contrario, los shocks positivos de demanda provocan fuertes aumentos de la confianza de los consumidores estimulando un mayor consumo. Alteran los mercados al disparar la demanda de algo nuevo. Los coches eléctricos y los teléfonos digitales son ejemplos clásicos.
Por el lado de la producción, los shocks positivos de oferta se producen cuando la productividad recibe un fuerte impulso gracias a cambios favorables en la tecnología, en la oferta de mano de obra o en la regulación. Recordemos el impacto de internet en la eficiencia en el lugar de trabajo. Por el contrario, las caídas repentinas de la producción provocan shocks negativos de la oferta agregada.
Culpar de las crisis y recesiones a shocks aleatorios e impredecibles que escapan a nuestro control ha llevado a los expertos y a los responsables políticos a ver las crisis posteriores desde una óptica equivocada. En la vida hay shocks aleatorios e imprevisibles, pero eso no significa que no podamos afrontarlos con firmeza y prepararnos para un mundo en el que sabemos que ocurren, aunque no sepamos cuándo.
Si esperamos evitar un shock aún más terrible, debemos salir de este implacable ciclo de expansión y contracción. Estamos programados para aumentar nuestra exposición al riesgo en los momentos equivocados. El aumento de la inflación no nos rescatará de la gigantesca deuda ni nos hará mejorar nuestro comportamiento sin un colapso. Hasta ahora no ha sido así.
Una estrategia más inteligente empieza por reconsiderar la deflación o la baja inflación, o lowflation (forma de referirse a la inflación por debajo del objetivo). En el momento en que los reguladores ven o imaginan la deflación o la baja inflación piensan que es algo malo, pero no siempre es así.
Los responsables políticos suelen describir erróneamente las causas de la inflación.
Para mitigar los estragos, desde la crisis financiera mundial ha aparecido una mezcolanza de normas y reglamentos. El enfoque tradicional de mantener la solidez de las instituciones financieras individuales se ha convertido por necesidad en un ámbito más amplio. El Fondo Monetario Internacional ha advertido: «No basta con mantener la solidez de las instituciones financieras individuales. Para salvaguardar el sistema financiero se necesita un enfoque macroprudencial más amplio». Es una forma elegante de decir que hay que pensar en la imagen de conjunto, no sólo en los elementos móviles.
Hay dos tipos de intervención macroprudencial en los que piensa la Reserva Federal. Uno es permanente. Dice que hay que construir muros de capital para que los bancos sobrevivan aunque la burbuja estalle. Se trata de una forma de prepararse para los problemas. Es un enfoque estructural de la política macroprudencial.
El otro enfoque es cíclico. Dice que a medida que aumenta la acumulación y la espumosidad de la deuda del sector privado, podemos frenar los peligrosos ciclos de crédito imponiendo mayores restricciones a los préstamos. El enfoque cíclico trata de descomprimir las burbujas antes de que se vuelvan volátiles.

Para mucha gente, el temor a la miseria económica evoca la Gran Depresión.
Ahora nos tambaleamos sobre un precipicio diferente: no se trata de una depresión, sino de una estanflación. Recordemos la década de 1970, en la que hubo burbujas, quiebras, el fin del patrón oro, la devaluación del dólar, endeudamiento creciente, innovación financiera de riesgo, experimentación monetaria y fiscal, y las crisis del petróleo impulsadas por los choques geopolíticos. Todo lo cual culminó en una inflación de dos dígitos, un obstinado desempleo y una persistente recesión. Es la condición corrosiva conocida como estanflación o estancamiento con inflación.
En lo que respecta a los dolores de cabeza económicos, en los años setenta los tuvieron todos.
¿Nos dirigimos realmente en la actualidad hacia una mayor inflación y estanflación? Para cualquiera que siga las noticias financieras, las pruebas cada vez más numerosas comenzaron a sugerirlo en 2021. La inflación, precursora de la estanflación, se recrudeció gracias al shock de la COVID-19, que fue un shock negativo tanto de oferta como de demanda. La recesión provocada por la COVID-19 llevó en 2020-2021 a un estímulo monetario y fiscal gigantesco y sin precedentes, que junto con los cuellos de botella de la cadena de suministro mundial, el incremento de los precios de las materias primas y la reducción de la oferta de mano de obra impulsaron las tasas de inflación a niveles no vistos desde la década de 1980. Las cosas han empeorado en 2022, cuando algunos observadores esperaban que el debilitamiento de los contagios de la COVID-19 redujera los cuellos de botella de la oferta que causaban la inflación. En cambio, la invasión rusa de Ucrania ha elevado el precio de las materias primas que suministran Rusia y Ucrania: petróleo y gas natural, metales industriales, fertilizantes y productos agrícolas. Después, la variante ómicron de la COVID-19 golpeó a China. Una draconiana política de tolerancia cero de la COVID-19 obligó a cerrar ciudades enteras, que son importantes centros de negocios, comercio y transporte. Esto congestionó aún más las cadenas mundiales de abastecimiento. Cuando los bienes escasean, los precios suben.
Con frecuencia me pregunto por qué cuando los problemas son inminentes, personas muy inteligentes menosprecian los inconvenientes. En 2020-2021 invertimos cantidades enormes de dinero y estímulos fiscales en un sistema financiero y económico que ya estaba lleno de efectivo y crédito, enviando los precios de los activos a la estratosfera; si bien los inversores que más tienen que perder no han sentido temor durante mucho tiempo. Yo veo un desastre; ellos ven dinero sobre la mesa.

