Sin otro de los grandes libros de este jienense y que aborda con su habitual estilo la historia de nuestro país. Leer un libro de historia puede resultar no entretenido. Uno lo lee porque desea adquirir el conocimiento, saber cómo ocurrieron las cosas y a veces logra encontrar las razones de los hechos que acontecieron. Pero el autor tiene la facilidad de contar la historia de una manera tan entretenida que es un placer, un gusto. En este libro, que da un repaso general a toda la historia de España desde la prehistoria, uno no deja de sonreír por la manera tan ingeniosa y a veces ocurrente en que la describe. El libro es serio y las cosas las cuenta de la manera en que ocurrieron, aunque sabemos que versiones de los mismos hechos hay muchas. Pero las cuenta sin aires de erudición o con gran cantidad de información que a veces se vuelve confusa. Esta es una historia contada de manera muy entretenida y es muy completa. Escrita para la gente normal, es su gran acierto.
Sin entrar en tanto detalle, grosso modo, los españoles de entonces se dividían en dos grandes familias: los celtas y los iberos. Los celtas, que ocupaban la meseta y el norte, eran más feroces y pobres que los iberos de las fértiles comarcas agrícolas y mineras del sur y el Levante. Las regiones más desfavorecidas estaban infestadas de bandidos, y sus moradores organizaban de vez en cuando expediciones de pillaje contra las más ricas.
Como ahora, el país era montuoso, mal comunicado y proclive a las sequías y a las inundaciones, a los veranos abrasadores y a los helados inviernos, pero, al parecer, todavía no había prendido en sus habitantes la pasión arboricida,…
ESPAÑA. Ya entonces se llamaba España. La hermosa palabra fue usada por los navegantes fenicios, a los que llamó la atención la cantidad de conejos que se veían por todas partes. Por eso, la denominaron i-shepham-im; es decir: «el país de los conejos», de la palabra shapán, «conejo».
No el león, no el águila: durante mucho tiempo el humilde, evocador y eufemístico conejo fue el animal simbólico de España, su tótem peludo, escarbador e inquieto. El conejo se acuñaba en las monedas y aparecía en las alusiones más o menos poéticas; la caniculosa Celtiberia, como la llama Catulo.
El fósil más antiguo encontrado hasta hoy en España es el fragmento de cráneo fosilizado de Orce (Granada), cuya edad se calcula entre 1,5 y 1,8 millones de años.
Hace unos novecientos mil años, varios individuos del Homo erectus se dejaron olvidados unos guijarros tallados en un paraje de Cádiz conocido como El Aculadero. ¿De dónde procedían? Seguramente de África. ¿En qué aventuradas pateras habían cruzado el Estrecho? ¿Qué fue de ellos? No lo sabemos. Siendo nómadas que vivían de la recolección, y, en menor medida, de la caza y de la pesca, permanecieron una temporada en El Aculadero y luego se mudaron sin dejar más rastro que aquellas herramientas, y vaya usted a saber adónde fueron a morir.
Los caníbales de Atapuerca
Los vestigios humanos más interesantes de la Península han aparecido en una zanja de veinte metros de profundidad, excavada en la sierra de Atapuerca (Burgos) a finales del siglo XIX.
Por cierto que esta palabra griega, emporio, que significa precisamente «mercado», es el origen del nombre de Ampurias, nuestra más famosa colonia griega.
Los griegos, ya queda dicho, aprovecharon la caída de Tiro para apoderarse de los mercados fenicios. La euforia duró poco porque los cartagineses arremetieron contra los griegos y recuperaron la herencia de sus primos tirios. La malhumorada reacción cartaginesa ha dejado elocuentes huellas arqueológicas: en Sicilia y el Levante español se encuentran vestigios de muchos poblados griegos destruidos a finales del siglo V En algunos casos el grueso estrato de cenizas prueba que el saqueo fue seguido de incendio.
El Mediterráneo se había convertido en un tablero de juego peligroso, lleno de guerras y rivalidades.
