¿Por qué Europa Conquistó El Mundo? — Philip T. Hoffman / Why Did Europe Conquer the World? (The Princeton Economic History of the Western World) by Philip T. Hoffman

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Este es un interesante libro en cuanto a encarar una pregunta que nos hemos hecho muchas veces e intenta poner solución a estas dudas y más que recomendable.

Quizá ahora piense que la respuesta es obvia: fue la propia industrialización la que preparó el terreno para que Europa tomase el poder. La revolución industrial empezó en Europa y dio herramientas a los europeos —desde los rifles de repetición hasta los cañoneros de vapor— que aseguraron su supremacía militar. Por ello la conquista del mundo resultó fácil.
Pero las cosas no son tan sencillas, puesto que si nos remontamos a un siglo atrás, a 1800, la revolución industrial se produjo escasamente en Gran Bretaña y aún tenía que expandirse al resto de Europa. No obstante los europeos ya dominaban casi el 35% del globo, y sus barcos copaban el tráfico marítimo hasta el lejano Sureste Asiático, como habían venido haciendo desde hacía trescientos años.

La primera de las respuestas habituales apunta a las epidemias de viruela, sarampión y otras enfermedades masivas que causaron una gran mortandad entre los nativos de las Américas, Australia y las islas del Pacífico cuando los europeos llegaron a sus costas. Los europeos no se vieron afectados por ellas porque habían estado expuestos a estas enfermedades y, por tanto, eran resistentes a ellas. Su inmunidad fue la que les permitió conquistar las Américas y los imperios azteca e inca, en particular.
Sin embargo, los europeos no eran el único pueblo con esta ventaja biológica, puesto que todas las principales civilizaciones de Oriente Medio y de Asia compartían esta misma característica. ¿Por qué también ellos, y no sólo los europeos, habían estado expuestos a estas epidemias? La razón (como ha explicado el biólogo Jared Diamond) es simplemente que en Eurasia había más plantas y animales que podían domesticarse con mayor facilidad que en las Américas, y menos barreras geográficas y ecológicas a la difusión de los cultivos, el ganado y la tecnología agrícola. Esto significa que en Eurasia la agricultura apareció antes, y con la agricultura vinieron los pueblos, los rebaños y, finalmente, las ciudades, todo lo cual sirvió como caldo de cultivo para la enfermedad, y también el comercio, que propagaba las epidemias.
¿Qué era la tecnología? Ante todo, eran las armas y defensas producidas por una revolución militar que se extendió en los inicios de la Europa moderna (entre 1500 y 1800) a medida que la pólvora transformaba la guerra: armas de fuego, artillería, barcos armados con cañones y fortificaciones que podían resistir los bombardeos. También comprendía armas punzantes y cortantes que se perfeccionaron durante la Edad Media y que seguían siendo una parte esencial de los combates en los que se empleaba pólvora, al menos durante el siglo XVI e incluso después: espadas, armaduras, lanzas para la caballería y picas para la infantería para protegerse de las cargas de los jinetes. Y fueron las tácticas y métodos de organización las que hicieron posible sacar el mayor partido de las armas y las defensas: cómo convertir tripulaciones y soldados en una fuerza de combate imponente.
Con el dominio de la tecnología de la pólvora, los europeos hicieron que el imperio otomano perdiese la categoría de gran potencia y asimismo iniciaron la conquista de la India, todo ello en el siglo XVIII. A medida que su liderazgo se amplió en el siglo XIX, se apoderaron de África y, junto a sus anteriores colonias en América, finalmente lograron acosar a China y a Japón para que hicieran concesiones comerciales. Para analizar las razones políticas y económicas existentes tras este creciente liderazgo, en el capítulo 6 ampliamos el modelo de competición y lo empleamos para dar sentido a la que fue una guerra fría dentro de la propia Europa, una guerra fría con un elevado coste militar y sorprendentes avances en la tecnología bélica.