Los shocks negativos de oferta agregada estanflacionaria son:
1. El rápido envejecimiento de la población afectará a los mercados desarrollados y emergentes.
2. Durante décadas, la migración del Sur pobre global al Norte rico global ha ayudado a los empresarios a cubrir puestos de trabajo sin una presión significativa sobre los salarios. En el actual entorno político mundial, las severas restricciones a la migración quitarán esta opción a los empleadores cuando los trabajadores exijan aumentos salariales. Se acelerará la inflación salarial.
3. La desglobalización, el proteccionismo y las políticas orientadas al mercado interno destinadas a proteger a los trabajadores y las empresas castigarán a las economías en lugar de reforzarlas. Al restringir el comercio mundial de bienes, servicios, capital, tecnología, datos e inversiones impondrán precios de importación más elevados, aumentarán los costes de producción y debilitarán el crecimiento.
4. La reestructuración de la fabricación puede mejorar la seguridad de la cadena de suministro, pero el traslado de la producción de los mercados emergentes de bajo coste, como China, a los mercados desarrollados de países amigos, pero a un mayor costo (friendshoring), estimulará el aumento de los costes y los precios.
5. La encarnizada competencia entre Estados Unidos y China se está convirtiendo ya en una guerra fría. Las restricciones comerciales y los aranceles en ambos sentidos pueden ser las primeras salvas, a las que seguirán muchas más, sobre todo en tecnología, comercio de bienes y servicios, inversión, datos e información.
6. Otros choques geopolíticos derivados de la nueva guerra fría entre China y sus aliados efectivos —Rusia, Irán y Corea del Norte— y Occidente son de carácter estanflacionario. La invasión rusa de Ucrania ha disparado los precios de la energía, de los alimentos y de otras materias primas que son clave en las cadenas de suministro mundiales y en el proceso de consumo y producción. Si al final Irán se hace con arsenal nuclear —y puede que lo haga si en 2024 una Administración republicana vuelve a desechar un posible nuevo acuerdo temporal con Estados Unidos—.
7. El cambio climático global desencadenará presiones estanflacionarias al menos de tres maneras.
a. Vastas extensiones de tierra afrontarán graves sequías y se convertirán en desiertos, carentes de agua. Son vulnerables regiones más allá de Oriente Próximo, el norte de África y el África subsahariana. La falta de agua está debilitando la producción agrícola y ganadera en California y el suroeste de Estados Unidos, entre otras muchas zonas.
b. La tendencia a la descarbonización ha provocado una subinversión en el desarrollo de los combustibles fósiles sin que se haya producido un aumento suficiente del suministro de energía renovable. Los precios de la energía son propensos a subir mientras este desequilibrio persista, y cerrar la brecha en diez años requeriría una vía rápida hacia la energía verde, escenario poco probable.
c. Las catástrofes «naturales» y la consiguiente devastación humana interrumpirán el suministro y la producción de bienes esenciales. Muchas fábricas cierran cuando se producen fenómenos meteorológicos extremos, ya sean inundaciones, incendios o sequías.
8. Se avecinan pandemias globales, que se producirán con mayor frecuencia y virulencia. El hecho de que los humanos vivan más cerca de los animales portadores de patógenos (a medida que los ecosistemas animales quedan destruidos por el cambio climático global) y que se derrita el permafrost en la tundra siberiana, exponiendo bacterias y virus congelados durante milenios, podrían hacer que la COVID-19 pareciera algo común.
9. Una creciente y justificada reacción contra la desigualdad de ingresos y de riqueza apoya la legislación y las políticas fiscales favorables a los trabajadores, a los salarios y a los sindicatos, que como en la década de 1970 pueden resultar contraproducentes. A medida que las políticas de estímulo fiscal se dirigen cada vez más a proteger a los trabajadores, a los desempleados y a los que se quedan atrás, el crecimiento de los salarios puede acelerarse, provocando una mayor inflación en una espiral de precios y salarios.
10.Como aprendieron en 2021 los gasoductos y las plantas de procesamiento de carne, los ciberataques, cada vez más frecuentes y virulentos, interrumpen las cadenas de suministro. Las infraestructuras críticas también son vulnerables, sobre todo las redes eléctricas y nuestra infraestructura financiera.
11.La militarización del dólar estadounidense —y después de la guerra de Rusia en Ucrania, de otras monedas importantes de países aliados de Estados Unidos— a través del uso creciente de sanciones comerciales y financieras corre el riesgo de socavar el papel del dólar estadounidense como principal moneda de reserva mundial e impulsar una caída desordenada de su valor por motivos inflacionarios. En la década de 1970, ese shock inflacionario estuvo provocado por el fin del patrón oro.

Los objetivos y las políticas poco convencionales de los bancos centrales, espoleados por la crisis financiera mundial y la pandemia de la COVID-19, han inundado las economías avanzadas con sumas de liquidez sin precedentes. Las medidas rápidas y drásticas evitaron las recesiones, pero ¿a qué coste a largo plazo? Ahora la guerra financiera hace peligrar incluso el papel de moneda de reserva mundial del dólar estadounidense, el pilar de la estabilidad monetaria y financiera internacional. Ya hemos hablado de los retos de la inflación, la estanflación y las burbujas de activos alimentadas por el dinero barato. En este capítulo examinaremos una amenaza más sutil e insidiosa de inestabilidad y caos financiero.
En lugar de desacelerar sus experimentos y actuar con la debida cautela, en los últimos años los bancos centrales han acelerado su misión. ¿Cuál es exactamente el papel de la Reserva Federal y de otros bancos centrales? Hace un tiempo sólo se preocupaban por la estabilidad de los precios. Después pusieron la mirada en el crecimiento y el desempleo. Tras la crisis financiera mundial, empezaron a centrarse también en la estabilidad financiera. En la actualidad han adoptado asimismo el «objetivo de inflación media», utilizando las herramientas a su disposición para tratar de alcanzar una tasa de inflación media del 2 por ciento sostenida en el tiempo…