El garum, esta salsa española de fama internacional fue, durante siglos, imprescindible en las mesas más exigentes. Era una especie de pasta de anchoas, de consistencia casi líquida, que se elaboraba fermentando al sol, en grandes recipientes, hocicos, paladares, intestinos y gargantas de una serie de peces grandes: atún, murena, escombro y esturión (un pez que, por cierto, abundó en el Guadalquivir hasta el siglo pasado). El garum combinaba con todo y se añadía generosamente a platos de carne, pescado o de verdura, e incluso a la fruta, al vino o al agua. A la gente le gustaban los sabores contundentes, lo picante, lo agridulce. De hecho, la miel y las pasas aderezaban muchos platos de carne. Podemos imaginar que para el gusto moderno, el garum resultaría nauseabundo. El aliento de los que lo consumían apestaba. «Si recibes una tufarada de aliento pestilente —escribe el poeta Marcial—, ecce, garum est».
Había muchas calidades de garum. El mejor, comparable al caviar iraní, era el llamado sociorum, que llegó a costar 180 piezas de plata el litro. El garum sobrevivió a la caída del Imperio romano, pero fue posteriormente desplazado por la pimienta.
El equivalente al casino o al club social moderno eran las termas. Además de su higiénico cometido, estos baños públicos (a menudo, construidos y decorados con gran lujo, para prestigiar la ciudad) eran mentidero, casino, barbería, sala de masajes, centro cultural y polideportivo. El usuario de las termas pasaba por cuatro salas sucesivas: la primera era una especie de sauna en la que sudaba (sudarium); en la segunda, se daba un baño caliente (caldarium); a continuación, rebajaba su temperatura en la sala templada (tepidarium), antes de bañarse en agua a temperatura normal en el frigidarium. Las termas, y algunas casas especialmente lujosas, disponían de ingeniosos sistemas de calefacción, que hacían pasar el aire caliente procedente de las calderas por canalizaciones dispuestas bajo el suelo y a través de los muros.
Los árabes estaban divididos en varios grupos tribales que nunca se llevaron bien, aunque ya hemos visto que, después de las predicaciones de Mahoma, hicieron causa común para extender el islam por el mundo. Los grupos tribales más importantes eran los kalbíes, originarios del sur de la península arábiga, y los kaisíes, que eran del norte. Unos y otros tenían poco en común, aparte de la religión y el idioma. Los kalbíes eran hortelanos sedentarios (ellos fueron los que aportaron a Andalucía y Levante la rica tradición de los regadíos); por el contrario, los kaisíes eran pastores y camelleros nómadas.
En el santuario y centro caravanero de La Meca había otra tribu, los kuraish, dividida en dos clanes, los omeyas y los hashimíes, también enemistados porque los omeyas monopolizaban el próspero comercio con Bizancio y Persia, y sólo dejaban las migajas a sus parientes.
La moneda cordobesa era tan fuerte que circulaba en el mundo cristiano con el prestigio que hoy tiene el dólar en los países subdesarrollados. Incluso se falsificaba en Cataluña (y, para que se vea lo que es la mudanza de los tiempos, cuatro siglos después, serán los árabes granadinos los que falsifiquen la prestigiosa moneda catalana).
Los almorávides eran unos aguerridos bereberes del desierto. Se protegían la cabeza del polvo y de la arena con un envoltorio negro o violeta, el lizam, que al desteñir con el sudor les manchaba la piel (sus descendientes lo siguen usando hoy y, por eso, los llaman hombres azules). El poema de Fernán González los pinta al natural:
más feos que Satán con todo su convento cuando sale del infierno sucio e carboniento.
¿De dónde habían salido aquellos demonios? En 1038 un fogoso predicador de Cairuán, Ibn Yasin, inflamó las tribus bereberes saharianas en una ola de fundamentalismo. Ibn Yasin era un místico (aunque sorprendentemente se casaba y divorciaba varias veces al mes) y despreciaba las minucias del mundo, pero nombró caudillo del movimiento a uno de sus más fieles seguidores, el jeque Yahya ibn Umar.
El titulo Cid, de sidi, «señor», se lo otorgaron sus propios súbditos árabes. Lo de campeador quiere decir «que ejerce en el campo», donde se batalla. Ya la nobleza se va dividiendo en ciudadana o cortesana y campeadora, que es la que soporta el peso de la guerra.
Valencia se mantuvo como un bastión inexpugnable en vida del Cid, protegiendo todo Levante, pero cuando Rodrigo Díaz murió todo el tinglado se vino abajo. Los almorávides conquistaron Valencia y, a poco, también Zaragoza.
