Interesante lectura. Vivimos en un mundo en que la palabra «terapeuta» ha perdido todo valor. En éste libro se explican en primera persona una variedad de «terapias» de las más conocidas a las más excéntricas en tono de humor y pinceladas de sarcasmo que hacen de su lectura algo entretenido y agradable sin dejar de lado el hecho de hacernos plantear en qué aguas nos estamos moviendo actualmente en el campo de la salud. Un grito al sentido común y una reflexión al criterio que seguimos a la hora de buscar ayuda…lo recomendaría a pacientes, psicólogos, psiquiatras, etc. El autor ha investigado y aporta datos muy interesantes fruto de estudios contrastados, intenta ser justo en sus explicaciones y no dejarse llevar demasiado por sus emociones. Lo mejor: la ironía.
Como es de fácil lectura y con humor explica situaciones casi increíbles, puedes caer en la tentación de quedarte en la anécdota. Pero explica muy documentada y claramente los procesos que provocan un enganche a terapeutas, gurús y a procesos de desarrollo personal sin fin.
Lo recomendaría a muchos tipos de gente: a terapeutas que realmente se quieren cuestionar desde dónde trabajan (si desde la profesionalidad y el legítimo deseo de ayudar o desde el narcisismo o resolver las propias porquerías personales). También a quienes se sienten mal y sólo quieren estar bien y se enfrentan a una enorme oferta en tre la que separar el grano de la paja, quien te ayuda de quien no, o de quien se puede aprovechar de ti…
Me ha hecho pensar cómo (sobre)vivimos en una sociedad y en un entorno cada vez más incierto, líquido y sin referentes (o quizá con demasiados, estamos bombardeados). Donde el mantra neoliberal es que las respuestas están sólo en uno mismo. Donde casi todo lo que te puede pasar en la vida tiene nombre de patología.
¿Existe una personalidad adictiva o cualquiera puede terminar siendo un adicto en algún momento? Durante años me pareció detectar una serie de rasgos comunes en los adictos a las terapias, pero continuamente me aparecían contraejemplos que no cumplían mis teorías de andar por casa. Tal y como dice la experta en adicciones Maia Szalavitz, «la personalidad adictiva es vista como la mala: débil, no fiable, egoísta y fuera de control. El temperamento que sale de ella es visto por los demás como defectuoso, incapaz de resistir la tentación. […] Pero lo que hemos encontrado es que la personalidad adictiva es multifacética. No existe realmente como una entidad por sí misma. Fundamentalmente, la idea de una personalidad adictiva general es un mito. Los estudios no encuentran unos rasgos universales de carácter que sean comunes a todas las personas adictas […] Todo el rango de caracteres humanos puede encontrarse en la gente con adicciones».
Es tal el grado de «psicologización» de la vida en sociedades desarrolladas que lo más normal es tener algún tipo de patología.
En esta psicologización de las masas, hay un denominador común: la preponderancia del yo individual. Se produce una corriente que aboga por ser más independientes, ser más «realmente quien somos», autorrealizarse, alejarnos de nuestro «yo normal» a cambio de la búsqueda de un «yo ideal», cada vez más cercano a mantenernos el máximo tiempo posible en ese yo autorrealizado del que habló Abraham Maslow, es decir, devenir parte de aquel 1 % de la población que ha superado todos los niveles de la pirámide (de Maslow) capaz de desplegar plenamente todo su potencial.
La expansión del narcisismo y la individualidad radical buscaba conseguir esa autorrealización, pero presentaba varias lagunas en su objetivo. La primera era que no se tenía nada claro qué significaba eso de tener un «yo autorrealizado». Otra laguna era que este hiperfoco en el yo individual, provocaba que la búsqueda de solución de las dificultades se centrara en «las causas o consecuencias individuales de esos problemas, y sus soluciones se dirigen casi exclusivamente a modificar las emociones, los pensamientos y las conductas de la persona, dejando al margen los condicionantes que aparentemente están más alejados de su capacidad de control, como pueden ser los sociales.
Esta búsqueda compulsiva dentro de nosotros mismos ha ido en paralelo a la aparición de una oferta grande y variada de terapias y terapeutas en las últimas décadas. La lista que adjunto a continuación es una enumeración no ordenada del circo de terapias que he encontrado a mi alrededor sin mucho esfuerzo, que van desde las más ortodoxas, a las más alternativas, enfocadas a la salud, el desarrollo personal, la espiritualidad o el autoconocimiento, e impartidas por profesionales de toda índole y formación, desde psicólogos y psiquiatras a coaches, chamanes, sanadores, counsellors o conferenciantes.
Los libros de autoayuda son un campo de cultivo para este tipo de pensamiento y se nutren de experiencias que fueron muy negativas pero que se acaban convirtiendo en life changing experiences, como grandes «regalos» para ser una «mejor versión» de nosotros mismos. Y puede ser así, por supuesto, pero forzar a que sintamos como positivo algo que es desagradable es un ataque contra nuestra naturaleza.