Los optimistas auguran un brillante futuro para las criptomonedas y las finanzas descentralizadas. A sus ojos, las criptomonedas pueden hacer todo lo que hacen el dólar, el euro, la libra o el yen, y más. Podrían gestionar activos financieros sin un intermediario que obtiene comisiones. Podrían pagar alimentos, coches o inversiones. Podrían permitir a la gente pedir un préstamo sin tener que hacer grandes trámites. El fundador de LoanSnap, Karl Jacob, dice: «Con este nuevo mundo, el concepto de alquiler, el concepto de hipoteca, el concepto de todas esas cosas va a ser desafiado porque las fuentes de financiación son flexibles». Utilizando baconcoin, LoanSnap pretende revolucionar la compra de viviendas compartiendo hipotecas a través de la blockchain, que desde el primer día puede dejar registro de cada transacción. Las primeras hipotecas de este tipo cambiaron de manos a finales de 2021. Una vez inscritas en una blockchain visible para todos los usuarios, las nuevas transacciones actualizan el statu quo y, en principio, nadie puede alterar o hackear lo ocurrido en el pasado.

Es fácil subirse al carro en contra de la globalización. Ese carro del nacionalismo económico es una de las cosas que llevaron a Donald Trump a la Casa Blanca. Sin embargo, nos encontramos en una encrucijada. Una de las vías favorece un curso de operaciones comerciales que siga uniendo un mercado global eficiente mientras compensa o vuelve a formar a los trabajadores que se queden atrás. Los consumidores de todo el mundo seguirán disfrutando de precios más bajos a la vez que el empleo en los mercados emergentes saca de la pobreza a millones de ciudadanos del mundo. El camino opuesto, llamado desglobalización, favorece las políticas proteccionistas destinadas a traer de vuelta a casa los puestos de trabajos perdidos, también conocido como reshoring, y a impedir que los puestos de trabajo se trasladen al extranjero. Por muy atractivo que suene el proteccionismo, las veces que se ha probado ha hecho caer la escalera socioeconómica de casi todo el mundo. Por eso la desglobalización es una megamenaza.
La desglobalización orientada a preservar los puestos de trabajo de las fábricas del siglo XX será contraproducente, ya que paralizará el comercio esencial en mercados mucho más amplios de servicios.
En Europa, la preocupación por la privacidad pone otro freno a la globalización. Los países de la Unión Europea exigen que los datos de sus ciudadanos permanezcan en servidores con sede en la Unión Europea. Las reivindicaciones de privacidad enmascaran la verdadera intención de la demanda: la razón subyacente es el puro proteccionismo destinado a frenar la influencia de las poderosas empresas tecnológicas de Estados Unidos. Los europeos quieren espacio para crear su propia nube de alta tecnología. Acciones de este tipo amenazan elementos fundamentales del comercio mundial de tecnología. Esto me parece una desglobalización a ultranza.
La globalización también está en entredicho cuando la compensación salarial y las normas laborales son insuficientes. Esperar que los países pobres igualen los salarios o la normativa de las economías desarrolladas no es realista. Los salarios son más bajos donde la productividad laboral es menor. Este tipo de quejas en Estados Unidos y Europa son otra forma de proteccionismo.
Las normas medioambientales también motivan las llamadas urgentes al proteccionismo.

Corremos hacia el destino. La naturaleza humana nos impulsa hacia delante. No voy a endulzar una historia sobre una descendencia artificial superinteligente. No preveo un futuro feliz en el que los nuevos empleos sustituyan a los que la automatización elimine. Esta revolución parece terminal. El florecer de la inteligencia artificial podría alterar la vida humana hasta hacerla irreconocible.
La Tierra puede tener suerte de llegar a la explosión de inteligencia de la singularidad. ¿Acabará con nosotros una pandemia mortal antes de que se complete la transición a las máquinas? ¿Destruirá el cambio climático el planeta antes de que las máquinas racionales acudan al rescate? ¿Nos asfixiaremos bajo una montaña de deuda? ¿O Estados Unidos y China destruirán el mundo en un conflicto militar cuando la competencia por controlar las industrias del futuro sea extrema? De hecho, quien controle la IA puede convertirse en la superpotencia mundial dominante. Esta rivalidad geopolítica constituye una megamenaza.

Los problemas de China pueden convertirse en nuestros problemas. Xi Jinping debe ofrecer prosperidad y reducir la desigualdad. Si no lo logra, entonces puede buscar otras formas de granjearse el apoyo del pueblo. Aumentar la xenofobia y el nacionalismo, y añadir territorio, en especial Taiwán, supondría un enriquecimiento de su legado en casa. Aunque sea más débil, China podría volverse más agresiva con Taiwán.
En la prensa popular hay dos opiniones extremas sobre el futuro de China: China va a dominar el mundo o China se va a hundir. No estoy de acuerdo con ninguna de ellas. La gente lleva décadas prediciendo una fuerte caída de China, y se ha demostrado que están equivocados en todas las ocasiones.
Los estadounidenses deben ajustar su mentalidad. China está en vías de convertirse en la potencia dominante del mundo. Debemos encontrar la manera de prosperar sin seguir siendo el número uno. Escapar de la trampa de Tucídides será bien recibido, pero evitar esa trampa no garantiza un final feliz. La rivalidad entre dos grandes potencias está aquí para quedarse.