Existe en las cercanías de Granada una eminencia llamada el Suspiro del Moro, un lugar propicio para escarceos de enamorados, desde el cual se puede contemplar la ciudad. Allí es donde sostiene la leyenda que Boabdil volvió la cabeza para captar con la mirada todo lo que dejaba atrás y, sin poderse contener, rompió a llorar. Entonces, su madre, la noble Aixa, una mujer que los tenía bien puestos, le dijo: «Llora, llora como mujer por lo que no has sabido defender como un hombre». Las madres muchas veces es que son un gran consuelo.
España era nuevamente cristiana, toda ella, como ocho siglos antes, en tiempos de los godos. Con una pequeña diferencia: quedaban dos numerosas comunidades que no eran cristianas: los judíos y los moros
A la postre, fueron Inglaterra y Holanda, y los banqueros italianos y alemanes, los que recogieron los frutos de tanto esfuerzo y de tanto sacrificio. Algunos claros ingenios lo vieron claro, entre ellos Quevedo en aquella canción que escribió para Paco Ibáñez:
Poderoso caballero es don Dinero.
Nace en las Indias honrado
donde el mundo lo acompaña
viene a morir en España
y es en Génova enterrado.
Un tesoro vino, para nada, y otro tesoro quedó allí para echar vigorosas raíces y dar sazonados frutos: el de la lengua española, que hoy hablan veinte pueblos del continente americano, cada uno con su acento y su gracia. Porque, a pesar de sus muchas lacras y contradicciones, España extendió al continente americano la savia civilizadora de Grecia y Roma, de la que se nutre el más fértil y poderoso tronco de la humanidad.
Felipe II, el segundo matrimonio de Felipe fue con su tía María Tudor, reina de Inglaterra, la cual, aunque aparentaba ser su abuela, sólo le llevaba once años. La señora era repulsiva, beata, neurótica, propensa a los embarazos histéricos y, lo peor de todo, tremendamente apasionada. Felipe hizo de tripas corazón y se sacrificó por razón de Estado. ¿Se imagina el lector lo que podría haber ocurrido de tener esta pareja hijos que heredasen a un tiempo España e Inglaterra? Sin duda, la historia del mundo hubiese sido otra. Pero este matrimonio tampoco duró mucho porque María falleció cuatro años después. La señora era ferozmente católica y antes de morir se llevó por delante a muchos protestantes. Por eso la apodaron Bloody Mary, Mary la Sangrienta, apelativo que hoy, ¡lo que son las cosas!, designa un famoso combinado.
El tercer matrimonio de Felipe fue con la hija del rey de Francia, Isabel de Valois, que antes había sido prometida al príncipe Carlos, el primogénito de Felipe. Este Carlos era un desequilibrado, típico fruto de la consanguinidad de los Austrias. El chico se enamoró de su madrastra, y ésta fue una de las causas de su temprana muerte (aunque, desde luego, no fue ejecutado por su padre como asegura la leyenda negra). Finalmente, Felipe, de nuevo viudo, se casó por cuarta vez, en esta ocasión con su sobrina Ana de Austria, de la que tuvo a Felipe III, que lo sucedería en el trono.
En el reinado de Felipe II, en cuyos dominios no se ponía el sol, España sufrió tres bancarrotas, una cada veinte años más o menos. El gasto de tanta guerra, espías y sobornos desbordaba el presupuesto. Los fabulosos envíos de plata americana que los galeones descargaban en los muelles de Sevilla no bastaban. Tampoco bastaron los crecientes impuestos que abrumaban al pueblo trabajador (las clases pudientes, es decir, la Iglesia y la nobleza, seguían gozando de exención fiscal). Felipe recurrió, entonces, a vender ejecutorias de nobleza a plebeyos adinerados (que en lo sucesivo pasaban a engrosar la creciente lista de los que no pagaban impuestos), a vender títulos de ciudades a las villas y a enajenar todo lo enajenable. Nada bastó.