La felicidad es un estado interno subjetivo, vivido y apreciado cada uno a su manera, pero también se trata de un fenómeno cultural. Por ejemplo, existen culturas en Asia en las que no tiene ningún sentido preguntarse sobre la felicidad propia, sino que se traslada «hacia la felicidad del otro». Sinceramente, no era mi intención dar más vueltas alrededor del concepto de felicidad, tan manido, con tantos libros hablando sobre «cómo alcanzarla en unos sencillos pasos». No obstante, el concepto de felicidad tiene un subproducto más moderno, que ha explosionado con la aparición de las redes sociales, al que me apetece dar un repaso: la autoestima.
Dentro del gremio del desarrollo personal, me voy a detener en uno que conozco de cerca y en el que abundan especialmente los vendehumos: el coaching.
Multitud de cursos:
• Conseguir las metas que te propongas.
• Superar creencias limitantes que impiden desarrollar tu potencial.
• Atraer la abundancia y el éxito a tu vida.
• Recuperar el control de tu vida y de tus emociones.
• Aumentar el grado de conciencia transformando la persona que eres ahora.
• Mejorar el rendimiento mental en la mayoría de actividades.
• Crecer y transformarte interiormente.
• Desarrollar la inteligencia emocional y deshacerte de las relaciones tóxicas.
• Encontrar el sentido mediante tu propósito vital y profesional.
• Deshacerte de bloqueos y dirigirte hacia tus sueños.
• Llegar a ser la persona que siempre has querido ser.
En la sociedad del rendimiento existe una generalización de presión y culpabilización que a menudo deriva en depresión: «Todo el mundo siente que se le exige por encima de sus posibilidades, que no da la talla, se castiga por no rendir lo suficiente. Por todo esto, la patología de la época es la depresión o la adicción». El estado perpetuo de activación, de euforia, de búsqueda de nuevos retos termina siendo un acto de maltrato hacia nuestra propia naturaleza que deriva en burn out (quemazón) en muchas personas.
Este espíritu transformador del coaching de convertirnos en superhumanos, en seres «capaces de todo», sin límites, con un control total sobre nuestros actos, emociones y pensamientos, además de un maltrato hacia la persona, conduce a una alienación de la realidad. La gran mayoría de los parámetros que nos rigen no podemos controlarlos, como las enfermedades, la genética, el entorno socioeconómico en el que hemos crecido, el temperamento, el carácter, las relaciones e interacciones que establecemos a lo largo de la vida, los valores heredados y adquiridos, la calidad de nuestros neurotransmisores, las adicciones, las tendencias, los apegos y las preferencias. Incluso factores aún menos controlables o predecibles, como puede ser un desastre natural, una guerra…
La industria que se ha generado alrededor de la meditación y el mindfulness, poco interesada en las posibles consecuencias negativas o la poca profesionalidad de algunos de sus formadores. Además, se ha advertido que algunas de las premisas del mindfulness pueden resultar de difícil aplicación o comportar una rigidez que perjudique a ciertos procesos, ya sea a personas u organizaciones. Por ello, visto que la problemática existe y que puede ser grave, tal vez la solución pasa por adaptar el mindfulness a cada caso.
Podemos concluir que el mindfulness puede ser una puerta a la dimensión espiritual. El inconveniente es que hoy en día se vende, fundamentalmente, como una herramienta para contrarrestar el estrés, cuando en cambio meditar no es un medio, sino un objetivo en sí mismo, es descansar en «lo que somos». La interpretación instrumental del mindfulness distorsiona la naturaleza de la meditación tradicional, que no es más que un camino espiritual para conocernos en profundidad.
Citando a Ehrenreich: «Al final, la felicidad se mide a partir de la satisfacción que una persona declara sentir sobre su propia vida, y quizá sea más sencillo estar satisfecho con ella si uno tiene dinero, se ciñe a las normas sociales, acomoda sus juicios a lo que diga la Iglesia y no se preocupa demasiado por las injusticias».
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Interesting reading We live in a world in which the word «therapist» has lost all value. This book explains in first person a variety of «therapies» from the best known to the most eccentric in tone of humor and brushstrokes of sarcasm that make your reading something entertaining and enjoyable without neglecting the fact of making us consider what Waters we are currently moving in the field of health. A shout to common sense and a reflection on the criteria we follow when seeking help … I would recommend it to patients, psychologists, psychiatrists, etc. The author has researched and provides very interesting data as a result of proven studies, tries to be fair in his explanations and not get too carried away by his emotions. The best: irony.
As it is easy to read and with humor explains almost incredible situations, you may be tempted to stay in the anecdote. But it explains very clearly and clearly the processes that cause an engagement with therapists, gurus and endless personal development processes.
I would recommend it to many types of people: to therapists who really want to question where they work from (if from professionalism and the legitimate desire to help or from narcissism or to solve their own personal crap). Also those who feel bad and just want to be well and face a huge offer between which to separate the grain from the straw, who helps you from whom, or who can take advantage of you …
It has made me think how (about) we live in a society and in an increasingly uncertain environment, liquid and without references (or perhaps with too many, we are bombarded). Where the neoliberal mantra is that the answers are only in oneself. Where almost everything that can happen to you in life has a pathology name.