En otro orden de cosas, del 40 al 80% de los presupuestos del gobierno fueron directamente al estamento militar, para sufragar los costes de los ejércitos y las flotas de guerra que lucharon de manera prácticamente ininterrumpida. La fracción del gasto anual que el gobierno destinaba a la guerra aumentó aún más —hasta superar el 90% en Inglaterra, Francia y Prusia— si añadimos las sumas empleadas en subvencionar a los aliados o a pagar las deudas de guerras pretéritas.
-Los dirigentes que toman las decisiones sobre la guerra —los reyes y príncipes de la temprana Europa moderna— querían ganar una parte desproporcionada del botín de la victoria, pero evitaban hacerse cargo de todos los costes. Ellos, y no sus súbditos, eran los únicos que disfrutaban de gloria o bruñían su reputación militar cuando sus ejércitos resultaban victoriosos. Pero muy pocos costes iban a su cargo, que recaían de manera desproporcionada en sus súbditos, especialmente aquellos que no pertenecían a la élite, que pagaban tributos o que eran reclutados aunque sus voces tenían muy poca repercusión política.
-Obstáculo para un acuerdo pacífico, como es la dificultad de dividir los botines de guerra por los cuales los primeros príncipes y reyes modernos luchaban. La gloria no podía dividirse. De hecho, simplemente se esfumaba si no había lucha, convirtiendo el intercambio pacífico de recursos en algo potencialmente más caro que la lucha en sí. Lo mismo puede decirse de la reputación, que sólo podía ganarse en el campo de batalla. Las ventajas comerciales tampoco serían fáciles de compartir, si, como acostumbraba a ser el caso, dependían de un monopolio comercial. Las disputas sobre el territorio y la sucesión planteaban problemas similares, cuando implicaban soberanía, diferencias religiosas o una ventaja estratégica. Incluso comerciar con otros recursos podía no funcionar.
Conflictos religiosos podían hacer imposibles las negociaciones si ello implicaba tratar con los enemigos de la fe.
Estos obstáculos para la paz no eran exclusivos de la Europa occidental a principios de la era moderna, de manera que no pueden ser la razón por la cual Europa llegó a dominar la tecnología de la pólvora. Tales conflictos se producían en todas partes, puesto que la política exterior en otras zonas de Eurasia solía estar en manos de reyes, emperadores o señores de la guerra que podían estar tan obsesionados con la gloria como sus homólogos europeos. Pero los incentivos sesgados de los príncipes europeos y la indivisibilidad de los botines en sus guerras explican al menos por qué la temprana Europa moderna se veía asolada por hostilidades prácticamente constantes.

Las innovaciones continuas en Europa occidental, desde el siglo XIV en adelante, se ajustan al modelo de la competencia como un guante. Las cuatro condiciones necesarias para el avance de la tecnología de la pólvora se dieron en la Europa occidental a lo largo de la Baja Edad Media y a principios de la época moderna. El resultado, según implica el modelo, debería ser el crecimiento ininterrumpido de la productividad en el sector militar de Europa occidental. Y esto es precisamente lo que sucedió, a unos niveles insólitos en las economías preindustriales.
La evidencia del crecimiento de la productividad aboga en favor del modelo de la competición.

El liderazgo tecnológico de Europa occidental cambió la historia del mundo. ¿Cuáles fueron las principales causas de ello? El modelo de la competición apunta la respuesta, aislando lo que era característico de la Europa occidental. En primer lugar, Europa occidental estaba fragmentada en estados de dimensiones modestas, siempre enzarzados en guerras, cuyos gobernantes batallaban por un premio valioso y podían movilizar recursos a unos costes políticos bajos y similares. No había ningún líder supremo —nadie comparable a los emperadores chinos en Asia oriental— que pudiera disuadir a otros gobernantes poderosos de que envainasen sus armas, y la parecida y relativamente pequeña extensión de las principales potencias de la Europa occidental facilitaba el aprendizaje por la práctica, y también mantenía unos costes políticos similares y unos costes fijos bajos. La fragmentación política (como veremos) también aisló a los gobernantes de Europa occidental de los nómadas, lo cual significaba que podían librar la mayor parte de sus guerras con armas de fuego. Por último, aunque los gobernantes europeos no eran los únicos que luchaban por la gloria o por la victoria sobre los enemigos de la fe, su devoción por estos dos premios fue crucial. La gloria y la derrota de los enemigos religiosos impidieron la resolución pacífica de los conflictos e hicieron que la guerra continuase. Ambos premios también compensaban los daños materiales ocasionados por la guerra, especialmente en el caso de aquellos gobernantes que tomaban la decisión de ir a la guerra pero que no sufragaban personalmente los costes de la misma.