Catolicismo y nación se fundían y confundían en perfecta simbiosis. La Iglesia recuperó, con aumentos, sus antiguos privilegios y se adueñó nuevamente de la educación del pueblo o, al menos, de la educación de la burguesía y de las clases medias, de la que saldría la clase dirigente del futuro (porque, consciente de sus limitaciones, desistió de evangelizar a la clase humilde).
La radio, eficaz instrumento del régimen, suministró la necesaria evasión a muchas familias, que bostezaban con el estómago medio vacío en torno al desmayado brasero: partidos de fútbol, corridas de toros, seriales radiofónicos, quiniela semanal, copla patriótica de Conchita Piquer y Pepe Blanco y, sobre todo, los niños de San Ildefonso cantando el gordo de la lotería nacional sobre la que tantos sueños se cimentaban. Lo que no había era pan para todos.
(Transición) Políticos los había de dos clases: los franquistas, que habían hecho carrera en el régimen, y que concentraban en sus manos todo el poder, y frente a ellos, los liberales o demócratas, es decir, la oposición, los recién salidos de las cloacas de la clandestinidad. De un lado, los que compusieron semblantes pesarosos en el funeral del dictador; del otro, los que agotaron las reservas de champán el día de su muerte. Aquellos chicos de izquierdas, los de la trenca, las camisas de franela de cuadros y la actitud contestataria, y aquellos señores adustos, que llegaban del exilio soviético con trajes mal cortados y abrigos de cachemir, tenían dos cosas en común: estaban impacientes por mandar y enarbolaban una bandera republicana, con su franja inferior morada y su escudo nacional adornado con corona mural.
Derechas e izquierdas. Sólo extremos, nada de centro; se habían erigido en bandos irreconciliables durante los cuarenta años de la dictadura. ¿Iban ahora a enfrentarse por el poder, los unos por conservarlo y los otros por conquistarlo?
El pueblo español contuvo la respiración. Nadie quería líos, pero el espectro de la guerra civil planeaba sobre la helada incertidumbre del futuro.
La reforma militar fue otro capítulo delicado. Narcís Serra, un ministro de Defensa que ni siquiera había hecho la mili, gordito, con gafas y voz atiplada (de la que se hacían chistes en las salas de banderas), renovó los mandos esenciales, promocionó a oficiales democráticos y transformó el ejército franquista en una fuerza más ágil y operativa, que obedecía al poder civil. Serra descolgó y devolvió a la polvorienta vitrina del pasado la espada de Damocles del pronunciamiento militar que durante siglo y medio había pendido sobre la cabeza de los españoles.
En catorce años de gobierno, los descendientes de Pablo Iglesias realizaron el milagro de elevar España al rango de país europeo. El viejo sueño irrealizado de los ilustrados del siglo XVIII se cumplía con casi dos siglos de retraso. España ingresó en la Comunidad Europea (1986) y en la Alianza Atlántica (tras la famosa pirueta ideológica del pragmático González, que, después de oponerse tenazmente a ese ingreso cuando militaba en la oposición, se transformó en decidido atlantista y «donde había dicho digo dijo Diego»). Tanto en las derechas como en las izquierdas, el pragmatismo ganaba la partida a la ideología, la lógica a la cerrazón. Eran grandes novedades en la política española, tradicionalmente tan extremista y cerril.
El malestar social creció con el conocimiento de la especulación (la llamada ingeniería financiera) y de la corrupción. Algunos sonados casos, hábilmente jaleados por la oposición, desacreditaron al gobierno (Juan Guerra, Filesa, Roldán, GAL, fondos reservados…). En un breve período de tiempo dimitieron dos vicepresidentes (Alfonso Guerra y Narcís Serra) y cinco ministros.
La repercusión mediática y judicial (y en última instancia, política) del asunto de Lasa y Zabala (dos terroristas asesinados por la policía) fue mucho mayor que la que tuvo en Alemania el suicidio, en prisión, de la banda terrorista Baader Mainhof, o en el Reino Unido la eliminación de tres terroristas irlandeses en Gibraltar por agentes de Su Graciosa Majestad. Con la ley en la mano, la oposición flageló al gobierno que consentía o amparaba la existencia de esas cloacas estatales.
El Partido Popular, asistiendo con ira y crispación crecientes a la perpetuación en el poder de sus adversarios, había asimilado su estilo político joven y ágil. Arrinconado Fraga, y con él los últimos efluvios franquistas adheridos al partido, los nuevos dirigentes del Partido Popular se maquillaron de modernidad y disputaron a los cansados socialistas el espacio del centro.