Los patrones de hace un siglo pueden ser una señal de lo que estamos viendo ahora. En muchos sentidos, las megamenazas de hoy son peores que las de hace un siglo. Nuestro sistema financiero está más apalancado, la desigualdad es más grande y nuestras armas son mucho más peligrosas. Los políticos populistas tienen más medios para llegar y manipular a grandes audiencias. Y, por supuesto, el cambio climático está mucho más acelerado ahora que entonces. Ha resurgido incluso el riesgo de conflicto nuclear. La Segunda Guerra Fría puede desembocar en una guerra bélica.
¿Podemos sobrevivir a las crisis que se avecinan? Para ilustrar los riesgos tan graves que plantean diez megamenazas interconectadas, he reducido muchos futuros posibles a sólo dos. Muestran direcciones extremas en un mundo incierto.
Entre estos dos, por desgracia, el escenario distópico parece mucho más probable.
La COVID-19 expuso lo probables que son las pandemias mortales recurrentes y cómo las prioridades en competencia frustran las respuestas coordinadas dentro y fuera de las fronteras nacionales. La desglobalización no se producirá de la noche a la mañana, pero no veo nada que pueda parar su impulso. Asimismo, la desigualdad y el sentimiento generalizado de desplazamiento y alienación hacen que el populismo sea más fácil de digerir, y el populismo es la puerta de entrada al autoritarismo.
Haber empezado antes habría simplificado nuestro trabajo. Cada nuevo retraso crea más obstáculos. Las disputas entre superpotencias y la creciente carga de la deuda empujan a las naciones en direcciones egoístas. Puede que elijan a líderes que prometan pasar por encima de los intereses extranjeros, pero un orden global fracturado deja pocas esperanzas para un planeta sostenible. En lugar de cooperar, nos dirigimos hacia un equilibrio de Nash, un entorno en el que el interés propio supera al interés común, la cooperación fracasa y los resultados no cooperativos perjudican gravemente a todos.

Risks and threats lurk everywhere. But there are those that move slowly, and some are much more dangerous than others. Some of the most dangerous are also the slowest, making it especially difficult to generate a collective response.
Although they cause immense misery, as the recent brutal Russian invasion of Ukraine has demonstrated, I do not use the term megathreat to refer expressly to war. Since history is written, if not longer, wars have plagued us; some are local, others global; some run quickly, others go on for many years. But wars are not a new problem, and avoiding them is not within my specialty, although I will also consider the geopolitical megathreats that could lead to a war between great powers and cause serious human, economic and financial impact. Instead, the megathreats that concern me most are the broad economic, financial, political, geopolitical, commercial, technological, health and climate challenges. Some, such as the geopolitical ones, can lead to a cold war and, in the long run, to a warlike conflict. I wrote this book because I believe we face ten of them, of such immense scale and urgency that we must look to the future with clear vision and do what we can to prevent them from destroying us.

I have finished reading “Megathreats: Our Ten Biggest Threats, and how to Survive them” by Nouriel Roubini.
The summary argument of this book is that the global economy faces several so-called Megathreats to it’s stability. Each of these have different probabilities of actually occuring, different times frames for occuring and different yields for potential disuption. These Megathreats approach us amid a background of governments running out of tools with which to address successive economic shocks they will likely cause as they emerge.
The author lays out the case that in most countries, especially in those with advanced economies, Government debts have now reached levels where an unexpected debt crisis may be potentially catastrophic. The interconnected global economy also raises the prospect of international contagion resulting in a global debt crisis caused by just a few economies succumbing.
These areas for concern are accompanied by the prospect of the modern scourge of inflation which is back in force and may yet turn into “Stagflation” (a horrid combination of inflation and unemployment). This book was written in 2022 so in many ways this warning seems worryingly prescient. The author argues that Government’s natural instincts to bail out sectors of the economy or add liquidity to the system may well make those problems worse. Furthermore, the use of more complex methods and theories such as “Quantitive Easing” and Modern Monetary Policy in the author’s opinion is becoming more risky, since the side effects (especially in the long term) of them are becoming harder to understand.
In addition to the above economic threats the author also discusses the rise of Artificial Intelligence, the so-called New Cold War between the US and China and Climate Change. The former discussion is one of the most detailed that I have seen and handily signposted many books that solely focus on this issue. The author does well to drive home the point that theoretically there are few jobs that AI cannot eventually replace, dispelling myths that it is purely about automating logistics in economies. However, I did feel that the author did not seriously consider potential benefits of AI enough (even though some were reflected on).
The New Cold War chapter for myself didn’t really reveal much more than I already knew about the diplomatic and economic squabbles between the US and China. But I did appreciate that the author talked about the big costs involved in so-called “friend shoring” businesses formerly in China’s sphere, uncoupling parts of Western nation’s economies from their’s. It was only towards the end of this book when the author seemed to make a show of support for softening the US Government’s staff and pursue more joint ventures with the Chinese Government. From my perspective the author spent a little too long explaining the serious implications of the US/Chinese rivalry.
The Penultimate chapter outlines the worst of what could happen if humanity were hit by these successive Megathreats. The Chapter is quite aptly titled “Dark Destiny”, which thankfully avoided a lawsuit with the Terminator franchise by not calling it “Dark Fate”. To say this chapter is bleak is an understatement. It is so dark it almost writes it’s own Doom Metal album. This chapter is somewhat balanced by a following chapter that lays out a more “utopian” way forward. To be honest I was a lot more interested in that and I was quite disappointed to have only a few decent ideas thrown out, but not elaborated, then reach the end of the said chapter. To be honest I felt like the “Dark Destiny” chapter went over a lot of familiar ground and seemed a bit indulgent in terms of dark drama and imagery. I can just turn on the news if I need any more!
This book in many ways was for me about the Irish joke about Irish diplomacy; it takes you to hell but makes you pay for the journey. I would say that this is an enjoyable book insofar as it is informative and doesn’t sugar coat anything (if anything it could give nightmares to the impressionable. On the plus side, the author lays his cases out for the threats in a way that is meticulous and well researched. I would say that early on, it can feel a bit bogged down in economic jargon, but then again I fully understand that given his economist background old habits may die hard. However, for the most part non-economic jargon terms are either kept to a minimum or clearly explained. There are some genuinely good ideas for mitigating or tackling some of the Megathreats that the author shares, but I felt that at times this was done too sparingly to not distract form the dark tones of the book. The idea of using Universal Basic Income (UBI) to help mitigate the effects of AI-related unemployment and even using AI to largely automate the financial services had huge implications, but I felt were given too little discussion. Just imagine! Replacing investment bankers, stock traders and actuaries with AI when they thought it was the Blue Collar workers who would get the chop! Finding ways of bringing about less pay inequality was acknowledged as a big problem but was kind of shrugged at in the course of discussing possible remedies.
Overall, I feel like this was a solidly researched and mainly well-reasoned book. But I felt that in it’s efforts to give a serious impression to readers it emphasized the disastrous and short changed discussions about how to avoid disaster. I also felt the author was too often overly US-centric in how he was explaining Global threats However, I appreciate the author’s honesty in signposting the reader to other books that explore some of the Megathreats more deeply. Perhaps next time he writes a book, he will think a bit more about some of us who want to know what we are up against AND want to help bring about the solutions to address them.
I feel that the potential positive applications of Artificial Intelligence (AI) are too often given short shrift. Instead of being the great undermining human workers, could AI potentially be their biggest helpers? AI could help short-staffed hospitals instead of replacing human staff. Is there a dark nativist undertone to our issues with AI generating Art, because it is not generating it from an organism-based intelligence? Or is there a part of us that hopes that genuine Art is the sole preserve of Humans? Instead of helping in fighting wars could AI make them unnecessary by coming up with political solutions? Perhaps a mutually agreeable settlement for the Israeli-Palestinian Conflict is beyond the capacity and patience of human minds but not for AI minds? The author does raise an excellent point though that unemployment or underemployment of humans caused by AI may be a great justification for experimenting with Universal Basic Income Schemes (UBI). I wonder if this may be the path to the utopian future that Star Trek charted, like in First Contact where Captain Picard tells a World War 3 survivor that “the acquisition of wealth is no longer the great driving forces in our lives”, instead exploration and self-improvement are the main goals of peoples lives. I imagine that and to be honest, I find it quite beautiful.