El papado se esforzó en hacer que el sacro emperador romano —o cualquier otro gobernante— se abstuviese de volver a unir el imperio de Carlomagno en Europa occidental. Ninguna de las políticas puestas en práctica en Europa occidental logró someter a los papas durante mucho tiempo, en gran medida debido a la disputa sobre las investiduras que se produjo en los siglos XI y XII. En este conflicto de ideas y de alianzas políticas, el papado luchaba para independizarse más del sacro emperador romano y otros reyes y limitar su poder sobre la iglesia, especialmente los derechos que reivindicaban de nombrar obispos y otros cargos eclesiásticos. En sus batallas contra los sacros emperadores romanos, los papas consiguieron el apoyo de las ciudades y las aristocracias italianas y alemanas. Convencieron a los monasterios reformistas en Alemania y lograron aliarse con los normandos reconociendo sus conquistas en el sur de Italia. Recurrieron también al «divide y vencerás», instando a los vasallos poderosos a abandonar la causa del emperador y alentando a las élites urbanas italianas a expulsar a los obispos a quienes el emperador había puesto al mando de los gobiernos de la ciudad. En otras palabras, los papas se aprovecharon de la fragmentación política europea, aunque con ello no hicieron más que acentuarla.

La monarquía española alentaba a sus súbditos a conservar las pistolas y las armas cortantes y a que las empleasen como miembros de milicias o hermandades de mantenimiento de la paz. Ciertamente las leyes controlaban la posesión de armas, pero las restricciones no erradicaron la posesión de las mismas ni contrarrestaron las políticas que instaban a los súbditos a poseer pistolas y armas cortantes.
Entonces, ¿por qué a los empresarios de Europa occidental se les animaba a salir al extranjero y a hacer nuevas conquistas, mientras que sus homólogos en el resto de Eurasia tropezaron con tremendos obstáculos para hacer lo mismo? ¿Por qué era tan fácil en Europa occidental? ¿Y por qué era más difícil (aunque ciertamente no imposible) en el resto de Eurasia? Las respuestas, en general, eran el resultado de la historia política, que hizo que los gobernantes europeos fueran más proclives a confiar en las iniciativas militares privadas. Esta confianza tuvo enormes consecuencias, puesto que unir el beneficio privado con la conquista en el extranjero dio a los europeos un incentivo poderoso para apoderarse del mundo e incluso más razones para perfeccionar la tecnología de la pólvora.
En Europa occidental existía una larga tradición de aprovechar las iniciativas privadas para ir a la guerra y también una larga tradición de aprovechar los esfuerzos privados para conquistar territorios en el extranjero.
Las empresas privadas y los incentivos tuvieron muchísimo sentido en la conquista y en las exploraciones, y para aprovecharse del comercio en lugares lejanos. Los viajes y las comunicaciones eran demasiado lentos para que incluso los estados más poderosos pudieran controlar lo que sucedía al otro lado del mundo. Y contar con los incentivos privados era a menudo la mejor manera de conseguirlo. El propio imperio portugués (que desde el principio ejerció un mayor control estatal que España) dejó espacio para un considerable volumen de comercio privado. Una forma aún mejor de aprovechar las iniciativas privadas fue convertir la lejana conquista o el aprovechamiento del comercio en una actividad comercial arriesgada, con inversores privados y capitanes que serían generosamente recompensados con una parte de los beneficios que generasen. Los conquistadores pasaron a este tipo de organización, como lo hicieron (a mucha mayor escala) las Compañías de las Indias Orientales Holandesa e Inglesa.