En 1996, la derecha recobraba su tradicional espacio político de la mano de José María Aznar, un hombre opaco, de poca presencia, que parecía que nunca daría talla de líder, pero que, aupado al poder, ha ido aprendidendo a base de tesón y voluntad, importando la voz, conteniendo el gesto, hasta convertirse en un consumado actor, que representa, con notable perfección, su papel de político maduro, sereno y equilibrado. Aznar ha sabido recoger gran parte de la cosecha sembrada por el gobierno anterior en lo referente a control del déficit, de la inflación y de la privatización de empresas estatales.
España, finalmente incorporada a Europa y al mundo industrial y desarrollado (a pesar de los desequilibrios regionales todavía existentes, que pudieran crecer en el futuro), se suma también a la mundialización, un proceso imparable que aproxima a los socialistas y a los conservadores. Después de siglo y medio de feroz enemistad, cada bando acata los principios esenciales del otro: protección social del trabajador dentro de una economía de mercado libre, que ha trasladado la tradicional explotación de la clase humilde por la poderosa a la explotación de unos países humildes (el Tercer Mundo) por los poderosos. Gracias a ese desequilibro (ya esa injusticia), los países desarrollados alcanzan su equilibrio y su justicia social interior. El desafío futuro consiste en mantener la balanza en su fiel sin permitir que el mercantilismo voraz aniquile al individuo.
Citando a Cánovas, «español es el que no puede ser otra cosa». Parece, escéptico lector, que ya vamos siendo otras muchas cosas que acabarán por excluir a España. Aunque siempre le quedará un sitito en los libros de historia a este país de conejos, como le queda, por ejemplo a Nínive, o al Imperio austro-húngaro, aquel de los valses y de los vistosos uniformes. Aviso para navegantes frente a la rapidez con la cual cambia el mundo.
Without another of the great books of this Jaen and that deals with his usual style the history of our country. Reading a history book may turn out not to be entertaining. You read it because you want to acquire knowledge, know how things happened and sometimes you can find the reasons for the events that happened. But the author has the facility to tell the story in such an entertaining way that it is a pleasure, a pleasure. In this book, which gives a general overview of the whole history of Spain since prehistory, one does not stop smiling because of the ingenious and sometimes witty way in which he describes it. The book is serious and things count them in the way they happened, although we know that there are many versions of the same facts. But the account without air of erudition or with a large amount of information that sometimes becomes confusing. This is a story told in a very entertaining way and it is very complete. Written for normal people, it is their great success.
Without going into so much detail, grosso modo, the Spaniards of that time were divided into two great families: the Celts and the Iberians. The Celts, who occupied the plateau and the north, were more ferocious and poor than the Iberians of the fertile agricultural and mining regions of the south and the Levant. The most disadvantaged regions were infested with bandits, and their inhabitants organized plundering expeditions from time to time against the richest.
As now, the country was mountainous, badly communicated and prone to droughts and floods, to scorching summers and cold winters, but, apparently, the arboricide passion had not yet caught on in its inhabitants, …
SPAIN. Even then, it was called Spain. The beautiful word was used by the Phoenician navigators, who drew attention to the number of rabbits that were everywhere. Therefore, they called it i-shepham-im; that is to say: «the country of the rabbits», of the word shapán, «rabbit».
Not the lion, not the eagle: for a long time the humble, evocative and euphemistic rabbit was the symbolic animal of Spain, its hairy totem, scavenger and restless. The rabbit was minted on coins and appeared in more or less poetic allusions; the caniculous Celtiberia, as Catullus calls her.
The oldest fossil found to date in Spain is the fragment of the fossilized skull of Orce (Granada), whose age is estimated between 1.5 and 1.8 million years.
Some nine hundred thousand years ago, several individuals of Homo erectus were left forgotten some pebbles carved in a place of Cádiz known as El Aculadero. Where did they come from? Surely from Africa. In what adventurous boats had crossed the Strait? What became of them? We do not know. Being nomads who lived from the collection, and, to a lesser extent, hunting and fishing, they stayed for a while at El Aculadero and then moved on without leaving any trace other than those tools, and you know where they went to die.