The whole world is looking more and more like Argentina. The public debt of governments, as well as the private debt of companies, financial institutions and individuals, was already skyrocketing out of control before the mammoth bill of the response to the COVID-19 pandemic hit. In the United States, the aid package approved in 2021 was $1.9 trillion, plus two huge stimulus measures approved during Trump’s presidency, which since 2019 have added $4.5 trillion to its public debt. In early 2021, former Treasury Secretary Lawrence Summers warned in an op-ed in The Washington Post that this “would represent the boldest act of macroeconomic stabilization policy in American history,” and he rightly expressed concern that that such a large and excessive stimulus would overheat the economy and cause high inflation. The Biden Administration then promptly planned another $3 trillion to $4 trillion in infrastructure and social investment that would only be partially funded by higher taxes. Luckily, only a portion of that additional large-scale spending was approved.
Whether to invest or consume, countries, companies and households borrow money. Investment in new capital, public or private, pays for things that last long into the future. Through public debt, countries invest in ports, roads, bridges and other infrastructure. In the private sector, companies invest in machinery, software and computers to produce more goods and services. Households take out loans to invest in housing or education. Borrowing to invest can make sense as long as the return on investment is higher than the cost of financing. For its part, borrowing to consume is using debt to cover bills or recurring deficits that should cover operating profits.
Experience teaches prudent applicants for public and private loans a golden rule: borrow to invest, not to consume. In principle, borrowing to consume is riskier than borrowing to invest. When loans repeatedly cover stagnant wages, budget deficits, discretionary items or vacation expenses, borrowers are heading down a slippery road that can lead to bankruptcy.
But borrowing too much to pay for overvalued assets also poses considerable risk. Nothing creates a frivolous asset bubble faster than cheap debt being dumped into the market.
Financial and debt crises do not only break out in fragile emerging economies. The financial history of recent decades is plagued by economic crises also in advanced economies. When poor judgment takes over investors, debt acts like a steroid.
Initially, the COVID-19 crisis led to the worst global recession since World War II. The pandemic shook a global economy already burdened with enormous amounts of private and public debt. In advanced economies, under the assumption that a cash infusion could bring most households and businesses to the other side of an income shortfall, the response was unusual monetary, fiscal, and credit easing. In formal economic terms, these borrowers were illiquid, but they were solvent.
Hoping the pandemic would subside once vaccination could begin, governments pumped in large sums of money to help cash-strapped businesses maintain the most basic and essential operations. Still, there were casualties. Many businesses, small and large, suffered. In the process, public and private debts accumulated. The solution required even more increases in private and public debt, facilitated by central banks printing money (“quantitative easing” and “credit easing”) at a faster pace than during the 2008 crisis.
The poorest developing countries lacked the capacity to implement aggressive fiscal and monetary stimulus.
Democratizing financing by facilitating access and reducing the cost of credit opens floodgates that rarely receive the scrutiny they deserve.
The debt crisis may be the worst we have ever had to face. But it is nothing more than one of the several megathreats that are coming our way. What happens when this crisis is aggravated by serious political and behavioral errors, both public and private?…