A finales de la década de 1970, los imperios europeos prácticamente habían desaparecido.
Mientras los imperios se desvanecían, Europa occidental también quedó cada vez más rezagada de los líderes de la carrera para avanzar la tecnología militar. Tras la segunda guerra mundial, dos superpotencias militares —Estados Unidos y la Unión Soviética— dominaron el mundo, enfrentándose una a otra en una nueva paz armada, la guerra fría. Incapaces de equipararse a estos dos gigantes, la mayoría de las potencias europeas occidentales hicieron justamente lo que el modelo de la competición hubiera pronosticado y quedaron fuera de la carrera armamentística generada por la guerra fría. Para los dirigentes políticos, la decisión era sumamente idónea. La paz y la prosperidad tenían mucho sentido para los votantes, y unos gastos militares muy elevados habrían absorbido enormes cantidades de dinero necesarias para reconstruir las propias economías.
Más que la cultura, la geografía o las guerras frecuentes, la causa principal tras la conquista europea fue la historia política: la peculiar cadena de acontecimientos políticos pasados que configuraron el tamaño de los estados y determinaron los valores característicos en cada zona de Eurasia de los parámetros exógenos en el modelo de la competición.
“Ciertamente ganaron los botines de sus incursiones y de la colonización, empezando por la plata de Latinoamérica y el azúcar y el café que los esclavos producían. Ganaron cultivos del Nuevo Mundo, como el maíz y las patatas. Pero los europeos también pagaron un precio, aunque bastante menor que el de los esclavos o el de los nativos americanos, que perecieron no sólo a causa de las enfermedades, sino porque los conquistadores devastaron toda su sociedad. Gran parte de la plata americana simplemente contribuyó a financiar más guerras que los príncipes europeos libraban sin tener que pagar los costes de sus aventuras militares. Las batallas mercantilistas para controlar el comercio con sus distantes adquisiciones simplemente añadieron otro motivo de guerra entre los gobernantes europeos occidentales mientras que, al propio tiempo, restringían el comercio. Y aunque sus luchas incesantes originaron las innovaciones militares, probablemente estas fueron mucho más allá de lo que cualquier europeo medio estaba dispuesto a pagar por su propia seguridad.

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This is an interesting book in terms of facing a question we have asked many times and tries to solve these doubts and more than recommended.

Maybe now I think the answer is obvious: it was industrialization itself that paved the way for Europe to take power. The industrial revolution began in Europe and gave tools to the Europeans – from repeating rifles to steam guns – which ensured their military supremacy. Therefore, the conquest of the world was easy.
But things are not so simple, since if we go back a century, to 1800, the industrial revolution took place scarcely in Great Britain and still had to expand to the rest of Europe. However, the Europeans already dominated almost 35% of the globe, and their ships took the maritime traffic to distant Southeast Asia, as they had been doing for three hundred years.

The first of the usual responses points to the epidemics of smallpox, measles and other massive diseases that caused a great mortality among the natives of the Americas, Australia and the Pacific Islands when the Europeans arrived on its shores. Europeans were not affected by them because they had been exposed to these diseases and, therefore, were resistant to them. Their immunity was what allowed them to conquer the Americas and the Aztec and Inca empires, in particular.
However, Europeans were not the only people with this biological advantage, since all the major civilizations of the Middle East and Asia shared this same characteristic. Why also they, and not only Europeans, had been exposed to these epidemics? The reason (as the biologist Jared Diamond has explained) is simply that in Eurasia there were more plants and animals that could be domesticated more easily than in the Americas, and fewer geographical and ecological barriers to the spread of crops, livestock and technology. agricultural. This means that in Eurasia agriculture appeared before, and with agriculture came the towns, the flocks and, finally, the cities, all of which served as a breeding ground for the disease, and also the trade, which propagated the epidemics.
What was technology? First of all, it was the weapons and defenses produced by a military revolution that extended into the beginnings of modern Europe (between 1500 and 1800) as gunpowder transformed the war: firearms, artillery, ships armed with cannons and fortifications that could withstand the bombings. It also included sharp and sharp weapons that were perfected during the Middle Ages and that remained an essential part of the combats in which gunpowder was used, at least during the sixteenth century and even later: swords, armor, spears for cavalry and pikes. for the infantry to protect themselves from the loads of the riders. And it was the tactics and methods of organization that made it possible to make the most of weapons and defenses: how to turn crews and soldiers into an awesome fighting force.
With the mastery of gunpowder technology, the Europeans made the Ottoman Empire lose the status of great power and also began the conquest of India, all in the eighteenth century. As their leadership expanded in the 19th century, they seized Africa and, along with their previous colonies in America, finally managed to harass China and Japan to make trade concessions. To analyze the political and economic reasons behind this growing leadership, in chapter 6 we expanded the competition model and used it to make sense of what was a cold war within Europe itself, a cold war with a high military cost and amazing advances in war technology.