The cannibals of Atapuerca
The most interesting human vestiges of the Peninsula have appeared in a ditch twenty meters deep, excavated in the mountains of Atapuerca (Burgos) at the end of the 19th century.
Certainly this Greek word, emporio, which means precisely «market», is the origin of the name of Ampurias, our most famous Greek colony.
The Greeks, it is said, took advantage of the fall of Tire to seize Phoenician markets. The euphoria was short lived because the Carthaginians attacked the Greeks and regained the inheritance of their Tyrian cousins. The ill-humored Carthaginian reaction has left eloquent archaeological traces: in Sicily and the Spanish Levant are vestiges of many Greek villages destroyed at the end of the fifth century. In some cases the thick stratum of ashes proves that the looting was followed by fire.
The Mediterranean had become a dangerous game board, full of wars and rivalries.
The garum, this Spanish sauce of international fame was, for centuries, essential in the most demanding tables. It was a kind of anchovy paste, of almost liquid consistency, which was made by fermenting in the sun, in large containers, snouts, palates, intestines and throats of a series of large fish: tuna, murena, rubble and sturgeon (a fish that, by the way, it abounded in the Guadalquivir until the last century). The garum combined with everything and was generously added to meat, fish or vegetable dishes, and even to fruit, wine or water. People liked the strong flavors, the spicy, the bittersweet. In fact, honey and raisins seasoned many meat dishes. We can imagine that for the modern taste, the garum would be nauseating. The breath of those who consumed it reeked. «If you receive a whiff of pestilential breath,» writes the poet Marcial, «ecce, garum est.»
There were many qualities of garum. The best, comparable to Iranian caviar, was the sociorum, which cost 180 pieces of silver per liter. The garum survived the fall of the Roman Empire, but was later displaced by pepper.
The equivalent of the casino or the modern social club were the hot springs. In addition to their hygienic task, these public baths (often, built and decorated with great luxury, to give prestige to the city) were a gaming house, casino, barbershop, massage parlor, cultural center and sports center. The user of the thermal baths passed through four successive rooms: the first was a kind of sauna in which he sweated (sudarium); in the second, there was a hot bath (caldarium); then, it lowered its temperature in the warm room (tepidarium), before bathing in water at normal temperature in the frigidarium. The thermal baths, and some especially luxurious houses, had ingenious heating systems, which passed hot air from the boilers through pipes arranged under the floor and through the walls.
The Arabs were divided into several tribal groups that never got along, although we have already seen that, after the preaching of Muhammad, they made common cause to spread Islam throughout the world. The most important tribal groups were the kalbíes, originally from the south of the Arabian peninsula, and the kaisíes, who were from the north. Both had little in common, apart from religion and language. The kalbíes were sedentary gardeners (they were the ones who contributed to Andalusia and Levante the rich tradition of irrigation); On the contrary, the Kaisids were nomadic shepherds and camel drivers.
In the sanctuary and caravan center of Mecca there was another tribe, the Kuraish, divided into two clans, the Umayyads and the Hashimids, also feuding because the Umayyads monopolized the prosperous trade with Byzantium and Persia, and left only the crumbs to their relatives.
The Cordovan currency was so strong that it circulated in the Christian world with the prestige that the dollar has today in the underdeveloped countries. It was even falsified in Catalonia (and, to see what is the change of time, four centuries later, it will be the Arabs of Granada who falsify the prestigious Catalan coin).
The Almoravids were battle-hardened Berbers of the desert. They protected their heads from dust and sand with a black or violet wrapper, the lizam, which blemished with sweat staining their skin (their descendants continue using it today and, for that reason, they call them blue men). The poem by Fernán González paints them to the natural:
uglier than Satan with all his convent when he comes out of the dirty and coalless hell.
Where had those demons come from? In 1038 a fiery preacher of Cairuan, Ibn Yasin, inflamed the Berber tribes of Sahara in a wave of fundamentalism. Ibn Yasin was a mystic (although surprisingly he married and divorced several times a month) and despised the minutiae of the world, but he appointed one of his most loyal followers, Sheikh Yahya ibn Umar, as leader of the movement.