Is there an addictive personality or can anyone end up being an addict at some time? For years I seemed to detect a series of common traits in the addicts to therapies, but continually counterexamples appeared that did not fulfill my theories of walking at home. As the addiction expert Maia Szalavitz says, “the addictive personality is seen as the bad one: weak, unreliable, selfish and out of control. The temper that comes out of it is seen by others as defective, unable to resist temptation. […] But what we have found is that the addictive personality is multifaceted. It does not really exist as an entity by itself. Fundamentally, the idea of a general addictive personality is a myth. Studies do not find universal character traits that are common to all addicted people … The entire range of human characters can be found in people with addictions.
The degree of «psychologization» of life in developed societies is such that it is normal to have some type of pathology.
In this psychologization of the masses, there is a common denominator: the preponderance of the individual self. There is a current that advocates being more independent, being more «really who we are,» self-realizing, moving away from our «normal self» in exchange for the search for an «ideal self,» closer and closer to keeping ourselves as long as possible. in that self-realized self that Abraham Maslow spoke of, that is, becoming part of that 1% of the population that has exceeded all levels of the pyramid (of Maslow) capable of fully exploiting its full potential.
The expansion of narcissism and radical individuality sought to achieve that self-realization, but presented several gaps in its objective. The first was that there was nothing clear about what it meant to have a «self-realized self.» Another gap was that this hyperfoco in the individual self, caused that the search for solution of the difficulties focused on «the individual causes or consequences of those problems, and their solutions are directed almost exclusively to modify emotions, thoughts and behaviors of the person, leaving aside the conditions that are apparently more remote from their ability to control, such as social ones.
This compulsive search within ourselves has paralleled the emergence of a large and varied offer of therapies and therapists in recent decades. The list attached below is an unordered enumeration of the circus of therapies that I have found around me without much effort, ranging from the most orthodox, to the most alternative, focused on health, personal development, spirituality or self-knowledge, and taught by professionals of all kinds and training, from psychologists and psychiatrists to coaches, shamans, healers, counsellors or lecturers.
Self-help books are a cultivation field for this type of thinking and are nourished by experiences that were very negative but that end up becoming life changing experiences, like great “gifts” to be a “better version” of ourselves. And it can be that way, of course, but forcing us to feel something positive that is unpleasant is an attack on our nature.
Happiness is a subjective internal state, lived and appreciated each in its own way, but it is also a cultural phenomenon. For example, there are cultures in Asia where it makes no sense to ask about one’s own happiness, but rather moves «towards the happiness of the other.» Honestly, it was not my intention to go around the concept of happiness so crazed, with so many books talking about «how to reach it in a few simple steps.» However, the concept of happiness has a more modern byproduct, which has exploded with the emergence of social networks, which I feel like giving a review: self-esteem.
Within the guild of personal development, I am going to stop at one that I know up close and in which there are especially the sales of smoke: coaching.
Multitude of courses:
• Achieve the goals you set.
• Overcome limiting beliefs that prevent you from developing your potential.
• Attract abundance and success in your life.
• Regain control of your life and your emotions.
• Increase the degree of consciousness by transforming the person you are now.
• Improve mental performance in most activities.
• Grow and transform internally.
• Develop emotional intelligence and get rid of toxic relationships.
• Find meaning through your vital and professional purpose.
• Get rid of blockages and head towards your dreams.
• Become the person you have always wanted to be.
In the performance society there is a generalization of pressure and guilt that often leads to depression: “Everyone feels that he is demanded above his means, that he does not measure up, is punished for not giving enough. For all this, the pathology of the time is depression or addiction ». The perpetual state of activation, of euphoria, of the search for new challenges ends up being an act of abuse towards our own nature that leads to burn out in many people.
This transformative spirit of coaching to become superhumans, beings «capable of everything», without limits, with total control over our actions, emotions and thoughts, in addition to a mistreatment of the person, leads to an alienation of reality. The vast majority of the parameters that govern us cannot control them, such as diseases, genetics, the socio-economic environment in which we have grown, the temperament, character, relationships and interactions that we establish throughout life, values inherited and acquired, the quality of our neurotransmitters, addictions, trends, attachments and preferences. Even even less controllable or predictable factors, such as a natural disaster, a war …
The industry that has been generated around meditation and mindfulness, little interested in the possible negative consequences or the lack of professionalism of some of its trainers. In addition, it has been warned that some of the premises of mindfulness can be difficult to apply or lead to rigidity that harms certain processes, be it people or organizations. Therefore, given that the problem exists and that it can be serious, perhaps the solution is to adapt the mindfulness to each case.
We can conclude that mindfulness can be a door to the spiritual dimension. The drawback is that today it is sold, fundamentally, as a tool to counteract stress, when instead meditating is not a means, but an objective in itself, is to rest in «what we are.» The instrumental interpretation of mindfulness distorts the nature of traditional meditation, which is nothing more than a spiritual path to know ourselves in depth.
Quoting Ehrenreich: “In the end, happiness is measured from the satisfaction that a person declares to feel about their own life, and it may be easier to be satisfied with it if one has money, sticks to social norms, accommodates their judgments to what the Church says and does not worry too much about injustices.