In another order of things, from 40 to 80% of government budgets went directly to the military, to defray the costs of the armies and the fleets of war that fought in a virtually uninterrupted manner. The fraction of the annual spending that the government destined for the war increased even more – up to 90% in England, France and Prussia – if we added the sums used to subsidize the allies or to pay the debts of past wars.
-The leaders who make decisions about war-the kings and princes of early modern Europe-wanted to earn a disproportionate share of the spoils of victory, but they avoided taking charge of all costs. They, and not their subjects, were the only ones who enjoyed glory or burnished their military reputation when their armies were victorious. But very few costs went to his charge, which fell disproportionately on his subjects, especially those who did not belong to the elite, who paid tribute or who were recruited although their voices had very little political repercussion.
-Obstacle for a peaceful agreement, as is the difficulty of dividing the spoils of war for which the first princes and modern kings fought. Glory could not be divided. In fact, it simply vanished if there was no struggle, turning the peaceful exchange of resources into something potentially more expensive than the struggle itself. The same can be said for reputation, which could only be gained on the battlefield. The commercial advantages would not be easy to share either, if, as was customary in the case, they depended on a commercial monopoly. Disputes over territory and succession posed similar problems, when they implied sovereignty, religious differences or a strategic advantage. Even trading with other resources may not work.
Religious conflicts could make negotiations impossible if it involved dealing with the enemies of the faith.
These obstacles to peace were not exclusive to Western Europe at the beginning of the modern era, so they can not be the reason why Europe came to dominate the technology of gunpowder. Such conflicts were occurring everywhere, since foreign policy in other areas of Eurasia used to be in the hands of kings, emperors or warlords who could be as obsessed with glory as their European counterparts. But the biased incentives of the European princes and the indivisibility of the spoils in their wars explain at least why early modern Europe was plagued by practically constant hostilities.

The continuous innovations in Western Europe, from the fourteenth century onwards, conform to the model of competition as a glove. The four conditions necessary for the advancement of gunpowder technology occurred in Western Europe throughout the late Middle Ages and early modern times. The result, as the model implies, should be the uninterrupted growth of productivity in the Western European military sector. And this is precisely what happened, at unusual levels in the pre-industrial economies.
The evidence of productivity growth advocates in favor of the competition model.

The technological leadership of Western Europe changed the history of the world. What were the main causes of this? The competition model points the answer, isolating what was characteristic of Western Europe. In the first place, Western Europe was fragmented into states of modest dimensions, always locked in wars, whose rulers fought for a valuable prize and could mobilize resources at low and similar political costs. There was no supreme leader – no one comparable to the Chinese emperors in East Asia – who could dissuade other powerful rulers from sheathing their weapons, and the similar and relatively small spread of the major powers of Western Europe facilitated learning by practice. , and also maintained similar political costs and low fixed costs. Political fragmentation (as we shall see) also isolated the rulers of Western Europe from the nomads, which meant that they could wage most of their wars with guns. Finally, although the European rulers were not the only ones fighting for glory or victory over the enemies of the faith, their devotion to these two awards was crucial. The glory and defeat of the religious enemies prevented the peaceful resolution of the conflicts and made the war continue. Both awards also compensated for the material damage caused by the war, especially in the case of those rulers who made the decision to go to war but who did not personally cover the costs of the war.