Debt crises can be alleviated, but most solutions require powerful medicine and excruciating rehabilitation. The bailouts inject essential money in exchange for devastating concessions. Restructurings dislocate workers and hit investors, and they still may not work. Over time, inflation reduces the real debt burden, but it eats into savings and drives up costs. Capital taxes put pressure on owners of real and financial assets. Financial repression takes its toll on a profligate financial sector that is adept at shifting the burden to everyone else. Austerity seems prudent until it triggers a serious recession. Economic growth is the only acceptable solution, but when debt stifles initiative, its prospects are dimmer. In this chapter we will consider seven strategies and why many end up making problems worse rather than solving them.
Lenders try to draw a distinction between a company or government that only needs to overcome a temporary liquidity crisis and one that is fundamentally unhealthy and insolvent. In this case, governments enjoy an advantage over companies. Some are too big to fail, and the IMF is likely to bail them out to avoid a systemic effect on global financial markets. But since conditionality rules, that does not mean that every rescue does not involve great risk or that great pain is implicit.
When debtors turn out to be insolvent and not only lack liquidity, they become zombies that financial aid cannot resurrect. Zombies bring big trouble. In June 2020, The Sydney Morning Herald warned: “Zombies stir as Fed creates monstrous debt problem.” In March 2020, investigative website Yahoo News reported: “Zombie companies hide an uncomfortable truth about the global economy.” According to FactSet data, the cash flow of nearly 17 percent of the world’s 45,000 public companies would not be able to meet interest costs for three years through 2020.
The COVID-19 pandemic has brought us to the edge of the precipice. It is very possible that the next shock will give us the final push.
For debtors, paying off debts seems like good news, but then you also end up with creditors. Today, many creditors are regular people with savings accounts and retirement plans. The government’s public debt is owned by households directly or indirectly: directly when savings are in government bonds; indirectly when savings are deposited in banks that buy government bonds. If banks fail or the government defaults, how will banks pay depositors? Again a vicious circle.
The solution to default as a way to resolve debt problems is an ugly issue. It brings with it many complications. First there is a credit crunch. Then the banks go under. Credit dries up. Companies go bankrupt. People lose their jobs. Households lose their income and their homes. The stock market is sinking.
Today we can see huge amounts of debt everywhere we look. However, like an iceberg, there is much more implicit debt beneath the surface. We know exactly the amount of money that binds lenders and borrowers.

Most of the implicit debt derives from two main sources: the provision of financial safety nets for workers reaching old age and the mitigation of the destructive consequences of global climate change.
In advanced economies there is not enough money to fulfill the financial promises made to current workers and the growing number of retired workers; and now neither in some emerging markets that are aging, such as China, Russia and South Korea. How are we going to pay these enormous costs, which, by the way, must accommodate global migration patterns? Taxes cannot be increased. Payroll taxes on current workers to fund pensions and healthcare for retirees and those soon to retire would have to increase dramatically, but they cannot guarantee enough resources for healthcare and pensions for current workers. younger workers when they retire. Printing enough money will trigger inflation or, if applicable, hyperinflation.
Solving the dilemma of aging is a problem that afflicts and bothers policy makers. No solution will please everyone, nor can anyone guarantee that draconian solutions will restore balance. Priorities must clash.
All plans to alleviate implicit costs involve some form of failure to deliver on promises to influential stakeholders. Of course, retirees cannot be deprived of the benefits they believe they have earned.
I regret to report that the outlook is bleak. Even if advanced countries could absorb unprecedented numbers of immigrants, promises to provide retirement pensions and healthcare to older workers will be unsustainable in the near future. Public and private borrowers will compete for funds. Countries that can issue currency will keep the presses going. Others will abruptly stop payments or experience high inflation, inviting social chaos that spurs conflict and accelerates emigration.
So what should governments do in the face of all these pressures? There is an overwhelming temptation: inject money. Splurge money on any problem. Facilitate consumer loans. Pass spending laws so governments can borrow gigantic sums. Today, thanks to debt levels and demographic challenges, money printing that leads to more cheap loans and boom-bust cycles is a mega-threat.

In a world filled with economic, political, and social friction, fragile economies and misguided policies are vulnerable to supply and demand shocks. Shocks can trigger inflation or deflation with little warning. No one will forget the COVID-19 pandemic, a negative shock to book demand —as well as supply— that wiped out consumption practically overnight. On the contrary, positive demand shocks cause strong increases in consumer confidence, stimulating greater consumption. They disrupt markets by triggering demand for something new. Electric cars and digital phones are classic examples.
On the production side, positive supply shocks occur when productivity receives a strong boost from favorable changes in technology, labor supply, or regulation. Let’s remember the impact of the internet on efficiency in the workplace. Conversely, sudden falls in output cause negative aggregate supply shocks.
Blaming crises and recessions on random and unpredictable shocks beyond our control has led pundits and policymakers to view subsequent crises in the wrong light. There are random and unpredictable shocks in life, but that doesn’t mean we can’t face them head on and prepare for a world where we know they happen, even if we don’t know when.
If we hope to avoid an even more terrible shock, we must break out of this relentless boom-and-bust cycle. We are programmed to increase our risk exposure at the wrong times. Rising inflation will not bail us out of gigantic debt or make us improve our behavior without a crash. So far it has not been like that.
A smarter strategy begins by reconsidering deflation or low inflation, or lowflation (a way of referring to inflation below the target). The moment regulators see or imagine deflation or low inflation they think it’s a bad thing, but that’s not always the case.
Policy makers often misdescribe the causes of inflation.
In order to mitigate the ravages, a hodgepodge of rules and regulations has emerged since the global financial crisis. The traditional focus of maintaining the strength of individual financial institutions has of necessity become more comprehensive in scope. The International Monetary Fund has warned: “It is not enough to maintain the strength of individual financial institutions. A broader macroprudential approach is needed to safeguard the financial system.” That’s a fancy way of saying think about the big picture, not just the moving parts.
There are two types of macroprudential intervention that the Federal Reserve thinks about. One is permanent. He says that you have to build capital walls so that the banks survive even if the bubble bursts. It is a way of preparing for problems. It is a structural approach to macroprudential policy.
The other approach is cyclical. He says that as private sector debt builds up and froths, we can curb dangerous credit cycles by imposing greater restrictions on lending. The cyclical approach tries to decompress bubbles before they become volatile.