The title Cid, of sidi, «sir», was granted to him by his own Arab subjects. The one of champion means «that exercises in the field», where it is fought. Already the nobility is divided into citizen or courtier and champion, which is the one that bears the weight of war.
Valencia remained an impregnable bastion in the life of the Cid, protecting all of Levante, but when Rodrigo Díaz died, the whole shed collapsed. The Almoravids conquered Valencia and, little by little, also Zaragoza.
There is an eminence in the outskirts of Granada called the Suspiro del Moro, a place conducive to dances of lovers, from which you can contemplate the city. That’s where the legend holds that Boabdil turned his head to catch with his eyes all that he left behind and, unable to contain himself, he burst into tears. Then, his mother, the noble Aixa, a woman who had them well-dressed, said: «Cry, cry as a woman for what you have not known how to defend as a man». Mothers are often a great consolation.
Spain was again Christian, all of it, like eight centuries before, in the time of the Goths. With one small difference: there were two numerous communities that were not Christian: the Jews and the Moors
In the end, it was England and Holland, and the Italian and German bankers, who reaped the fruits of so much effort and sacrifice. Some clear ingenios saw it clearly, among them Quevedo in that song he wrote for Paco Ibáñez:
Mr money is a powerful gentleman.
Born in the Indies honest
where the world goes with it
he comes to die in Spain
and it’s in Genoa buried.
A treasure came, not at all, and another treasure was there to take vigorous roots and to give seasoned fruits: that of the Spanish language, today spoken by twenty peoples of the American continent, each with its accent and its grace. Because, despite its many blemishes and contradictions, Spain extended to the American continent the civilizing sap of Greece and Rome, from which the most fertile and powerful trunk of humanity is nourished.
Philip II, Felipe’s second marriage was with his aunt Maria Tudor, Queen of England, who, although she appeared to be his grandmother, was only eleven years old. The lady was repulsive, beata, neurotic, prone to hysterical pregnancies and, worst of all, tremendously passionate. Felipe made a big heart and sacrificed himself for state reasons. Can you imagine what could have happened if this couple had children inheriting Spain and England at the same time? Undoubtedly, the history of the world would have been different. But this marriage did not last long either, because María died four years later. The lady was fiercely Catholic and before her death she took away many Protestants. That’s why they nicknamed her Bloody Mary, Mary the Bloody, which today, what things are, designates a famous combo.
Felipe’s third marriage was with the daughter of the King of France, Isabel de Valois, who had previously been promised to Prince Charles, the firstborn son of Philip. This Carlos was an unbalanced, typical fruit of the consanguinity of the Austrias. The boy fell in love with his stepmother, and this was one of the causes of his early death (although, of course, he was not executed by his father as the black legend says). Finally, Philip, again a widower, married for the fourth time, this time with his niece Anne of Austria, of which he had Felipe III, who would succeed him on the throne.
In the reign of Felipe II, in whose dominions the sun never set, Spain suffered three bankruptcies, one every twenty years or so. The expense of so much war, spies and bribes overflowed the budget. The fabulous shipments of American silver that the galleons unloaded on the docks of Seville were not enough. The increasing taxes that overwhelmed the working people were not enough either (the wealthy classes, that is to say, the Church and the nobility, continued to enjoy tax exemption). Philip resorted, then, to sell executions of nobility to wealthy plebeians (who in the future went to swell the growing list of those who did not pay taxes), to sell titles of cities to the towns and alienate everything alienable. Nothing was enough.
Catholicism and nation merged and confused in perfect symbiosis. The Church recovered, with increases, its old privileges and took possession again of the education of the town or, at least, of the education of the bourgeoisie and of the middle classes, from which the ruling class of the future would come (because, conscious of his limitations, he desisted to evangelize the humble class).
The radio, an effective instrument of the regime, provided the necessary evasion to many families, who yawned with a half-empty stomach around the faint brazier: football matches, bullfights, radio serials, weekly pool, patriotic couplet of Conchita Piquer and Pepe Blanco and, above all, the children of San Ildefonso singing the fat of the national lottery on which so many dreams were cemented. What there was not was bread for everyone.