The papacy endeavored to make the Holy Roman emperor-or any other ruler-abstain from rejoining the empire of Charlemagne in Western Europe. None of the policies put into practice in Western Europe managed to subdue the popes for a long time, largely because of the dispute over investiture that occurred in the 11th and 12th centuries. In this conflict of ideas and political alliances, the papacy struggled to become more independent from the sacred Roman emperor and other kings and to limit its power over the church, especially the rights they claimed to appoint bishops and other ecclesiastical offices. In their battles against the sacred Roman emperors, the popes gained the support of Italian and German cities and aristocracies. They convinced the reformist monasteries in Germany and managed to ally with the Normans recognizing their conquests in southern Italy. They also resorted to «divide and conquer,» urging powerful vassals to abandon the emperor’s cause and encouraging Italian urban elites to expel the bishops whom the emperor had placed in command of the city’s governments. In other words, the popes took advantage of the European political fragmentation, although with it they only accentuated it.

The Spanish monarchy encouraged its subjects to conserve pistols and cutting weapons and to use them as members of peacekeeping militias or fraternities. Certainly the laws controlled the possession of weapons, but the restrictions did not eradicate the possession of them or counteract the policies that urged the subjects to possess pistols and sharp weapons.
So why were the entrepreneurs in Western Europe encouraged to go abroad and make new conquests, while their counterparts in the rest of Eurasia encountered tremendous obstacles to do the same? Why was it so easy in Western Europe? And why was it more difficult (although certainly not impossible) in the rest of Eurasia? The responses, in general, were the result of political history, which made European rulers more prone to rely on private military initiatives. This confidence had enormous consequences, since uniting private profit with conquest abroad gave Europeans a powerful incentive to seize the world and even more reasons to perfect the technology of gunpowder.
In Western Europe there was a long tradition of taking advantage of private initiatives to go to war and also a long tradition of taking advantage of private efforts to conquer territories abroad.
The private companies and the incentives made a lot of sense in the conquest and in the explorations, and to take advantage of the commerce in distant places. Travel and communications were too slow for even the most powerful states to control what was happening on the other side of the world. And having private incentives was often the best way to get it. The Portuguese empire itself (which from the beginning exercised greater state control than Spain) left room for a considerable volume of private trade. An even better way to take advantage of private initiatives was to turn the distant conquest or exploitation of trade into a risky commercial activity, with private investors and captains that would be generously rewarded with a portion of the profits they generated. The conquerors passed to this type of organization, as they did (on a much larger scale) the Dutch and English East India Companies.

By the end of the 1970s, European empires had practically disappeared.
As the empires faded, Western Europe also lagged behind the leaders of the race to advance military technology. After the Second World War, two military superpowers – the United States and the Soviet Union – dominated the world, confronting each other in a new armed peace, the Cold War. Unable to match these two giants, most Western European powers did just what the competition model would have predicted and they were left out of the arms race generated by the Cold War. For political leaders, the decision was extremely appropriate. Peace and prosperity made a lot of sense to the voters, and very high military spending would have absorbed huge amounts of money needed to rebuild the economies themselves.
More than culture, geography or frequent wars, the main cause after the European conquest was political history: the peculiar chain of past political events that shaped the size of the states and determined the characteristic values ​​in each Eurasian area of ​​the exogenous parameters in the competition model.
«They certainly won the booty of their incursions and colonization, starting with the silver in Latin America and the sugar and coffee that the slaves produced. They won New World crops, such as corn and potatoes. But the Europeans also paid a price, though much less than that of the slaves or the Native Americans, who perished not only because of disease, but because the conquerors devastated their entire society. Much of the American silver simply helped to finance more wars that the European princes waged without having to pay the costs of their military adventures. The mercantilist battles to control trade with their distant acquisitions simply added another reason for war between the Western European rulers while, at the same time, restricting trade. And although their incessant struggles sparked military innovations, they were probably far beyond what any average European was willing to pay for their own safety.

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