For many people, the fear of economic misery evokes the Great Depression.
Now we are teetering on a different precipice: not a depression, but stagflation. Recall the 1970s, which saw bubbles, bankruptcies, the end of the gold standard, the devaluation of the dollar, mounting debt, risky financial innovation, monetary and fiscal experimentation, and oil crises fueled by geopolitical shocks. All of which culminated in double-digit inflation, stubborn unemployment, and a persistent recession. It is the corrosive condition known as stagflation or stagnation with inflation.
As far as economic headaches go, everyone had them in the 1970s.
Are we really heading towards greater inflation and stagflation today? For anyone who follows financial news, mounting evidence began to suggest so in 2021. Inflation, a precursor to stagflation, flared up thanks to the COVID-19 shock, which was a negative supply and demand shock. . The recession caused by COVID-19 led in 2020-2021 to an unprecedented and gigantic monetary and fiscal stimulus, which together with the bottlenecks of the global supply chain, the increase in the prices of raw materials and the reduction of labor supply pushed inflation rates to levels not seen since the 1980s. Things have gotten worse in 2022, when some observers expected a weakening of COVID-19 contagions to reduce labor bottlenecks. the supply that caused inflation. Instead, the Russian invasion of Ukraine has raised the price of the raw materials Russia and Ukraine supply: oil and natural gas, industrial metals, fertilizers, and agricultural products. Then the omicron variant of COVID-19 hit China. A draconian zero-tolerance COVID-19 policy has forced the lockdown of entire cities, which are major hubs of business, commerce, and transportation. This further congested global supply chains. When goods are scarce, prices rise.
I often wonder why when problems are imminent, very intelligent people underestimate the inconveniences. In 2020-2021 we poured massive amounts of money and fiscal stimulus into a financial and economic system that was already flush with cash and credit, sending asset prices skyrocketing; Although the investors who have the most to lose have not been afraid for a long time. I see a disaster; they see money on the table.

The negative stagflationary aggregate supply shocks are:
1. Rapid population aging will affect developed and emerging markets.
2. For decades, migration from the global poor South to the global rich North has helped employers fill jobs without significant pressure on wages. In the current global political environment, severe restrictions on migration will take away this option from employers when workers demand wage increases. Wage inflation will accelerate.
3. Deglobalization, protectionism and internal market oriented policies aimed at protecting workers and companies will punish economies instead of strengthening them. By restricting global trade in goods, services, capital, technology, data, and investment, they will impose higher import prices, increase production costs, and weaken growth.
4. Manufacturing restructuring can improve supply chain security, but moving production from low-cost emerging markets like China to developed markets in friendly countries, but at higher cost (friendshoring) , will stimulate the increase in costs and prices.
5. The fierce competition between the United States and China is already turning into a cold war. Trade restrictions and two-way tariffs may be the first salvo, with many more to follow, especially in technology, trade in goods and services, investment, data and information.
6. Other geopolitical clashes derived from the new cold war between China and its effective allies —Russia, Iran and North Korea— and the West are of a stagflationary nature. The Russian invasion of Ukraine has skyrocketed the prices of energy, food and other raw materials that are key in global supply chains and in the consumption and production process. If in the end Iran acquires a nuclear arsenal—and it may do so if in 2024 a Republican Administration once again scraps a possible new temporary agreement with the United States—.
7. Global climate change will trigger stagflationary pressures in at least three ways.
to. Vast areas of land will face severe droughts and become deserts, lacking water. Regions beyond the Middle East, North Africa and sub-Saharan Africa are vulnerable. The lack of water is weakening agricultural and livestock production in California and the southwestern United States, among many other areas.
b. The trend towards decarbonization has led to underinvestment in the development of fossil fuels without a sufficient increase in the supply of renewable energy. Energy prices are likely to rise as long as this imbalance persists, and closing the gap within ten years would require a fast track to green energy, an unlikely scenario.
c. “Natural” disasters and the resulting human devastation will disrupt the supply and production of essential goods. Many factories close when extreme weather events occur, whether floods, fires or droughts.
8. Global pandemics are coming, which will occur with greater frequency and virulence. Humans living closer to pathogen-carrying animals (as animal ecosystems are destroyed by global climate change) and permafrost melting in the Siberian tundra, exposing bacteria and viruses frozen for millennia, could making COVID-19 seem commonplace.
9. A growing and justified backlash against income and wealth inequality supports pro-worker, pro-wage and pro-union tax legislation and policies, which as in the 1970s can be counterproductive. As fiscal stimulus policies increasingly target protecting workers, the unemployed and those left behind, wage growth may accelerate, causing higher inflation in a wage-price spiral.
10.As gas pipelines and meat processing plants learned in 2021, increasingly frequent and virulent cyberattacks disrupt supply chains. Critical infrastructure is also vulnerable, especially power grids and our financial infrastructure.
11.The militarization of the US dollar – and after Russia’s war in Ukraine, of other major currencies of US allied countries – through the increasing use of trade and financial sanctions risks undermining the US dollar’s role as a main world reserve currency and drive a disorderly fall in its value for inflationary reasons. In the 1970s, that inflationary shock was caused by the end of the gold standard.