(Transition) Politicians had two classes: the Francoists, who had made a career in the regime, and who concentrated in their hands all power, and in front of them, the Liberals or Democrats, that is, the opposition, the newly emerged of the cloaca of the underground. On the one hand, those who composed regretful faces at the funeral of the dictator; on the other, those who exhausted the champagne reserves on the day of his death. Those left-wingers, those in the trench coat, the plaid flannel shirts and the rebellious attitude, and those stern gentlemen, who arrived from the Soviet exile in ill-fitting suits and cashmere coats, had two things in common: they were eager to send and they hoisted a republican flag, with its lower purple stripe and its national emblem adorned with a mural crown.
Right and left. Only extremes, nothing of center; they had risen in irreconcilable bands during the forty years of the dictatorship. Were they now going to fight for power, the ones to keep it and the others to conquer it?
The Spanish people held their breath. Nobody wanted trouble, but the specter of civil war was hovering over the icy uncertainty of the future.
The military reform was another delicate chapter. Narcís Serra, a Minister of Defense who had not even done the military, chubby, with glasses and a high-pitched voice (of which jokes were made in the halls of flags), renewed the essential commands, promoted democratic officers and transformed the Francoist army in a more agile and operative force, that obeyed the civil power. Serra unhooked and returned to the dusty showcase of the past the sword of Damocles military pronouncement that for a century and a half had been on the heads of the Spaniards.
In fourteen years of government, the descendants of Pablo Iglesias made the miracle of raising Spain to the rank of European country. The old unfulfilled dream of the enlightened of the eighteenth century was fulfilled almost two centuries late. Spain joined the European Community (1986) and the Atlantic Alliance (after the famous ideological pirouette of the pragmatic Gonzalez, who, after tenaciously opposing that entry when he was a member of the opposition, became a decided Atlanticist and «where I had said said Diego »). Both on the right and on the left, pragmatism won the game of ideology, the logic of closure. They were great novelties in Spanish politics, traditionally so extreme and harsh.
Social unrest grew with the knowledge of speculation (so-called financial engineering) and corruption. Some famous cases, deftly hailed by the opposition, discredited the government (Juan Guerra, Filesa, Roldán, GAL, reserved funds …). In a short period of time, two vice presidents (Alfonso Guerra and Narcís Serra) and five ministers resigned.
The media and judicial (and ultimately political) repercussion of the Lasa and Zabala affair (two terrorists killed by the police) was much greater than the one in Germany of the suicide, in prison, of the terrorist Baader Mainhof, or in the United Kingdom the elimination of three Irish terrorists in Gibraltar by agents of His Gracious Majesty. With the law in hand, the opposition flagellated the government that consented or protected the existence of these state sewers.
The Popular Party, assisting with increasing anger and tension at the perpetuation in power of its adversaries, had assimilated its young and agile political style. Cornered Fraga, and with it the last Franco effluences adhered to the party, the new leaders of the Popular Party made up with modernity and disputed the tired socialists the space of the center.
In 1996, the right regained its traditional political space at the hands of José María Aznar, an opaque man, of little presence, who seemed never to be a leader, but who, having gained power, has been learning on the basis of tenacity and will, importing the voice, containing the gesture, until becoming an accomplished actor, who represents, with remarkable perfection, his role as a mature, serene and balanced politician. Aznar has managed to collect much of the crop planted by the previous government in terms of control of the deficit, inflation and privatization of state companies.
Spain, finally incorporated into Europe and the industrial and developed world (despite the regional imbalances still existing, which could grow in the future), also adds to globalization, an unstoppable process that brings socialists and conservatives closer together. After a century and a half of fierce enmity, each side abides by the essential principles of the other: social protection of the worker within a free market economy, which has transferred the traditional exploitation of the humble class by the powerful to the exploitation of humble countries (the Third World) by the powerful. Thanks to this imbalance (and that injustice), the developed countries reach their equilibrium and their internal social justice. The future challenge is to keep the balance in his faithful without allowing voracious commercialism annihilate the individual.
Quoting to Cánovas, «Spanish is the one that can not be anything else». It seems, skeptical reader, that we are already being many other things that will eventually exclude Spain. Although you will always have a place in the history books of this country of rabbits, as you have left, for example to Nineveh, or to the Austro-Hungarian Empire, that of the waltzes and the colorful uniforms. Warning for navigators against the speed with which the world changes.
David, earth planet , knopfler and a humble man 