Central banks’ unconventional goals and policies, spurred by the global financial crisis and the COVID-19 pandemic, have flooded advanced economies with unprecedented amounts of liquidity. Quick and drastic measures prevented recessions, but at what cost in the long term? Now the financial war threatens even the role of the US dollar as a global reserve currency, the pillar of international monetary and financial stability. We have already talked about the challenges of inflation, stagflation and asset bubbles fueled by cheap money. In this chapter we will examine a more subtle and insidious threat of financial instability and chaos.
Instead of slowing down their experiments and acting with due caution, central banks have accelerated their mission in recent years. What exactly is the role of the Federal Reserve and other central banks? A while ago they only cared about price stability. Then they looked at growth and unemployment. After the global financial crisis, they also began to focus on financial stability. Currently they have also adopted the «average inflation target», using the tools at their disposal to try to achieve an average inflation rate of 2 percent sustained over time…

Optimists predict a bright future for cryptocurrencies and decentralized finance. In their eyes, cryptocurrencies can do everything that the dollar, euro, pound or yen do, and more. They could manage financial assets without an intermediary who earns commissions. They could pay for food, cars or investments. They could allow people to take out a loan without having to go through a lot of paperwork. LoanSnap founder Karl Jacob says: «With this new world, the concept of rent, the concept of mortgage, the concept of all those things is going to be challenged because the sources of financing are flexible.» Using baconcoin, LoanSnap aims to revolutionize home buying by sharing mortgages through the blockchain, which can leave a record of each transaction from day one. The first mortgages of this type changed hands at the end of 2021. Once registered in a blockchain visible to all users, the new transactions update the status quo and, in principle, no one can alter or hack what happened in the past.

It’s easy to jump on the bandwagon against globalization. That bandwagon of economic nationalism is one of the things that brought Donald Trump to the White House. However, we find ourselves at a crossroads. One avenue favors a course of business operations that continues to bridge an efficient global market while compensating or retraining workers left behind. Consumers around the world will continue to enjoy lower prices as employment in emerging markets lifts millions of the world’s citizens out of poverty. The opposite path, called deglobalization, favors protectionist policies aimed at bringing lost jobs back home, also known as reshoring, and preventing jobs from moving abroad. As attractive as protectionism sounds, the times it has been tried it has brought down almost everyone’s socioeconomic ladder. That is why deglobalization is a megathreat.
Deglobalization aimed at preserving 20th-century factory jobs will be counterproductive, paralyzing essential trade in much broader service markets.
In Europe, concerns about privacy put another brake on globalization. European Union countries require that their citizens’ data remain on servers based in the European Union. The privacy claims mask the true intent of the lawsuit: the underlying reason is pure protectionism aimed at curbing the influence of powerful US technology companies. Europeans want space to create their own high-tech cloud. Actions of this type threaten fundamental elements of the global technology trade. This seems to me an extreme deglobalization.
Globalization is also in question when wage compensation and labor standards are insufficient. Expecting poor countries to match the wages or regulations of developed economies is unrealistic. Wages are lower where labor productivity is lower. These types of complaints in the United States and Europe are another form of protectionism.
Environmental standards also motivate urgent calls for protectionism.

We run towards the destination. Human nature drives us forward. I’m not going to sugarcoat a story about super-intelligent artificial offspring. I do not foresee a happy future in which new jobs replace those eliminated by automation. This revolution seems terminal. The flourishing of artificial intelligence could alter human life beyond recognition.
Earth may be lucky to make it to the singularity’s intelligence explosion. Will a deadly pandemic wipe us out before the transition to machines is complete? Will climate change destroy the planet before rational machines come to the rescue? Will we suffocate under a mountain of debt? Or will the United States and China destroy the world in military conflict when competition to control the industries of the future is extreme? In fact, whoever controls AI can become the dominant global superpower. This geopolitical rivalry constitutes a mega threat.

China’s problems can become our problems. Xi Jinping must deliver prosperity and reduce inequality. If he does not succeed, then he can look for other ways to gain the support of the people. Increasing xenophobia and nationalism, and adding territory, especially Taiwan, would enrich his legacy at home. Although weaker, China could become more aggressive toward Taiwan.
In the popular press there are two extreme opinions about China’s future: China is going to dominate the world or China is going to sink. I don’t agree with any of them. People have been predicting a sharp decline for China for decades, and they have been proven wrong every time.
Americans need to adjust their mindset. China is on its way to becoming the world’s dominant power. We must find a way to prosper without remaining number one. Escaping Thucydides’ trap will be welcomed, but avoiding that trap does not guarantee a happy ending. The rivalry between two great powers is here to stay.

Patterns from a century ago may be a sign of what we are seeing now. In many ways, today’s megathreats are worse than they were a century ago. Our financial system is more leveraged, inequality is greater, and our weapons are far more dangerous. Populist politicians have more means to reach and manipulate large audiences. And, of course, climate change is much faster now than it was then. Even the risk of nuclear conflict has resurfaced. The Second Cold War can lead to a war.
Can we survive the coming crises? To illustrate the serious risks posed by ten interconnected mega-threats, I have narrowed down many possible futures to just two. They show extreme directions in an uncertain world.
Between these two, unfortunately, the dystopian scenario seems much more likely.
COVID-19 exposed how likely recurring deadly pandemics are and how competing priorities thwart coordinated responses within and across national borders. Deglobalization won’t happen overnight, but I don’t see anything stopping its momentum. Likewise, inequality and the general feeling of displacement and alienation make populism easier to swallow, and populism is the gateway to authoritarianism.
Starting earlier would have simplified our work. Each new delay creates more obstacles. Disputes between superpowers and mounting debt burdens push nations in selfish directions. They may elect leaders who promise to override foreign interests, but a fractured global order leaves little hope for a sustainable planet. Instead of cooperating, we are heading towards a Nash equilibrium, an environment in which self-interest trumps common interest, cooperation fails, and non-cooperative outcomes seriously harm everyone.

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